Hacer vinos requiere de mucho esfuerzo y amor por la tierra y luego, Dios dirá. Es decir será el clima, las aguas, la tierra y las inclemencias las que harán de él un buen o mediocre vino. Pero no es a eso a lo que me quiero referir sino a lo que viene después, que es venderlo y venderlo bien.
Para los que vivimos en las Islas Canarias el esfuerzo a desplegar es ímprobo por muchos motivos. Primero por la lejanía de los mercados que más consumen. Esa suele ser la más evidente y una excusa para explicar luego porqué no se venden. Luego vienen otras como la competencia de precios de grandes productores o las barreras de entrada. Lo cierto es que la producción es tan limitada que por ese camino siempre nos será difícil progresar.
Esa limitación de la producción es vista como una tara pero realmente esconde una virtud que a veces se nos escapa como es la singularidad de nuestros vinos y es ahí donde debemos volcarnos como ya se hizo en el pasado.
Una parte importante del patrimonio vitivinícola de España, se encuentra en el Archipiélago Canario, donde han sobrevivido variedades de bayas o uvas que ya no se encuentran en otros lugares, debido a que las plantaciones canarias no se vieron afectadas por la filoxera, plaga que arrasó con los viñedos de Europa y el resto del mundo a finales del siglo XIX y principios del XX.
Pero incluso antes de esa tragedia, ya sea con la malvasía en el XVI y XVII como con los vidueños en el XVIII. Los vinos canarios eran embarcados en nuestros puertos con destino a las indias orientales en navíos de la East India Company (con contratos firmados en la City) o hacia el occidente en navíos españoles o británicos hacia las trece colonias americanas (con acuerdos de intercambio de vinos por duelas y cereales firmados allí). Dejó a un lado que en 1830 el vino de Tenerife fuera elegido como el vino oficial de la farmacopea americana.
El motivo de su elección era la relación calidad-precio, esa tan manida ecuación tan vigente hoy pero también lo eran por su fortaleza para soportar largas travesías. A estas cualidades se añadía una sutil y elaborada red comercial con agentes en ciudades tan lejanas como Londres, Hamburgo, Filadelfia o la Habana. La red comercial era la gran fortaleza de los vinos canarios y gracias a esta fueron conocidos a una escala global.
Las Islas Canarias en general y la isla de Tenerife particularmente llegaron a copar junto a los Madeiras los mercados de Boston, Filadelfia y Nueva York, antes incluso de que en aquel país se plantará la primera cepa de vinos. Digo más, el primer vino bebido en tierras australianas fue un vino de Tenerife vendido por la compañía de Juan Cólogan e Hijos a la First Fleet en su paso por Tenerife en 1787. Del suministro de vinos a la flota en su escala de Santa Cruz se encuentra aún inédita documentalmente, pero ya sabemos que fue negociada en Londres por la compañía Cologan, Pollard and Comp. También sabemos que hubo un emperador chino que bebió profusamente vinos de Tenerife y este fue nada menos que el emperador Kanghi allá por el 1630. La lista podría ser muy larga como Shakespeare, George Washington, el emperador Mohamed III de Marruecos en 1774 o la Rusia de los Zares en el siglo XIX.
Todas estas circunstancias se lograron con mercados lejanos abiertos a una competencia mundial como la que vivimos ahora pues desde luego la competencia no es solo propia de nuestro tiempo. En las centurias pasadas ya estaba el Sherry, el Claret, el Oporto, el Madeira por no decir de los aguardientes o la propia cerveza. Dejando al margen de que en el siglo XVIII no existía ni el comercio electrónico ni los aviones ni nada que se le parezca, aquellos avezados comerciantes no tenían la historia ni unos bien fundados antecedentes que les avalase cosa que ahora si tenemos y esto es realmente muy importante.
Así pues, ahora que tenemos un bella historia de comercio de vinos casi inédita, ha legado el momento de sacarla a relucir, pero no por alardear de ella sino por mostrar el aprecio que de nuestros vinos hicieron grandes hombres de ciencia, de la política y de las humanidades.
Muchos de ellos lo dejaron por escrito en sus memorias como Voltaire, también lo hizo Humboldt, La Perouse, el capitán Cook, ellos vincularon nuestros vinos con sus propias vidas pues no hay mejor maridaje que una botella de vino y una buena historia. Así pues, no hay obstáculo alguno para que los maravillosos vinos canarios vuelvan a ser una referencia mundial, los babosos, la malvasía, el marmajuelo, el listan, el negramol, la tintilla, el vijariego y otros son varietales endémicos y exquisitos que volverán a emergen solo cuando lo viticultores canarios lo consideren.
Muchos de ellos lo dejaron por escrito en sus memorias como Voltaire, también lo hizo Humboldt, La Perouse, el capitán Cook, ellos vincularon nuestros vinos con sus propias vidas pues no hay mejor maridaje que una botella de vino y una buena historia. Así pues, no hay obstáculo alguno para que los maravillosos vinos canarios vuelvan a ser una referencia mundial, los babosos, la malvasía, el marmajuelo, el listan, el negramol, la tintilla, el vijariego y otros son varietales endémicos y exquisitos que volverán a emergen solo cuando lo viticultores canarios lo consideren.
Carlos Cólogan
Santa Cruz de Tenerife