TENERIFE-CÁDIZ, NUESTRO HISTÓRICO CORDÓN UMBILICAL
Ayer se presentaba en el hotel Mencey, en Santa Cruz de Tenerife, el libro “Duff Gordon y la fundación de Osborne”. Tenía la sensación de que algunos asistentes venían sin entender que relación tenía este trabajo con nuestra isla y, antes de comenzar la presentación, quise poner en contexto las históricas relaciones que Tenerife y Cádiz han mantenido a lo largo de varias centurias y que vienen marcadas por nuestros territorios americanos.
La rivalidad entre las ciudades de Sevilla y Cádiz en la carrera de Indias se decantó hacia la segunda cuando, en 1818, esta acogió a la Casa de Contratación, si bien antes, Cádiz ya mantenía de facto una importante cuota del comercio americano.
Santa Cruz de Tenerife y Cádiz eran dos de los puertos habilitados para el comercio de Indias, y por tanto, conectadas por la “autopista” del largo viaje a América, más concretamente con el Caribe donde se concentraban los mayores intereses.
Si para cualquier expedición a las Indias el punto de salida era Cádiz la siguiente escala obligatoria era Tenerife y eso era “por decreto.” Ambas capitales tenían muchos otros puntos en común, entre otros disponer de un “puerto secundario” muy activo y un común denominador, el comercio de vinos.
El de Cádiz era el Puerto de Santa María, a la salida del río Guadalete, y prácticamente dentro de la propia bahía de Cádiz. En Tenerife era el Puerto de la Orotava, por donde se exportaban las producciones agrícolas, básicamente vino. El gentilicio para ambos es el de portuenses (preciosa palabra).
En el Puerto de Santa María los británicos (protestantes) ingleses, galeses y escoceses tomaron posiciones, amparándose en el respaldo y protección que recibían de Gibraltar. En el Puerto de la Cruz fueron los irlandeses (católicos) los que se establecieron.
Y como en una cadena de puestos comerciales, los británicos se apostaron en otras localizaciones, cubriendo todas las producciones vitivinícolas europeas: Burdeos, Oporto, Lisboa, Cádiz, Madeira, Málaga y Tenerife, desarrollando lo que luego se denominó el vasto y rico comercio portuario de vinos.
El vino era por entonces uno de los commodity’s más rentables en Europa y los británicos fueron los que mejor los rentabilizaron, no sólo para sus islas, sino para sus colonias de Norteamérica.
Ambas comunidades portuenses tan aparentemente distantes compartían clientes y agentes en el otro lado del Atlántico y se apoyaban (se necesitaban) a la hora de importar desde América.
Duff Gordon, empresa precursora de Osborne, compartía agentes en Campeche, Cuba, Filadelfia y Nueva York con las compañías tinerfeñas de Cólogan y Pasley & Little. El nexo era el idioma, pero sin duda también lo era la interdependencia mutua.
En el siglo XVIII cuando se cargaba un navío, en Filadelfia o Nueva York, con harinas, cereales, madera o tabaco realizaba su primera escala era Santa Cruz de Tenerife y parte a Gran Canaria (Hnos. Russell) y luego proseguía hasta Cádiz donde James Duff lo redistribuía.
En 1790, James Duff había sido nombrado cónsul británico en Cádiz (el mejor puesto consular al que podía aspirar un súbdito en el siglo XVIII) convirtiéndose en adalid de las compañías canarias en su relación con el gobierno británico, siendo además el agente británico más resuelto a ayudarles en las ventas a la Royal Navy.
De aquellas no tan remotas relaciones, negocios y familias tejieron una intensa red comercial que el estado reforzaba con correos que unían Tenerife, Cádiz y Málaga incrementando el comercio de las Islas con la baja Andalucía.
Muchos amigos me dicen que cuando están en Cádiz o en Málaga se sienten como en casa y la razón de esto es din duda, la familiaridad histórica que hemos tenido con ellos a lo largo de varios siglos y que aún prosigue.
Carlos Cólogan Soriano