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BIEN PODRÍA SER LA HISTORIA DE PEDRO XIMENEZ

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Si querías sobrevivir en tierras germánicas más te valía tener al lado a un hombre como Pedro, un tío imponente pero noble y también algo rudo como delicado cuando se trataba de manejar sus manazas.

La piqueta en sus manos era mortífera y la usaba al estilo de los hábiles árabes. Se la había hecho el mismo con madera de roble en algún lugar de Andalucía y menciono esa tierra porque su acento era de allí aunque por momentos su tez le podría hacer pasar por moruno.
El arcabuz lo manejaba con una sola mano y lo recargaba en la mitad de tiempo que cualquiera de nosotros y ya en una ocasión su pericia me salvó cuando un bestia teutón me cayó caía encima.


Pero no quería hablar de sus habilidades militares sino de sus rarezas que son muchas. Hace unos días de camino a Wimpfen nuestro capitán don Gonzalo de Córdoba se percató que en el tercio escaseaba el vino y viendo que a pocas toesas habían unos viñedos medio tirados en el suelo ordenó que los que supieran manejarlas las cogieran para hacer vino.
El tosco Pedro no se dio por enterado mientras juegueteaba con unas maderas dandole forma de empuñadura. Los atolondrados y cuelga medallas que en nuestra unidad eran mayoría salieron al campo y se trajeron varias cestas llenas de uvas con la voluntad de hacer algo parecido a vino.
Pedro los observaba con el rabillo mientras musitaba algo que para mi eran maldiciones. Yo dije nada, pero veía que el andaluz de iba calentando por momentos.
Aquellos tuerce botas propusieron prensar las uvas y guardarlas en las vacías tinajas de la compañía. La previsión era que aún quedarían varios días para el asalto y más valía tener provisiones. Además, y por una vez veíamos el sol y había que mejorar el ánimo de la tropa y de la tripa.
Pedro, que desparecía todos los días al amanecer y regresaba con estaquillas de maderas que para mi eran de viñas, me hizo una señal para que le acompañara para buscar nuestras propias uvas.
Yo jamás había visto a nadie antes sacar racimos con semejante destreza. Y sin mostrar el más mínimo signo de agotamiento. Esos dedos suyos sujetaban y soltaban racimos como galletas y parecía que llevaba toda la vida entrenando para eso.
Con quince cestones cargadas hasta las trancas me pidió extenderlos en un llano fuera del alcance de la vista de los soldados. Yo no entendía para que carajo quería esparcir esos racimos pero le obedecí.
No se como pero el solajero se mantuvo durante seis días seguidos en aquel octubre de 1620 en la gélida germania. Y pasados esos días y cuando yo ya ni recordaba que las uvas seguían allí el compadre me dijo que había que volver.
Cuando vi el reguero de uvas por los suelos me maldije porque recogerlas nos iba a llevar tres horas. Tras espantar a los ratones que habían descubierto nuestro botín llevamos aquellas uvas a punto de ser pasas a una caseta apartada.
En ella Pedro había preparado cuatro toneles y un artilugio de prensar que no sé como demonios se agenció pero tras cuatro horas de pesado trabajo conseguimos sacar un jugo a aquellos racimos que Pedro no me dejo probar. Luego hizo algunas rarezas que son incapaz de describir y nos fuimos de allí.
Una semana después el rumor ya corría por el tercio y avisado don Gonzalo este pidió ver el asunto que se cocía en aquella caseta a la que Pedro no dejaba entrar a nadie.
Pedro, fiel a su carácter, obedeció a enseñarlo al mando y este entró y sorprendido de semejante tinglado para pidió probar el vino.
El andaluz vertió en el aquel líquido algo espeso y rojizo en un cuenco. Don Gonzalo se lo echo al gaznate de un trago y tras limpiarse la boca eructó más que complacido y sonriendo preguntó.
- ¿Don Pedro se llama usted?
- Si señor, a su servicio.
- ¿De donde eres Don Pedro?
- ¿De la sierra de Montilla, en Córdoba.
- ¿Quien te enseño a hacer vino Don Pedro?
- Fue mi padre, Pedro Ximenez.
- Buen padre has tenido y buen vino he bebido.
Don Gonzalo que de vinos algo sabía ordenó que un pelotón se pusiera bajo sus órdenes para recoger más uvas y elaborarla bajo el estilo de “Pedro Ximenez”.
Tras vencer en la batalla don Gonzalo mantuvo bajo su mando directo a don Pedro y de Alemania trajimos tres carromatos cargados con esquejes de aquellas uvas.
Don Gonzalo siguió guerreando pero yo me volví a Córdoba con mi amigo donde insertamos los esquejes que sobrevivieron al largo viaje de regreso del tercio.

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