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1795. EL NEGOCIO DE LA GUERRA

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Como si de una película se tratara los hechos narrados en este artículo son verídicos y sucedieron en febrero de 1795 en el Puerto de La Orotava, Tenerife. Pertenecen a un tiempo en el que, en gran medida, el vino de la isla era el sustento de muchos, sino su modo de vida y los comerciantes mandaban, moviéndose en un entorno geopolítico desconocido para otros.
En este año, también fueron frecuentes las llegadas de navíos de nacionalidad danesa, sueca e incluso algunos rusos que venían siendo contratados, secretamente, desde hacía más de un año por los exportadores de vinos de esa localidad. Solo dos compañías tenían conocimiento de la llegada de esos barcos, y sus agentes en Santa Cruz y el Puerto de La Cruz, es decir Patricio Murphy y Charles Rooney.
Las empresas de Tomás Cólogan y Archibald Little mantenían en completo secreto sus acuerdos, de forma que nadie en las islas supiera de sus tratos con el gobierno inglés, más concretamente con el almirantazgo. Bueno, tal vez si lo sabían aquellos que tenían la opción de detenerlos, pero esos ya tenían su comisión y nada ni nadie lo pondría en riesgo. 
En 1795, se esperaba la llegada del bergantín inglés Johanna, o La Juana en el libro contable,para cargar vinos, pero ya era jueves y el Johanna no aparecía por el horizonte y los nervios atenazaban a ambas compañías.
La guerra entre Inglaterra y Francia era muy lejana pues se desarrollaba en el Caribe, y solo unos pocos y bien informados conocían que los ingleses habían destacado allí a miles de soldados para arrebatar las islas de Martinica y Guadalupe a los franceses. En la isla de Tenerife solo unos pocos sabían de su existencia, salvo estos dos comerciantes que tenían parte de su negocio depositado en esa misma guerra.
Hacía un año que una enorme flota británica se había desplazado hacia el Caribe y en su sigiloso paso por Madeira despachó varias cartas a Tenerife, dirigidas a Cólogan y Little, para que dispusieran lo necesario para poner en marcha el acuerdo firmado previamente en Londres por su bróker.
Dirigían las tropas el almirante John Jervis y el general Charles Grey y ambos habían dado la orden para que, desde Tenerife, partieran los vinos con que  sustentar a sus tropas. Por aquel entonces se habían anulado otros contratos con los portugueses por ser más caros y desde ningún otro lugar de Europa se iba a abastecer a sus marinos, salvo la isla de Tenerife. ¿Por qué?, bueno, eso será otro día....
Siendo estrictos sería más correcto decir que los vinos iban destinados más para curar que para alimentar pues donde más los consumían era en los hospitales de campaña. El motivo era que más de la mitad de las bajas se debían al escorbuto y a la disentería que a las balas y las cuchilladas y solo el vino les aliviaba. 
Antes de esto habían probado a darles brandy, luego cerveza, también algo de ron y algún que otro licor llamado Porter pero nada les daba mejor resultado que el Vidueño. El motivo era que era su correcta graduación alcohólica, su sabor agradable, pero sobre todo su durabilidad superaba a los otros. Cualquier cosa menos beber de un manantial de agua del Caribe.
Finalmente el sábado por la mañana apareció el bergantín y fondeó fuera del  conocido como “puerto viejo” junto a la Real Casa de la Aduana, en el Puerto de La Orotava. Una lancha se aproximó al Johanna con la intención de recoger el contrato de fletamento y ver los detalles del embarque. Las caras de los marineros reflejaban cierta tristeza y cuando Luís Lavaggi accedió a la cubierta vio la caja fúnebre.
El asiduo capitán John Hunter había fallecido durante la travesía desde Londres, tomando el mando el piloto Juan Belgrafe. Se avecinaban problemas pues todos conocían al rastrero y conflictivo capitán.
Dos días después aún no se habían podido a bordo subir las 232 Pipas y 20 medias Pipas contratadas a Juan Cologan e Hijos y a Pasley & Little con destino a la isla de Barbuda. Por el contrario,  Belgrafe había cerrado varios negocios con otros proveedores fuera del contrato de fletamento y el enfado de ambos comerciantes con el nuevo capitán acabó en una bronca debiéndose tomar medidas. Juan Belgrafe no era dueño del barco ni tenía poder para rebatir los contratos estipulados desde Londres, es más, sus negocios en la isla no tenían más interés que sacar beneficio económico.
Temerosos de que se malograra el envío para Barbuda, llamaron al escribano Nicolás de Currás y Abreu para que diera fe de las irregularidades, por no decir trapicheos del piloto. Los testigos declararon ante el notario que Belgrafe aprovechaba la escala para llevar, además de las 132 pipas y 20 medias pipas de contrata, otros vinos por cuenta de terceros, algo que prohibía su contrato y que le lucraba a espaldas del propietario del barco.
Al final, cargó lo obligado y lo demás, y se dio parte al fletador de las maniobras del piloto sustituto. Finalmente el navío llegó a la isla de Barbuda y las Pipas de vinos fueron entregadas al agente de la Royal Navy, Henry Papps, para luego ser repartidas entre los hospitales de campaña británicos.



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