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22 NIÑOS LLEGAN A TENERIFE PARA INOCULAR EL VIRUS DE LA VIRUELA

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“Esta madrugada entró en este puerto con 10 días de viaje de la Coruña que va con la Expedición de la Vacuna para la América. Vienen 22 niños y ya están alojados en tierra y permanecerán aquí un mes. Se les hizo un espléndido recibimiento”.

Esta breve descripción narra la llegada a Santa Cruz de Tenerife de la corbeta María Pita de 160 toneladas, capitán Pedro del Barco y España procedente de La Coruña. Este único navío constituía la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna contra la viruela [1803-1813] que tenía como objeto propagar y perpetuar la vacuna en los territorios hispánicos de Ultramar. Fue la primera gran campaña de vacunación a nivel internacional de la historia.

El mérito de esta novedosa expedición fue sin duda del médico y militar Francisco Javier Balmis Berenguer que persuadió a Carlos IV para enviar una expedición a América que propagara la recién descubierta vacuna contra la viruela. El Rey estaba muy sensibilizado con el problema pues su hija, la infanta María Teresa, había fallecido a causa de la enfermedad. Acompañado por José Salvany y Lleopart partieron de La Coruña y llegaron a Santa Cruz el 9 de diciembre de 1803 donde fueron recibidos con gran expectación.

El asunto de inocular, es decir, introducir en el organismo por medios artificiales un virus o bacteria de una enfermedad contagiosa hace que este cree los anticuerpos correspondientes. La técnica de curación por había sido desarrollado por el inglés Edward Jenner en 1798 observó que las recolectoras de leche adquirían ocasionalmente una especie de viruela bovina por el contacto continuado con las vacas, y que luego quedaban a salvo de enfermar de viruela común. Su propuesta era inocular a gente sana con esta bacteria y al principio no fue aceptado por todos. En 1800 su curación ya se aceptaba y había llegado a media Europa y el propio Balmis tradujo un libro del francés Jacques-Louis Moreau de la Sarthe, en el cual se detallaba el procedimiento.

El principal reparo a la Gran Expedición era su alto coste cifrado en 90.000 reales de vellon. Había que llevar en unas condiciones sanitarias nunca antes vistas, un carísimo equipamiento consistente en botiquines con los medicamentos, lienzos para las vacunaciones, 2.000 pares de vidrios para mantener el fluido vacuno, una novedosa máquina pneumática, 4 barómetros, 4 termómetros, 500 ejemplares de la obra de Moreau de la Sarthe traducida por Balmis, como manual para la difusión de esta práctica, 6 libros en blanco, para anotar los resultados de su trabajo y servir de registro de las actividades realizadas. Pero esto no era lo más complicado.

Dado que no existía recipiente alguno ni medios en la época para conservar la vacuna, se decidió que fueran los niños sanos que no la hubieran pasado los portadores de la misma. Los veintidós niños embarcados procedían de tres ciudades. Seis de la Casa de Desamparados de Madrid, once del Hospital de la Caridad de La Coruña y cinco más de Santiago. Una vez inoculado un niño, a los nueve o diez días se lo transmitía a otro y así sucesivamente. Para ello debían ser cuidados y vigilados con mucho seguimiento.

A estos problemas se sumaba una inmensa cantidad de niños y mayores que hubo que movilizar en cada lugar donde se hicieron las inoculaciones. Primero hacer la difusión y convencimiento del procedimiento y luego organizar a cientos de niños con sus padres. En el caso de las Islas Canarias el encargado de organizar la estancia y las vacunaciones le correspondió al comandante general de Canarias, Fernando Cagigal de la Vega y todo hay que decirlo, fue una suerte contar con él pues lideró la campaña con gran acierto y determinación.

El propio Balmis se sorprendió de la gran aceptación en Tenerife e incluso se desplazó a La Laguna para evitar que tantos niños debieran bajar a la ciudad portuaria. Lo cierto es que aquella escala generó todo tipo de situaciones y es que la mortandad infantil era muy elevada. Además en las islas la salud se tomaba muy en serio pues las epidemias, como hoy sucede con los aviones se transmitían muy rápidamente entre continentes por el incesante trafico naviero.

En ese mismo mes en que Balmis estuvo en la isla llegaron navíos de todas partes. El 24 de diciembre llegaba un bergantín procedente de Nueva York y el comandante general se negó a dejarle entrar sin la cuarentena pues se conocía que en aquel puerto americano había un brote de fiebre amarilla provocado por un barco procedente de Portsmouth.

“No está en mí arbitrio eludir las órdenes del Rey, en la que no se expresa que los barcos procedentes de Nueva York deben de cumplir con lo resuelto por S.M. porque traigan muchos o pocos días de viaje, y como VMS verán, esta última orden de la Corte pide, no se hagan reconocimiento de su estado de salud, ni que deba yo contentarme con algunos días de quarentena, sino que manda expresamente que no se admitan en nuestros puertos, sin haberla hecho rigurosa en algunos Lazaretos sucios de las Potencias Extrangeras”.

Dos días después llegaba otro desde Virginia con la documentación de salud en regla. Este bergantín de Virginia ya está adentro, traxo su Carta de Salud y parece que no hay noticias de enfermedad en aquella parte.

Mientras el ajetreo de niños llegando a Santa Cruz acompañados de sus padres era considerable todo se organizó para que esta se propagara y el 28 de diciembre ya eran más de 800 niños vacunados. No solo era Tenerife el objetico sino las siete islas y desde el Puerto de La Luz partió un barco con siete niños con sus padres y un practicante para ser vacunados, de Lanzarote llegaron cinco niños más que a su vez propagarían la cura a otros también llegaron desde La Palma y así sucesivamente.

La expedición permaneció en Santa Cruz hasta el 6 de enero de 1804 y llegó a la Guaira [Venezuela] en donde se dividió. Balmis se trasladó a Caracas, luego a Puerto Cabello y desde ahí partió hacia La Habana. Salvany se adentró en Nueva Granada [Colombia] y luego en el Virreinato de Perú [Ecuador, Perú, Chile y Bolivia]. En 1805 Balmis llegó a Nueva España [México] y logró que la vacunación se extendiera hasta Texas. Cruzó el país y el grueso de la expedición original partió desde Acapulco hacia Manila [Filipinas] y Balmis descartó regresar a América para adentrarse en China. Regresó a España parando incluso en Santa Helena en 1806, donde las autoridades británicas se opusieron inicialmente a la vacunación, si bien luego la autorizaron.

El propio Jenner escribió años más tarde sobre la expedición española. No puedo imaginar que en los anales de la Historia se proporcione un ejemplo de filantropía más noble y más amplio que este.

Carlos Cólogan Soriano

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