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1815. ‘ELIZABETH’, EL MERCANTE DE LAS MIL Y UNA MARAVILLAS

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Desde hace varios siglos, las islas Canarias se han abastecido de manera diferente a como lo hacían el resto de puertos españoles. Nuestra conexión especial con Inglaterra hizo que muchos comerciantes locales nos proporcionaran artículos que difícilmente se podían adquirir en la Península.
Ya en los años 40 del pasado siglo mi tía Cristina, casada en el Puerto de Santa María con un gaditano, revolucionaba las playas locales con sus trajes de baño que exponían mucha más piel de lo que se acostumbraba en sus recatadas playas. A veces llevaba desde Tenerife, mermeladas, jabones y algunos artículos anglosajones que sorprendían a familiares y amigos, pues jamás habían sido vistos por aquellos lares. Y no es que fuéramos más modernos, simplemente comerciábamos con Inglaterra de una forma más directa que el resto del país.
Esta anécdota, que tiene un trasfondo muy real, queda refrendada con el siguiente ejemplo, rescatado de los archivos, sobre la llegada a Santa Cruz de Tenerife, procedente de Londres, del navío Elisabeth el 1 de abril de 1815. El barco, que venía consignado a nuestra compañía familiar, disponía del correspondiente inventario de efectos a bordo, el “Libro de entrada de efectos”, donde, de forma minuciosa, se detallaba su variada y valiosa carga.
El primer asiento correspondía a los textiles, de los que Inglaterra era una potencia de primer orden, empezando con las cintas de seda y piezas varias para complementar, como las hebillas, que se contaban por cientos. También había guarniciones de raso con franjas coronadas, peluchas diente de lobo con motitas, mucho terciopelo y muchísimos shales [chall] escoceses de múltiples colores para cubrir las espaldas. Luego venían los crespones negros y azul celeste, guantes largos hasta los codos, cada uno a 18 pesos, y los cortos a 15 pesos.
El apartado de los paraguas era de lo más variado: estaban los de tubo, unos específicos para mayores, bastones conteniendo sombrillas, otros con un extra de flecos y otros con guarniciones que costaban entre 9 y 16 pesos. Para las señoras, también para los señores, llegaba una enorme partida de pañuelos y medias de seda, que eran las más caras, y si querías algo más barato las tenías de hilo y algodón. Las medias de hombres eran blancas y negras y costaban 5 pesos.
En la quinta página del inventario aparecen productos de floristería como cartones y flores, además de ramos diversos, guarniciones y guirnaldas para decoración. Es curioso que se importara tanto género de este ramo, aunque creo que, más que naturales, eran flores secas destinadas para la decoración de ambientes, pues se mencionan rosas con plumas, rosas simples, granadas, claveles y una amplia variedad de productos que introdujo en los hogares canarios el refinado arte floral.
El apartado de perfumería no era menor, pues el navío traía cajas llenas de los productos más variados. Botes de pomadas finas y semifinas, romana de primera calidad, porcelana lisa de extractor, frascos de extracto de color con tapa, agua de color, botellas de agua de Yspahan, botellas de agua Reyna Victoria, agua de Atheniense y de Roxelán, perfumes de psyche, perfumes imperiales, perfumes de ambrosía, perfumes de lavanda, tarros de leche de almendra, esencias de jabón, agua balsámica, extracto de miel para la boca, agua colonia (carísima, a 105 pesos), paquetes de polvos, cajitas de coral pequeñas, cajitas de pomadas para las navajas y para los labios y un larguísimo muestrario de la parafarmacia de la época.
Al siguiente lote pertenecen los fundamentales sombreros, donde encontrabas de medio pelo y finos para hombre a 8 pesos, gorros para jóvenes, gorros de copa chata, gorras alemanas y rusas, gorros para la noche y un largo etcétera. También había hilos de todo tipo: en ovillo para costura, hilo de carreto [de cáñamo] de 1, 2 o 3 hilos, más finos, menos finos y sobrefinos. Cajas y estuches de alfileres comunes y negros dobles (por millares), estuches para agujas de bordar, cepillos de mesa, cepillos para barbas y peines desde los 13 hasta los 58 pesos.
El inventario de abanicos era verdaderamente sorprendente, pagándose una docena por 360 pesos. En otras cajas venían tostadoras para café, ¡24 unidades!, por las que siento curiosidad por saber cómo eran, cafeteras y chocolateras de plata para 4, 6 y 8 tazas. Los mármoles para hacer cómodas eran bastante caros y los había de hasta 3 y 4 pies de largo. También he encontrado dos relojes de sobremesa uno de 1.200 pesos y otro con forma de urna a 1.350 pesos. He encontrado piezas sanitarias, como un “bidete” de campaña a 90 pesos, uno hecho con porcelana, dos de nogal con respaldo color caoba a 300 pesos y uno más sin color.
La vajilla también era cuantiosa contabilizando 96 saleros con punta de diamante, en cajas de cuatro piezas, a 720 pesos, copas tulipa, copas holandesas, saleros, compoteras, botellas lisas, copas cilíndricas cortadas y cientos de tazas y frascos. Espejos de 34 x 25 pulgadas, 255 paquetes de naipes, anteojos de noche y de día, anteojos para mayores, anteojos de mar de dos pies, con tubo de madero y vidrio cromático. Linternas, lámparas, lavapiés, escupideras, mantequeras, tornos para hilar, mesitas, látigos, papel pintado, sillas chinescas, candeleros de cobre, palmatorias y un larguísimo etcétera.
Son más de 45 páginas relacionando las mercancías traídas por el navío Elizabeth, que nos suministró lo mejor de la industria británica del momento y que permitía disponer, a quien se lo pudiera costear, de los mejores y más refinados artículos de la época.

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