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LAS ISLAS CANARIAS, EL PUENTE DE PLATA

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Si ya es difícil investigar y descubrir hechos pasados, la tarea empeora cuando lo que buscas ha sido concienzudamente ocultado. Afortunadamente siempre queda algún cabo suelto, o una fina hebra de la que tirar. En esta ocasión no se trata de un crimen o de una conspiración, sino de dinero, o mejor dicho, de lingotes de oro y monedas de plata que de forma oculta pasaron delante de nuestras narices durante siglos sin casi nadie advirtiera nada.
Actualmente los arqueólogos se sumergen en los fondos oceánicos buscando pecios y ansiando localizar tesoros perdidos. Entre las maderas corroídas es probable que alguna vez encuentran algún cañón y con mucha suerte alguna moneda. Lamentablemente lo que nunca encontrarán son los testimonios de las desgraciadas vidas de los que allí perecieron o detalles de quién y el porqué de esos envíos y sin duda ese siempre sería el mejor hallazgo.
Sin embargo hay otros medios para encontrar tesoros, hurgando entre los corroídos papeles de los archivos donde, con algo de suerte, podrías localizar la historia que se oculta detrás de esos navíos. Un ejemplo es el documento que acompaña estas líneas.
Ahora, cuando ya no somos conscientes de que vivimos inmersos en una revolución, donde el dinero prácticamente no se palpa, las transacciones se hacen informáticamente y el movimiento de dinero en efectivo entre naciones es ya muy raro sino ilícito. Lo cierto es que hace siglos era igual y la “extracción de caudales” se penaba. Por ejemplo, para que los comerciantes canarios compraran unas fanegas de trigo en Mogador en el siglo dieciocho, algo bastante recurrente en periodos de sequía, se debía tener autorización expresa para sacar unas monedas de plata.

Por entonces España era, gracias a sus Indias Americanas, una fábrica de monedas que financiaba nuestro imperio y que nos permitía comprar armas, barcos y pagar nuestras tropas. Esos reales de plata eran tan codiciados por otras potencias europeas que los compraban empleando todo tipo intermediarios, tanto en España como en las Indias, y siempre de forma oculta a las aduanas españolas. Sin duda las Islas Canarias eran el lugar idóneo para ello.
Al igual que España, los británicos necesitaban mucha plata como medio de pago en la India, China, Australia o en la misma Europa. Las reservas de esas monedas daban seguridad y estabilidad al sistema monetario, y más en tiempos de guerra, pues los metales preciosos siempre fueron el refugio de los inversores privados o gubernamentales tanto en siglos pasados como ahora.
Pero ¿cómo te podías hacer con esas monedas?, pues no con dinero, sino por intercambio de bienes. Una forma recurrente era llevando seda o cacao a Cuba o Nueva España para intercambiarlas por monedas de plata, actividad que realizaban los comerciantes de Tenerife y Gran Canaria con sus agentes Americanos. Una vez las sacas se embarcaban en América estas alcanzaban la costa de las islas y eran transbordarlas a otro navío que hacía la ruta hacia Londres. En el caso de Tenerife, esto se llevaba a cabo en el norte de la isla, en Anaga o en la playa de Martíanez, para evitar el control de la casa de la Aduana del Puerto de La Cruz y de Santa Cruz. La población local sabía de estos transbordos pero nadie nunca dijo nada salvo los cronistas de la época como Álvarez Rixo que si lo reflejó en sus Anales.
Un ejemplo de embarques compartidos fue este de junio de 1779, justo cuando España declaró la guerra al Reino Unido. Varios comerciantes fletaron el navío neutral sueco Anna Chistina Federica que transportó de contrabando: 50 sacas con 10.000 monedas de plata marcadas con las iniciales T.C.V. [Tomás Cólogan Valois], 40 sacas con 8.000 marcadas con las iniciales de P.P. [Felipe Piar] y 45 sacas más con 9.000 marcadas con A.P.R. [hermanos Andrés y Pedro Russell] de Gran Canaria. Las expectativas de ganancias eran bajas dado el alto coste del aseguramiento por la propia guerra[1].
Los navíos procedentes de América solían ser españoles y muchos de ellos traían se traían de vuelta más sacas de cacao y entre ellas las sacas con el dinero. Los que hacían la ruta de manera estable de Tenerife a Londres a finales del siglo XVIII era: el Scipio, capitán Samuel Kirkman; el Emerald, capitán George Addis; el Earl of Sandwich, capitán John Cocheran;
y el Princess Royal, capitán Dawes, y ocasionalmente otros como el Anna Chistina Federica.

Al fin y al cabo, estos envíos no era sino un añadido más al comercio principal que se desarrollaba entre Tenerife y Londres: la exportación de vino. Es fácilmente entendible,  pues los vinos se entregaban directamente en el Támesis, en la actual City londinense, donde operaba el mayor mercado financiero de Europa. En la contabilidad de aquellos envíos, entre las anotaciones de pipas, medias pipas y cuartos de pipas aparecen constantemente los limones blancos [monedas de plata] y amarillos [lingotes de oro] que iban escondidos a bordo.Los W.L [Whites Lemmons] van aumentando de precio con motivo de los navíos para la India y dicen que habrá mejoría hasta el mes de abril. Tu plata labrada se vendió a 6 ½[2].
Los receptores eran financieros independientes de la City, con nombres y apellidos o agentes bancarios que luego los introducían en el circuito financiero. La mayor parte de este metal iba a parar al gobierno, tanto más cuando su país entraba en guerra o deseaba abrir nuevos mercados.
Otra forma de adquirir monedas era acudir a Cádiz que por medio agentes las compraban y las embarcaban hacia Londres. El documento que ilustra este ejemplo lo firma el comerciante gaditano Edmund Costello que embarcó hacia Londres 13.000 monedas de plata y 125 onzas de oro en la goleta española La Yndustriacapitán Noda, por orden de dos hermanos de Tenerife.
¿Pero cuál era el negocio para los intermediarios?, pues tal como muestra esta factura de agosto de 1814 el beneficio era básicamente su comisión, y por tanto era un servicio financiero más. En la contabilidad de estos embarques, se anotaba el gasto de la compra, el flete, el aseguramiento, el corretaje, la comisión y hasta el precio de las sacas en las que iban las monedas. No había nada que lo distinguiera de un envío de vino o de orchilla, salvo eso sí, el extremo sigilo.
Queda por tanto demostrado que los verdaderos tesoros no eran de piratas y corsarios sino los de los elegantes financieros que siempre movieron más sacas de dinero de lo que podamos imaginar. La pista y el relato lo aporta un papel, que es la hebra de que tirar. Sin embargo lo que me cautiva es apreciar que no hay decenas, sino centenares de documentos como este, que muestran que el océano Atlántico y las Islas Canarias fueron durante siglos  el puente de plata para este tráfico.
Carlos Cólogan



[1]AHPTF. AZC. Sig. 121. Cop. Cartas 1777-1782. Carta de Juan Có­logan e Hijos a Cólogan, Pollard & Comp. Tenerife. 5 de junio de 1779.
[2]AHPTF. AZC. Corr. 893/11. Carta de Juan Cólogan Valois a Tomás Cólogan Valois. Londres. 18 de noviembre de 1785.


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