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DOS MUERTES MUY SENTIDAS

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Hay días para olvidar y aquel fue el martes 14 de mayo de 1799. Mi familia velaba ese día el cadáver de Juan Cólogan Valois que hacía dos años había regresado desde Londres donde residía desde 1777 para vivir sus últimos años en Tenerife. Estaba muy enfermo de gota y desde hacía varios meses convalecía con grandes padecimientos. Tenía tan solo 47 años.
Esa noche la familia y amigos estaban reunidos en La Orotava junto al cadáver y a la casa llegaban numerosos vecinos a dar su pésame. También cada dos o tres horas llegaba algún hombre a caballo con el correo de Santa Cruz. Por entonces ya todos conocían que el general Antonio Gutiérrez de Otero estaba en sus últimas horas. Era un momento duro para la isla pues se le consideraba como el héroe más grande que jamás luchó por la isla. Todos le querían y apreciaban y asistían al ocaso del gran militar.

El hombre bajó de su caballo y quitándose los guantes y sacudiéndose el polvo se acercó a Tomás que de inmediato leyó la carta. Esta decía, “el General vive aún”.
Al amanecer del miércoles, Tomás, con el ánimo muy bajo y presto a enterrar a su hermano en la iglesia de Nuestra Señora de la Peña de Francia del Puerto de la Cruz vio llegar a otro hombre a caballo con más correo. Tomás, que ya iba de camino de la iglesia abría una nueva carta de Patricio Murphy. En ella le informaba que el general había fallecido esa noche, algo que le sumó a él ya todos en una mayor tristeza, pero lo que le indignó fue lo que ésta afirmaba al final.
“Estimado señor. Mañana pienso hablar con el [nuevo] Comandante General para preguntarle lo que Vuestras Mercedes desean saber acerca de las letras y el efectivo; hoy ni ayer no ha podido ser por causa de la muerte del Señor Gutiérrez. También tengo que participarle a Vuestras Mercedes la lastimosa noticia de que a las tres de la madrugada, entraron los botes de una fragata inglesa, y se llevaron la de Fierro; acababa de levarse y hoy se hubiera ido sin falta para su destino, es una buena desgracia”.
La expresión lo dijo todo, hasta la noche de su muerte el general tuvo que ver como los ingleses seguían merodeando y atacando la isla.
Tomás torció el gesto y rompiendo la carta la tiró. Se estiró la chaqueta y cogió de la mano de su mujer Isabel para entrar en la iglesia y dar un cristiano entierro a su pequeño hermano.


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