Juan Cólogan Fallon era el segundo hijo del matrimonio de Tomás Cólogan Valois e Isabel Fallon y Gante. Nació en el Puerto de La Orotava el 21 de enero de 1776, y se le bautizó el 27 del mismo mes con los nombres de Juan María Manuel Joseph Ramón Sebastián. Fue padrino, su tío Juan Cólogan Valois.
Juan se educó, al igual que su hermano mayor, en el extranjero. Consta que regresó al Puerto a fines de siglo, según puede comprobarse en el padrón municipal de 1798, en donde con veintidós años vivía con sus padres y hermanos en la llamada «primera casa». Pero pronto volvería a partir camino de Londres, donde ejercería el comercio en correspondencia con su padre Tomás. Ya en el padrón general de 1804 figura como ausente. En Londres estaba en 1805, año de la batalla naval de Trafalgar, lo cual no dejaba de ser un riesgo para un español residente en Londres. En ese año tuvo ocasión de socorrer al patrón de una balandra, llamado Manuel Valentín López, artillero, que había sido hecho prisionero por corsarios ingleses cerca de la isla de Lanzarote. Una vez apresado fue trasladado a Londres y abandonado en el puerto de esa ciudad. Esta aventura, narrada por Álvarez Rixo en su Historia del Puerto de Arrecife, es digna de contarse íntegramente, por su carácter novelesco.
Corría el verano de 1805 y la isla de Lanzarote era permanentemente observada en la distancia por fragatas, goletas y bergantines ingleses que buscaban presas fáciles. Un año antes ya había sido declarada la guerra a Inglaterra y la hostilidad era manifiesta. El caso es que un tal Manuel Valentín López, en medio de tanta agitación, se arriesgó y armó un barco para salir al mar, pero la empresa le salió mal, muy mal....
[…] luego que se declaró la guerra y los ánimos estaban más
dispuestos para rechazar los asaltos de tales corsarios, se armó aquí
una balandrita del tráfico, mandada por su dueño y patrón Manuel
Valentín López, que también era artillero. Venía ésta cargada desde
Canaria [Gran Canaria], y cerca de Lanzarote se vio acometida por
dos botes ingleses procedentes de un bergantín corsario que estaba a
mucha distancia a causa de la bonanza.
López empezó a jugar sus pedreros y arredró a los enemigos.
Pero su mala suerte quiso que condujese a bordo a don Domingo de
la Cueva, beneficiado de esta isla, con sus hermanas y cuñado don
Leandro Camacho. Este último, joven y militar, era el más resuelto
a la defensa, sin atender a los clamores de la mujer y de De la Cueva
para que desistiese. Subió el beneficiado sobre el combés, y puesto de
rodillas, su excesivo temor le sugirió tanta persuasiva representando
la ineficacia del buque que montaban y que por aquella temeridad se
exponían a ser pasados a cuchillo sin remedio, que empezaron los
mareados pasajeros a asustarse, retrayéndose de la defensa, y el
patrón López tuvo que desistir a la fuerza. Todavía atracaron los
ingleses temerosos de alguna estratagema pero señoreados de la balandra,
la robaron cuanto había y trasbordaron al corsario al mismo
De la Cueva y familia, a quienes después desembarcaron en una
playa desierta de la propia isla.
En aquella semana se apareció otra goletita inglesa, acabó de
robar lo que quedaba en la balandra y la dio fuego. A López se lo
llevaron a Inglaterra los del bergantín, para los cuales fue de notable
servicio, porque los corsarios, con el abundante vino que habían robado
en Canarias, se emborrachaban con frecuencia, en cuya situación
nada les importaba, se tupían las bombas, y él acudía a tiempo a
esta indispensable maniobra. Llegados a Londres, le soltaron sin
más ceremonia en uno de los wharfs de aquella metrópoli inmensa,
donde jamás había estado, sin saber el idioma y sin un maravedí.
Pero como la necesidad es discursiva, le ocurrió decir «Mr. Cólogan,
Mr. Cólogan». Y alguno que quiso cerciorarse de lo que preguntaba
aquel hombre y llevó a otro que balbuceaba algunas palabras españolas
y portuguesas, a quien López significó que quería ir a casa de
un comerciante llamado Mr. Cólogan, que le parecía había en
Londres. Por fortuna, este nombre no era desconocido del intérprete
y le condujeron allá. Don Juan Cólogan Fallon le recibió con cariño
y le dio unos billetes de valor de algunas libras esterlinas para que se
equipase de ropa y demás necesario. Jamás había visto López letras
de cambio, y se quedaba estupefacto cuando, además de los ingleses
darle cuanto él les señalaba, le entregaban puñados de chelines, y que
cuando ya adquiridos éstos iba a pagar con ellos en otra parte se los
devolvían y preferían el papel dándole además la demasía en dinero.
Cólogan también le proporcionó volver a su país en un barco neutral,
a donde llegó inesperadamente en septiembre del mismo año 1805.