El sábado 23 de marzo de 1765 al amanecer salían de la pequeña y oscura bodega de la Gorvorana, El Realejo, las primeras pipas de malvasía que desde hacía dos años se envejecían en aquel sótano.
Con una vieja y desgastada polea los mozos izaron cinco pipas al carromato y las ataron entre ellas para que no se movieran lo más mínimo. Calzadas con maderas, las pipas quedaron arriostradas y entonces, Manuel el mozo, arreó a los dos bueyes que trabajosamente tiraron del carro. Bajaron por el tormentoso camino y dos horas más tarde ya estaban en el puerto nuevo junto a la aduana. Manuel, con la grúa portuaria las bajó a la barcaza que se encontraba arrimada al pescante y ayudados por cuatro marinos remaron para aproximarla al barco de Gabriel González que esperaba ansioso completar el embarque. Tres horas después ya habían llegado cuatro carros más que completaron el envío de Matías a Santa Cruz y Gabriel partió a las doce temeroso de que se levantara el mar.
La travesía costera hasta Santa Cruz le llevó ocho horas de lenta y cuidadosa navegación y una vez fondeado en la capital Gabriel puso su barco en el lado de babor del bergantín Conde de Sándwich que le esperaba presto para partir. Así, nuevamente, y con un meneo incesante pasaron las 20 pipas a la bodega del navío colocándolas junto a otras 50 pipas de vidueños llegados por tierra desde Valle Guerra.
En el único espigón del muelle se presentó Matías con su lustroso uniforme de capitán de milicias. Saludó al agente portuario Nicolás Padilla y le firmó los recibos y es que Matías quería cerciorarse personalmente que sus vinos viajaban a Inglaterra junto a los vidueños y aquellas extrañas sacas que no acertó a identificar.
Tras separarse el barquillo de Gabriel y antes de que soltaran las amarras llegaron apresuradamente un grupillo de soldados procedentes del castillo de San Cristóbal que escoltaban a un inglés acompañado por la que parecía ser su mujer y su hija. Tras subirse a una barcaza estos se subieron al navío.
Meses después se supo que esa familia había sido asesinada durante la travesía. Algunas de las pipas de Matías llegaron flotando a la costa de Wexford, sur de Irlanda y las sacas con su enigmático contenido acabaron escondidas en una playa cercana a Waterford que ahora todos conocen allí como “dollar bay”.
Matías de Gálvez supo después por su amigo Juan que algunas de sus pipas de malvasías llegaron a Londres pero el grueso de estas se las bebieron en Waterford que de sobra conocían esos vinos de Tenerife. Los cuerpos de George Glas, su mujer Catalina y su hija Catherine aún yacen en el fondo del mar sin que nadie les recuerde. Afortunadamente sus amotinados asesinos murieron colgados de un madero en Dublín y las 1.200 monedas de plata ensacadas aún hoy en día se recuerdan en los colegios de Waterford pues tienen como divertimento ir a esa playa a buscar alguna moneda perdida.