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EL RIESGO DEL MAR

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En la España del siglo XVIII, cuando un capitán de barco no se podía pagar un viaje a las Indias Españolas, siempre había mecanismos financieros que lo posibilitaban como eran los riesgos marítimos. Dicho de otra manera, cuando el que arriesgaba no tenía capital suficiente, recurría a solicitar un préstamo a cambio de una parte del beneficio.
Ese fue el caso de Matías Juan Domingo, vecino de Santa Cruz de la Palma, en las Islas Canarias y capitán del navío nombrado el Santísimo Sacramento Nuestra Señora del Carmen y conocido coloquialmente como la Paloma Ysleña que, en 1765, partía desde Santa Cruz de Tenerife con destino al puerto de la Guaira en Venezuela.
El prestamista es Juan Cólogan Blanco del Puerto de la Cruz que le da, en esta ocasión, 466 pesos. Pero fijémonos en el detalle porque más tarde menciona que el dinero se devolverá en «pesos fuertes». Esta moneda corresponde a la moneda española acuñada en México desde 1535 y que estaba hecha de plata con un peso de 27 gramos [y una ley del 92 % de plata pura]. Por tanto además del beneficio por cambiar a plata de ley, se añadía el beneficio “en la forma acostumbrada”. El prestamista tenía en la Guaira a sus agentes y el dinero a devolver era pagado o bien a Joseph de España, su agente oficial, y en segundo lugar, en caso de problemas, a Miguel Álvarez Casañas.
Ese viaje se hacía con un “navío de registro” y el regreso de igual forma. Disponer de “registro” era tener una autorización del rey para llevar o traer mercancías de las Indias Españolas. Por entonces el tráfico aún no era libre y se repartían cuotas para poder optar a realizar un viaje. En algunos casos los capitanes viajaban a Madrid para conseguir los solicitados “registros”.


Con el sistema de navíos de registro los comerciantes, tras solicitar la autorización correspondiente podían cruzar el Atlántico por iniciativa propia, reemplazando de este modo a las tradicionales flotas. Este sistema suprimió innumerables trámites burocráticos y agilizó el envió de barcos mercantes, aumentando el volumen de los intercambios comerciales entre América y la Metrópoli.
Curiosamente en 1765 se puso fin a la política que permitía el comercio de América sólo con el puerto de Sevilla y se autorizó la salida de naves desde nueve puertos españoles. En 1778 se estableció el comercio libre entre América y España. Esta reforma mantuvo la prohibición de negociar con puertos no españoles sin permiso legal y siguió negando a las colonias la posibilidad de comerciar entre ellas con productos que pudiesen competir con las mercancías elaboradas en España.
Así pues, con una sola carta, se describe perfectamente la economía del comercio marítimo del siglo XVIII y en el que la actividad financiera privada actuaba como catalizador y dinamizador del comercio entre las Islas Canarias y América. Ya fuera vía riesgo marítimo, por el aseguramiento, por el avituallamiento de los buques, el comercio a comisión, el sistema crediticio era fundamental para el funcionamiento de la Carrera de Indias. Y en este protomercado financiero las Islas Canarias tuvieron, como no, su papel pues la Guaira y el cacao que de allí venía era esencial para muchos comerciantes canarios.

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