EL EMPERADOR MAXIMILIANO EN LA OROTAVA
Érase una vez una vieja historia que me
contaban mis mayores, a la que no prestaba demasiada credibilidad.
Me decían que, en un día gris plomizo de
diciembre de 1859, un antepasado nuestro paseaba distraídamente por La Orotava
y que ese día el destino le llevó a conocer a un emperador y a mantener con él
una amistad de por vida.
Aquella tarde la lluvia le sorprendió y
comenzó a arreciar con gran intensidad, obligándole a refugiarse en uno de los
soportales del pueblo. Casi inmediatamente le siguió una segunda persona con la
misma intención de guarecerse. Pasaron los minutos y como el temporal no
remitía, surgió de forma casual una cortés conversación sobre lo inoportuno del
clima. El español se presentó: “Me llamo Diego Benítez de Lugo”.
El extraño y alto joven de apariencia
regia, se presentó y tras las cortesías habituales la conversación derivó al
idioma francés, lo cual agradó a Diego, que dominaba varias lenguas y que pocas
veces tenía la oportunidad de ejercitar.
Tras esperar a que amainara la lluvia
continuaron juntos el paseo, terminando ambos en un animado almuerzo. El
extraño le indicó que estaba en Tenerife de paso, en espera de un barco que lo
trasladaría a América, por lo que estaba abierto a realizar varias excursiones
por la isla y, de camino, indagar sobre algo que le apasionaba, la
antropología.
La educación, el conocimiento de varias
lenguas, incluido algo de español, y unas maneras muy distinguidas le atrajeron
y, por unos días, se convirtieron en inseparables compañeros.
Pasaron los días, se sucedieron varios
almuerzos y numerosas excursiones, destacando entre todas ellas una visita a
unas cuevas en el Teide. En el transcurso de la misma surgió de las
conversaciones una chispa que desató la pasión común de ambos, los guanches,
los primitivos habitantes de las islas Canarias.
Diego, que disponía de varias fincas en
la isla, sabía que en ellas se podían encontrar numerosos vestigios aborígenes.
Así pasaron animados los días buscando rastros y antigüedades de los primitivos
canarios. Pero el viaje finalizaba y el europeo debió abandonar el valle de la
Orotava para trasladarse junto a sus acompañantes a Santa Cruz, donde les
aguardaba el navío Elisabeth.
Este fue su primer y único encuentro,
pues nunca más se volvieron a ver. Meses más tarde Diego recibió esta carta.
Triestre a 3 de octubre de 1860
Señor Don Diego Benítez de Lugo en
Tenerife
Muy señor mío,
Tengo mucho placer en contestar a Ud. el
recibo de su carta de fecha 9 de mayo a.c., prueba más graciosa y más
satisfactoria que Ud. no hubiera ya olvidado al viajero que visitaba aún muy de
paso la lindísima Villa de Orotava en el mes de diciembre del año pasado, y el
cual, por lo que toca á su persona, se recuerda aun con mucho gusto la gratitud
la acogida sincera y afectuosa que Ud. había preparado en su deliciosa casa de
campo.
Quédeme también, muy sorprendido y
honrado del precioso regalo de un cráneo de Guanche, descubierto en una cueva
en la Cumbre de las Cañadas, de la isla de Tenerife, y remitídome por conducto
de nuestra Embajada a Madrid. Este recuerdo muy raro y curioso de un pueblo de
pastores salvajes pero valientes, cuyo origen está envuelto en tantos misterios
y dudas, este recuerdo digo, regalo muy estimado ha sido puesto con otros
objetos curiosos, traídos del mismo viaje, en mi museo etnográfico adornándolo
todavía y marcado todavía con el nombre del generoso donador. ¿Quizá si este
hueso insignificante en apariencia ahora, no fuera el cráneo de un achimeney o
de un faycán, ocupando en el tiempo antiguo un destino poderoso? La historia de
Canarias, cuya publicación, según Ud. me dice en Su carta, será probablemente
hacia el año entrante nos dará sin duda algunos nuevos informes y explicaciones
sobre aquel pueblo extinto.
Acepto con mucho agradecimiento la
oferta de Ud. de regalarme también con una momia más o menos entera en caso que
se encontrase una en adelante en las cavernas descubiertas algunas veces por
casualidad por montañeses y pastores.
Su bondad y atención sin límites quiso
además alegrarme con algunas semillas de árboles que ofrecen mayor interés por
la naturaleza Canaria, como también con algunas cristalizaciones que suelen
encontrarse en Teide a donde Ud. tiene la intención de subir tan luego que la
desaparición de las nieves se lo permita.
Debo a Ud. muchos reconocimientos por
todas estas atenciones y finuras, asegurando a Ud. en el mismo tiempo que será
para mí el más grande regocijo, lo de haber estas semillas sembradas en el
jardín de mi sitio a Miramar y de verlas germinar y crecer como tantos
recuerdos florecientes de mi visita a esa isla benigna de Tenerife como tantas
pruebas olorosas de las cortesías graciosas de uno de sus más nobles y
distinguidos habitantes.
Y en cuento a la manera en que usted me
ha recibido a la Villa de Orotava, es el trato y las buenas prendas las que
marcan y distinguen al verdadero y más perfecto caballero; acogiendo al viajero
curioso, enteramente desconocido de Ud., con toda la sensibilidad y cortesía a
un caballero de sangre, sacrificando con el más grande agasajo muchas horas,
enseñándole todo lo que posee Orotava de cosas notables, especialmente a los
restos humanos de esta raza maravillosa, que en los tiempos pasados gobernó
sobre esas islas.
La acogida amable que Ud. en Su sitio,
tanto más honorífica é inolvidable para mí, como que un obsequio manifestado a
mi persona, y no a mi posición en la sociedad, será para siempre uno de los más
bellos y agradables recuerdos de Tenerife. También pienso dedicar a mi huésped
en la villa de la Orotava un pasaje especial en la descripción de mi viaje cuya
cortesía y generosidad nunca desaparecerán de mi memoria agradecida.
Con estos sentimientos de aprecio y
gratitud tengo en honor de firmarme. Señor, Su muy afectísimo. Fernando
Maximiliano Archiduque de Austria.
Luego de que Napoleón III tomara México
en 1862, se inició la búsqueda de un nuevo monarca para el lugar, alguien que
fuera católico, que pudiera respetar las costumbres del país y demás. Entre
Napoleón y la junta de conservadores iniciaron su búsqueda resultando como el
más propicio Maximiliano de Habsburgo y Carlota su mujer como emperatriz
Llegó a México en e1864 y el 6 de julio
de 1866, el joven emperador Maximiliano inauguró el Museo Público de Historia
Natural, Arqueología e Historia, en el inmueble de Moneda 13, donde actualmente
opera el Museo Nacional de las Culturas del Mundo.
Carlos Cólogan Soriano