Eran meses de muy malos presagios, amenazaba una nueva guerra y la economía se resentía. El comercio marítimo sufría restricciones y las trabas burocráticas se llevaban hasta límites absurdos.
Los franceses y su emperador Bonaparte andaban a la gresca con media Europa y los canarios, absolutamente dependientes del comercio marítimo, nos enfrentábamos a una nueva hambruna y encarecimiento general.
En Londres se revisaba cada baúl, cada saco y cada tonel que subía a un barco para que este no acabara en las manos del tirano Napoleón, especialmente si eran herramientas útiles para la guerra. Y nuestro consulado en Londres debía certificar que se cumplían las normas.
Entonces la desnortada política española se orientaba hacia el bando francés que planeaba una ilusoria invasión de las islas británicas. Y nosotros con un rey algo bobo le reíamos las gracias al emperador.
Si bien por entonces España no era enemigo de los británicos si que recibía el escrutinio portuario inglés. En el escrito que muestro es la certificación que declara que lo que sale de Londres en el navío Panus, capitán Esteban Waterman llevaba, entre otros, una partida de sacos con lanas para Tenerife y lo firmó el cónsul español Miguel Llarena Salcedo.
El remitente del envío es la empresa Scott, Idle & Co. intermediario para el suministro de vinos de tenerife a la Royal Navy en esos años (que paradoja).
Esas inofensivas lanas para la isla no impidieron que el 5 de octubre de ese mismo año, frente a las costas de Portugal, la fragata de Nuestra Señora de las Mercedes fuera salvajemente atacada y sus 269 tripulantes acabaran en el fondo del océano.