Hoy tenía dos posibilidades para el atardecer. La primera era bañarme en la caleta de Garachico y quemar mi blanquecina piel y la segunda era callejear y buscar el abrigo de las sombras y de mi imaginación. Y tomé la segunda sin dudarlo.
Como suelo hacer, entré al casco por la plaza “de la pila o de abajo” donde se encuentra la llamada “Puerta de Tierra” cuyo nombre no hace más que retrotraerme a siglos atrás cuando el puerto de Garachico era un hervidero de barcos. Normalmente la gente pasa por allí sin preguntarse cual es su origen y no hay cosa que más me guste que contarlo.
Como el tiempo lo sepulta todo, mucho más aún que el volcán, la puerta ha quedado hundida en la orografía y no ayuda nada a entender el significado de su nombre. ¿Una puerta ahí abajo?, ¿dentro de un jardín?, así es y me niego que se olvide.
La vieja puerta que más bien es un portalón de más de tres metros de ancho y seis de alto aún mantiene una viga de madera como dintel y bajo su arco debían pasar todas las personas y mercancías que entraban o salían de Garachico. Tiene el tamaño adecuado para que pase un carromato y seguramente tenia sus goznes y candados. Una vez lo cruzas en dirección al agua el terreno descendía suavemente hasta un pequeña playita en la que se fondeaban los galeones.
Era, por así decirlo, el límite de la zona portuaria. En ese punto de control se liquidaban impuestos del azúcar, se verificaba si se introducía plata de contrabando desde las Indias y se controlaba el pasajes y demás trámites portuarios. El asunto era serio pues Garachico era por entonces uno de los puertos de la España imperial que de forma inapelable se convertía en solo unas décadas en una potencia mundial.
Por entonces la caña de azúcar equivalía al oro y los ingenios azucareros era donde se fabricaba ese oro. Un saquito de aquel polvo blanco podía salvarte de la ruina y en Europa se consumía a precios desorbitados.
El pueblo de Garachico era conocido desde la conquista como la caleta del genovés que tomaba su nombre de Cristóbal de Ponte (Génova 1447-Garachico 1531). Este financiero italiano patrocinador de la conquista recibió del adelantado tierras y agua en pago a su ayuda. Cristóbal y sus hijos pronto edificaron sus propios ingenios para fabricar azúcar que canalizaron en los circuitos europeos.
Aun se pueden ver algunos cañaverales salvajes si subes por las zonas altas de Garachico junto a los nacientes de agua porque para fabricar el oro dulce “solo” se necesitaba buenas tierras y aguas para que el ingenio trabajara. La urbe pronto prosperó y se convirtió gracias a los espabilados genoveses en el principal puerto de la isla, algo que ahora cuesta imaginar.
Ahora que ya refresca, me acerco a la puerta y la franqueo y me imagino como un guardia me da el alto y me grita que me aleje. Mi pálido rostro le alerta de que puedo ser un holandés o un inglés y eso a un soldado de Castilla no le hace ni puñetera gracia. Así que mejor me voy.
La puerta seguirá guardando sus historias repletas de galeones, tesoros, azúcar y malvasía para quien tenga oídos para escuchar. Y si no quieres también te puedes dar un chapuzón en la caleta bajo el cañón de la fortaleza de San Miguel que tampoco está nada mal.