Los gobernantes, han de ser serios, rigurosos en sus decisiones y piadosos sin llegar a la indiscrecionalidad y España tuvo muchos. Fue el caso de Bernardo de Gálvez, virrey de México que durante la hambruna y la epidemia que la azotaba permanentemente tomó algunas decisiones que le honraron. Esta es la carta que escribió a su tío, el ministro de Indias, comentándole lo que debió hacer de forma improvisada y piadosa.
Excmo. Sr.
Muy Sr. mío:
Las enfermedades epidémicas con que Dios ha querido hacer más grave el azote del hambre, que ya afligía a este infeliz Reino, trascendieron también a mi familia. Con este motivo la retiré a una casa de campo llamada aquí El Pensil, distante una legua de esta capital, por el corto tiempo de la primera semana de Pasión. La necesidad de asistir el sábado de ella a la visita general de cárceles me hizo restituir a México aquel mismo día por la mañana. El camino pasa por el ejido de Concha, lugar destinado a las ejecuciones capitales del Real Tribunal de la Acordada.
Al salir yo de la alameda de san Cosme me encontré con un pueblo inmenso que acompañaba al suplicio a tres reos condenados por ladrones y homicidas, cuyos nombres, según después me he informado, son: Antonio Arizmendi, José Venancio Sotelo y Francisco Gutiérrez. Quise desde luego detenerme y retroceder, pero los dos dragones batidores, que me llevaban bastante delantera, habían empezado a separar a las gentes del concurso para que yo pasase, y con su presencia hicieron advertir la mía.
Temí que el volverme atrás después de ser descubierto no sería propio de la dignidad de mi empleo. Saben estos vasallos del Rey que S.M. es dueño de sus vidas; creen que el Virrey representa aquí su Real Persona, y juzgan que en él residen todas sus altas facultades. En esta inteligencia empezaron a clamar y pedir el perdón de los delincuentes.
Venía yo a caballo: estaba a la vista de cuantos apellidaban gracia, y no tenía con quien consultar en semejante compromiso. Recelaba por una parte sobrepasar mis facultades condescendiendo a los gritos de la multitud; por otra temía o que creyéndome con autoridad suficiente me atribuyesen demasiada dureza de corazón en no hacerlo, o destruir de un golpe toda la útil ilusión con la que miran la dignidad que ejerzo. En este contraste de reflexiones, e interiormente consternado hasta lo sumo, me hice cargo sólo del piadoso Soberano a quien representaba y de los clamores de un pueblo acosado de el hambre, de la miseria y de las enfermedades, y resolví se suspendiese la ejecución de la sentencia ínterin daba parte a S.M. de un caso tan inesperado, e interesaba de su Real ánimo el perdón de aquellos desgraciados reos.
Así lo hago; y por medio de V.E. llego a los pies de un Trono que ocupa el mejor de los Reyes, el más piadoso de todos los Soberanos, el benéfico, el generoso, el grande Carlos III, justamente llamado Padre de la Patria y de sus pueblos, suplicándole humildemente que dignándose aprobar un hecho que ha producido el mejor efecto en el ánimo consternado de estos sus fieles vasallos, conceda la vida a estos reos, cuyo castigo influiría ya poco al escarmiento de los malos, al mismo tiempo que este acto de benignidad y conmiseración será un nuevo motivo para que en estos remotos países no cesen sus habitadores de bendecir el nombre de su misericordioso Rey, y los de su augusta familia.
Nuestro Señor guarde muchos años la vida de V.E.
México, 28 de abril de 1786
Firmado: El Conde de Gálvez
Excmo. Sr. Marqués de Sonora