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UNA MATANZA MIRANDO AL MAR

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Hay dos formas de conocer “la historia”. La primera es matricularte en la facultad, oír al profesor durante años y leer unos cuantos libros escritos por los demás donde te relatarán lo que según ellos sucedió y como se debe interpretar. De esa forma tu cabeza se estructurará adecuadamente para proseguir tus siguientes investigaciones. Es un camino perfecto y predecible para luego llegar a ser un historiador serio.
La segunda vía es menos ortodoxa y mucho, mucho más laboriosa. Es sencillo, te sumerges en los archivos y lees unas miles de cartas que sabes que fueron escritas por los que vivieron lo que investigas y tú mismo después sacas tus propias conclusiones. Esto claro puede asustarte pero debes sobreponerte porque al final siempre hay premio.
Las dos opciones valen pero la segunda es, por decirlo de alguna manera, más excitante porque nunca sabes lo que puedes encontrar. Pero lo más interesante, al menos por mi experiencia, es que muchas de esas cartas, la mayoría inocuas y sin mayor trascendencia, a veces desvelan una gran historia, y seguramente inédita.
Era mayo de 1797 y las Islas Canarias permanecían acosadas por buques de guerra británicos que en aquellos días también bombardeaban Cádiz esperando interrumpir la conexión de España con sus Indias. Colándose entre estos apareció un bergantín armado francés llamado La Mutine de 18 cañones y una dotación 148 hombres bajo el mando del capitán Louis Estanislao Xavier Pomies, de camino del Coromandel en la India oriental y buscando refugió en Santa Cruz. Ni que decir que ambos países estaban inmersos en una guerra fratricida y nuestro país permanecía del lado francés lo que siempre nos trajo la ruina.

Avistado el navío francés en el puerto el sábado 27 de mayo, a las dos de la tarde, y porque lo dice el cronista, dos navíos ingleses el HMS Minerva, capitán Benjamin Hallowell, de 44 cañones y HMS Lively, capitán George Cockburn de 38 se acercaron a la costa manteniéndose fuera del alcance de la artillería.
Los ingleses tenían una treta pues a bordo de unos botes enarbolaron bandera blanca y solicitaron parlamentar. Al frente de esta misión iba el propio Hallowell, que ya conocía el puerto pues lo había visitado en 1790. Este entregó al capitán del puerto Juan Adam una misiva para el comandante general Antonio Gutiérrez de Otero solicitándole la entrega de los prisioneros ingleses que hubieran en la ciudad y asegurando que ellos habían trasbordado prisioneros españoles a barcos neutrales.
Evidentemente la propuesta fue rechazada y lo que se rebeló después es que era una estratagema para observar más detenidamente al navío francés. Patricio Murphy, agente portuario en la capital lo detalla en una carta dirigida al Puerto de La Cruz. Ya sabrán Vuestras Mercedes como antes de ayer vino un bote con bandera parlamentaria con pretexto de suplicar que le diesen los prisioneros Yngleses que hay aquí, pero el verdadero objeto era examinar este bergantín e imponerse de su fuerza para saber cómo atacarlo [al Mutine], los pliegos que llevaba estaban en tierra. Los barcos Yngleses son dos fragatas las mismas que hablaron con el Americano. Uno de los botes se les fue a pique y lo tenemos en tierra.
La jugada les surtió el efecto deseado y pronto volvieron a sus navíos y esperaron a la oscuridad noche del 28 de mayo cuando regresaron mientras todos dormían. Oy de madrugada hemos tenido repetida la misma de la noche que el Príncipe Fernando fue tomado por los Yngleses pues estos se vinieron entre las dos y tres con ocho o más lanchas, y atacaron al bergantín francés al abordaje y después, en un reñido combate con armas blancas, quedaron los Yngleses dueños del barco y se encaminaron con él hacia fuera sin embargo del fuego que se hizo de tierra que estuvo pronto, pero no tan feliz que lo lograse echar a pique. El capitán y otro oficial estaban en tierra y también algunos de la tripulación, pero abordo había más de cien hombres. Tres marineros se salvaron a tierra a nado y estos relatan que ha habido grande mortandad, tanto de una parte como de otra, pues parece que los Yngleses no daban quartel y así la mayor parte o todos los franceses han perecido.
La matanza se consumó y se desconoce que fue de aquellos desgraciados marinos franceses. Tal vez fueran asesinados a cuchillazos y tirados por la borda o llevados a Funchal en Madeira que era un puerto seguro para los británicos. Siendo un bergantín armado seguramente los pasaron a cuchillo en previsión que estos hicieran lo mismo en las costas de la India ¿Quien lo sabe?, pero lo que es seguro que habrá otra carta por ahí, entre las miles del archivo, que nos desvelaría lo que les sucedió y ponerse en la piel del capitán francés que en cuestión de horas no solo perdió no navío sino a toda su tripulación en una acción vergonzante para él.
Pasaron los días y con cada barco que venía de Península los chismes iban aportando información a cuentagotas y parece ser que no fueron asesinados, al menos no todos. También se desvelaba que en la isla había unos cuantos prisioneros ingleses que no se sabe bien que hacían aquí. En fin, cotilleos del puerto que sin duda eran y aún son la mejor de las realidades.
Y mientras los chismes corrían de taberna en taberna, el capitán Hallowell se chivaba a Horacio Nelson de lo que vio en el puerto y unas semanas después dio pie a que este se aventurase a atacar Santa Cruz. 
Lo cierto es que las cartas de Patricio Murphy no cambian para nada la historia del ataque pero desde luego a mi me acercan mucho más a aquellos días que un frío y desnaturalizado relato “de historia”. Por este camino se evidencia mucho mejor el aspecto humano de los participantes que es lo que más interesa. Por esto me apasiona mucho mas leer simples cartas pues no percibes que lees “historia” sino un veraz y apasionado presente que simplemente ya pasó.
Carlos Cólogan


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