Afirmar que el comercio de vinos unía los puertos del océano Atlántico en el siglo XVIII como ahora lo hacen las redes sociales no sería exagerado. En aquellos años había una intensa cadencia de navíos que cosían la costa Este americana dejando vinos europeos y retornando con cereales y maderas americanas.
En ese intercambio Cádiz, Tenerife y Madeira asumían una gran parte del tráfico por ser puertos de exportación de vinos. Los Sherry, Madeira y Tenerife Wine, con esas denominaciones acaparaban enormes volúmenes en las bodegas de los navíos, de múltiples nacionalidades que se fletaban hacia los puertos americanos.
Semejante comercio tiene ahora poco respaldo documental salvo los registros aduaneros americanos y unos pocos archivos de las compañías que lo sustentaron pues en su mayoría éstos se perdieron.
En el caso de Cádiz, una buena parte se perdió durante la guerra contra los franceses, debido al temor de una ocupación. En aquellos días los comerciantes se vieron obligados a trasladar y ocultar, sino quemar, aquella documentación comercial tan vinculada a los británicos. Esa tragedia sucedió más intensamente en la península donde ya sólo quedan pocas unas evidencias de aquel interesante comercio.
Sin embargo en Tenerife, aislado de Europa y de sus guerras, aún se guarda un archivo que lo puede mostrar. Este es el archivo de la compañía Walsh-Cólogan que atesora mucha, pero que mucha documentación mercantil de los siglos XVII, XVIII y XIX.
Lo cierto es que cuando se entra en él lo primero que se advierte es que Cádiz era el destino principal de miles de cartas y es que el eje Cádiz-Tenerife era muy fuerte comercialmente pues ambos puertos eran claves en el comercio americano, tanto en el de las Indias españolas las como en Norteamérica.
Las vinculaciones familiares que se establecieron entre las familias exportadoras de vinos de Cádiz y de Tenerife obedecían a la necesidad imperiosa de prosperar pero también a una nacionalidad compartida.
La patria común de todos estos comerciantes expatriados era el Reino Unido, básicamente irlandeses, escoceses y los menos, ingleses. Esta emigración se estableció principalmente en los puertos del sur de la península como Málaga, Cádiz y las Islas Canarias, fundamentalmente Tenerife.
También muchos otros llegaron al Ferrol, Bilbao pero no con una especialización tan notoria hacia el comercio internacional como en el sur y menos dedicados a los vinos.
El motivo de la emigración siempre fue de tipo económico pues si nos situamos en Gran Bretaña en el siglo XVIII veríamos que el abanico de oportunidades que se ofrecía a los británicos era de toda índole debido a la enorme expansión que vivía el comercio inglés con Norteamérica como también con el Oriente, siendo la India el máximo exponente.
En el caso español el comercio de vinos tenía un atractivo sin parangón para estos emigrantes pues el Reino Unido era un gran demandante de vinos franceses y españoles. Así que la oportunidad para estos emigrantes era clara, llevar a su propio país un producto bien conocido y muy rentable.
Así fue como tanto en Tenerife como en Cádiz, prosperaron numerosas casas de comercio, siempre familiares, que explotaron muy hábilmente sus conexiones y que les permitió poner en común sus intereses. Así fue como irlandeses, ingleses y escoceses combinaron familia y negocios de una manera muy imperativa en la que todos los factores empujaban hacia la prosperidad del conjunto de las familias. Muestra de ello es que en los testamentos de tinerfeños se explicita la obligación de mantener los vínculos familiares con Cádiz.
Desde mediados del XVIII, los lazos entre estas familias asentadas en España se intensificaron. En Tenerife los Walsh y los Fitzgerald con los Cólogan, luego éstos con los Fallon de Sanlúcar y con los Gough, Fleming, Costello y Dillon, de Cádiz.
Al tiempo llegaban a Cádiz los primeros Domecq muy íntimamente conectados por negocios con Tenerife (más de 1000 cartas) así como los Garvey y los Terry desde Irlanda. En las cartas de finales del XVIII éstos contactan con los tinerfeños en busca de oportunidades comerciales en los mercados americanos. Otros nuevos emigrantes, esta vez de origen germánico como los hermanos Borh de Faber entran también en juego y se establecen en Cádiz para luego traspasar el negocio a los Duff y los Gordon. Con estos nuevos miembros se vuelve a apreciar una relación cercana con los exportadores de vinos de Tenerife. Más tarde parecen los Osborne, Sandeman, Merello y un largo etc. que nuevamente evidencian esta conexión.
Desde ambas plazas, Tenerife y Cádiz se tejían nuevos lazos y se compartían, como no, a los importadores norteamericanos de vinos justo después de la guerra de la independencia americana cuando éstos se activan de una forma inusitada.
A partir de 1783 cuando los americanos salen de su guerra contra los británicos un gran número de comerciantes americanos se abren al mundo para recuperar todo lo perdido en la guerra. Junto a ellos surge el gobierno americano estimulando este boyante negocio y apoyado por estos mismos comerciantes. Es entonces cuando se abren los primeros consulados y tanto Cádiz como Tenerife parecen seleccionados en la primera hornada.
Los grandes comerciantes de Nueva York y Filadelfia, todos ellos comunes a Cádiz y Tenerife superan la cincuentena destacando Robert Morris, Thomas Willing, Isaac Moses, John Vaughan, Le Roy, Bayard y McEvers, Cunningham, Stoughton, Peter Whiteside, George Meade y un largo etc. que sería imposible reflejar aquí. Muchos fueron destacados unas personalidades de su tiempo y con un gran poder económico y político como Morris que era uno de los financieros más relevantes de la revolución y dirigía por entonces el primer barco de los Estados Unidos además de llegar a ser uno de los firmantes de la declaración de independencia.
Tal como muestran las últimas indagaciones de la investigadora gaditana Guadalupe Carrasco, ambos puertos atlánticos se repartieron gran parte de las exportaciones de vinos hacia Norteamérica desde 1783 hasta bien entrado el siglo XIX.
Cádiz y Sevilla como puertos de entrada de los productos agrícolas americanos como el cacao, tabaco, etc., eran el destino final de decenas de navíos que salían de la Guaira y Caracas cargados con Cacao, los de Nueva York y Filadelfia hacían lo propio con duelas de roble para Pipas (Tenerife) o Botas (Cádiz). Lo que no se descargaba en Madeira o Tenerife se hacía en Cádiz y si no se proseguía hacia Málaga.
Los Tenerife Wine, ya muy consolidados con sus exportaciones a USA durante el siglo XVIII dieron paso a los Sherry que tomaron el relevo en el siglo XIX pero manteniendo siempre un pulso constante con los vinos de Madeiras, el gran competidor del Atlántico.
El rescate de estas épocas pasadas es verdaderamente apasionante pues muestran al vino como un producto altamente globalizado y como tal vez el último producto agrícola que Europa pudo enviar a tierras norteamericanas. Curiosamente tanto las Islas Canarias como Cádiz eran receptores de maderas, básicamente roble, cereales y harinas muy demandadas. Era un comercio de intercambio absolutamente necesario en épocas de guerra y carestía y muy distinto del concepto actual que tenemos del vino, que está más vinculado al placer y al ocio.
Esta breve crónica no es más que un recordatorio de que cuando se quiere abrir nuevos mercados de exportación como el norteamericano es necesario saber antes que ese esfuerzo ya se hizo y lo mismo que valió ayer puede bien valer mañana y más cuando se trata de vinos, brandy’s o cualquier otra bebida que basa su éxito en percepciones.