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Vino de Tenerife para aliviar a las tropas de George Washington

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VINO Y GUERRA
A mediados de 1781 George Washington batallaba incesantemente contra los británicos en la guerra de la Independencia. Fue el año clave de la guerra y cuando se desataron las batallas más cruentas y las más decisivas.
Era invierno y tanto Washington como sus tropas hacían un alto en la zona de Dobbs Ferry un punto situado en la rivera del río Hudson al norte de la isla de Manhattan. Sus tropas eran escasas y estaban maltrechas tras varios inviernos durísimos. Las epidemias habían causado muchas bajas y la diarrea mataba más que los disparos de los loyalist británicos. A tiro de piedra estaba la, por entonces, frondosa y por entonces aún verde península de Manhattan que en esos días aún permanecía en manos inglesas. Desde su puesto de vigilancia Washington cavilaba cuál sería su mejor opción para asediar a los británicos.
En medio del lodazal en el que se había convertido su campamento, el hospital de campaña ocupaba un tamaño considerable. El general William Heath, encargado de la logística del ejército, era persistente en sus peticiones pero también era un tipo sensato que empleaba muy bien los pocos fondos disponibles.
Por entonces, las granjas de las zonas aledañas a las tropas ya habían sido requisadas, obteniendo algo de carne y cereales para alimentar a los soldados. Muchos de los granjeros no eran ni siquiera fervientes revolucionarios pero poca opción les quedaba ante semejante tropel de soldados hambrientos. Sin embargo con el líquido elemento había un problema y es que los ríos estaban sucios y congelados y el frio y la sed hacían una pésima combinación.
Desde hacía días el debate entre Heath y su comandante en jefe Washington se centraba en cual era la mejor opción para dar de beber a las tropas, pero sobre todo a los enfermos que ya atestaban el hospital.
Desde el inicio de la guerra el vino era empleado como un bebedizo que servía para administrar las amargas medicinas naturales. En algunos casos mezclaban el vino con opio para dárselo a los enfermos terminales intentando aplacar sus últimos dolores terrenales. También se combinaba con tabaco, verdegambre e incluso aloe todos ellos productos ciertamente desagradables pero que en tiempo de guerra eran considerados verdaderas medicinas.

En los duros días invernales Heath se quedaba sin opciones y solo le quedaban dos posibilidades. O bien darles el ron caribeño incautado a los ingleses o consumir un resto de 50 pipas de vino de Tenerife que el gobierno de Massachusetts guardaba celosamente tras haberlas incautado en el puerto de Filadelfia a un comerciante. ¿Cómo llegaban esas pipas al ejército?, pues muy sencillo, se las vendían los importadores de Filadelfia y Boston, muchos de ellos declarados patriotas.
No sería muy difícil fácil seguir la pista de esas pipas y conocer su procedencia pues en Tenerife se guardan aún los archivos de las casas de comercio que exportaban a las Trece Colonias en los años de la guerra. No eran más de cuatro empresas las que lo hacían y éstas siempre eran del Puerto de la Cruz. El vino, se embarcaba en el muelle de este puerto y salía rumbo a las colonias en navíos relativamente pequeños. Estos solían dejar antes en la isla las duelas de roble americano con las cuales elaborábamos nuestras Pipas y mediante este trueque las intercambiábamos por vino.
Lo cierto es que incluso antes de la guerra, los capitanes mercantes americanos ya venían al norte de Tenerife con una asiduidad cuatrimestral. Esos mismos capitanes se convirtieron durante la guerra en corsarios al servicio de la nueva Marina Continental pues los premios, que eran como se llamaba al reparto  de los botines, eran mucho más sustanciosos.


Tras décadas de preponderancia de la familia Franchi en el comercio con Norteamérica, principalmente con Filadelfia, surgieron nuevas casas comerciales como los Cólogan, los Barry, ambos irlandeses, y los escoceses Pasley que dieron un serio empujón a las exportaciones locales pero siempre en férrea competencia con el Madeira, un vino ciertamente mucho más apreciados que nuestros vinos.
Lo cierto es que no sólo había competencia con otros vinos sino también con el ron. Entre el ron y el vino hay que resaltar que el ron era más caro pero se transportaba en unos barriles más pequeños y más cómodos de transportar denominados hogshead [media pipa] de unos 250 litros, sin embargo el vino canario, que por cierto casi siempre se trataba de un vino blanco, se encontraba envasado en pipas de roble americano de 490 litros que obviamente eran mucho más complicadas de trasportar por tierra. Sin embargo, la ventaja de nuestro vino era su buen precio y además muy aconsejable para las diarreas y otros problemas digestivo tan frecuentes en la guerra.
Lo cierto es que al final los dos militares se pusieron de acuerdo y el comandante en jefe George Washington escribió a John Hancock, por entonces gobernador de la provincia de Massachussets, para pedirle que al menos 5 o 6 pipas de nuestros vinos fueran para sus numerosos enfermos.
A Washington no había que explicarle mucho de nuestros vinos pues el comandante en jefe ya lo consumía al menos desde 1757 y sabia de sus cualidades. Otro detalle importante es que la madera de las pipas con las cuales estas se habían envasado habían sido vendida por el comerciante Robert Morris, que ya por entonces hacía décadas que enviaba sus duelas de roble de los bosques de Pensilvania al Puerto de la Cruz y que durante este año de guerra ejercía de financiero para el gobierno revolucionario americano. Así pues los intereses estaban muy cruzados.
Con esta historia lo que quiero mostrar es que la vinculación comercial entre las Islas Canarias y las 13 colonias fue intensísima y muy antigua al tiempo que muy poco estudiada. Por cierto, desde Dobbs Ferry partieron sus tropas acompañadas de los franceses para dirigirse al sur, a Yorktown donde vencieron y fulminaron a los ingleses y tras esta victoria se dio pasó a la firma del armisticio.

Tras este breve relato, hay que reseñar que los vinos de Tenerife siguieron progresando mucho más en las colonias y se afirma que, cuando llegaron a Filadelfia las noticias de la paz en 1783, algunos de los vinos presentes en los festejos tinerfeños y es que a partir de entonces las ventas de vinos de Tenerife a los nuevos Estados Unidos se multiplicaron de manera exponencial hasta bien entrado el siglo XIX. Prueba de ello es que el Puerto de La Cruz recibió a un cónsul americano de forma simultánea a Cádiz y Málaga.
Tras la guerra, hubo una enorme cantidad de barcos y capitanes ociosos que retomaron la actividad comercial con un renovado ímpetu, pues la economía americana estaba completamente arrasada. Por ello, los fletes bajaron de precio así como las materias primas como la madera, el trigo y la harina provocando que la economía del intercambio de vinos por madera despegara como nunca antes se vio.
Así fue como las Islas Canarias pasaron, en el periodo desde 1783 a 1810, a ser completamente dependientes de la economía americana pues su mercado consumía casi todo lo que producíamos. A esto se sumó una persistente sequía que provocó una completa dependencia de los cereales americanos. Evidentemente esa importación obligaba, si o si, a la exportación de nuestros vinos que se vieron afectados por unas circunstancias favorables y es que la guerra, que siempre trae la pobreza, muchas veces nos benefició.




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