Hace unos días visité Londres para recabar unos apuntes finales de cara a publicar un material inédito sobre la relación mantenida entre las Islas Canarias y la urbe británica en los siglos pasados.
Orientado por un amigo e historiador irlandés llamado John Bergin, me abrió las puertas del National Archives de Kew, donde él previamente había localizado el material que perseguía. Tardamos más de dos horas en acreditarnos y una hora más en quitarme la somnolencia que arrastraba. Eso y el frío londinense, que solo gracias a una magnífica calefacción se podía soportar, dentro de aquel templo archivístico que es Kew.
En dos días intensos, con la ayuda de mi mujer, repasamos libros de contratos de la Royal Navy, leímos cientos de apuntes, decenas de cartas de lores, almirantes y compañías contratistas que no eran sino un mínimo porcentaje de lo que allí se atesora. Pero eso no me desmoralizaba, porque tenía muy claro que era lo que buscaba y de forma quirúrgica, iba a por ello y lo demás me daba igual.
Armado con un iphone de última generación, la mejor herramienta de un tecnológico investigador, saqué más de un centenar de fotos a los documentos, cosa que no todos los archivos permiten. La sede del archivo rezuma actividad, porque los anglosajones indagan y divulgan de forma constante. Es más, en la propia sede hay una librería que muestra un rosario de publicaciones que exponen lo más atractivo de la historia británica. Y es que no hay nada como haber sido un imperio para sacar pecho de tan glorioso pasado.
Con la memoria del iphone llena de documentos, mi cabeza bullía pensando como cada documento explicaría mejor el relato que iba a contar. Pero necesitaba algo más y no eran más papeles, era pasear y ver los lugares en los que se desarrolló la acción.
Durante horas visité los edificios de las compañías, la antigua sede del almirantazgo y la Royal Society y un sinfín de entidades cuyos edificios aún se mantienen en pie, si bien muchos de ellos destinados a otros usos.
Por la noche, tras una cena exótica a las seis de la tarde en uno de esos maravillosos restaurantes que oferta la ciudad, caminamos por la rivera del Támesis y nos dirigimos a la City para verla y vivirla de cerca. El metro nos dejó en la estación de Cannon Street y cuando salimos a la superficie el bullicioso jaleo de los ejecutivos saliendo de trabajar nos cautivó.
Las torres de cristal, las luces, las sedes de los bancos de inversión muestran, en ese lugar el poderío financiero de la ciudad, prácticamente el sostén de la misma junto al turismo. Tras admirar la elegancia con la que se mezclan en esa zona la ultra modernidad con edificios de más de tres o cuatro siglos te das cuenta de que en el pasado esa ciudad representó mucho más de lo que lo hace ahora, pues actualmente comparte su hegemonía con Nueva York, Paris, Hamburgo, Hong Kong, Shanghái y Tokio.
La urbe londinense no tenía rival en el siglo XVIII pues desde la metrópolis se gobernaba un mundo de comercio liberal, sin restricciones, donde los bróker de la ciudad gestionaban contratos de harina, de carne, de maderas nobles, de acero, de oro y plata de contrabando, de vinos y de un sinfín de bienes que se ofrecían al mejor postor. De hecho las calles de la City mostraban en sus nombres el sector de las empresas establecidas.
Era muy distinto al comercio español mucho más monopólico y controlado, en el caso de las Indias Españolas, por la casa de contratación. En Londres, no era así, y finalmente el liberalismo acabó por comerse a la economía controlada y dirigida como era la española y terminó por liquidarnos como superpotencia. Vamos lo mismo que los Estados Unidos en su carrera contra el comunismo de la URSS y es que al final la economía prevalece.
La única diferencia entre aquel Londres y el actual es que antes no había email ni comercio digital, pero sí que tenían el mar y los océanos para mover las mercancías. El Támesis era la conexión y como leo en las cartas había días en los que el tráfico era tan denso que los navíos se atascaban por días antes de poder salir a mar abierto. Desde luego no les hacía falta el correo electrónico porque cada día salía o llegaba un barco al puerto que desearan y no anhelaban una mejor comunicación pues entonces disponían de la última tecnología marítima.
Aquella ciudad abierta y cosmopolita es la misma que ahora, salvo por la sombra del brexit que atenta contra la más sagrada esencia de lo que ha sido esa ciudad. La City acabará imponiéndose a los pésimos políticos y más tarde más temprano las cosas volverán al cauce del Támesis, es decir, al río del dinero.