Al margen de la pléyade de destacados diplomáticos y militares relevantes en los 55 días en Pekín hubo un personaje distinto que fue, sin ningún género de dudas, crucial. Se llamaba George Ernest Morrison, un australiano que ejercía, desde 1897, como corresponsal del diario británico The Times en Pekín. Morrison fue un gran amigo y un simpático buscavidas que lo mismo recorría la China rural como escribía libros de viajes de sus periplos por Oriente. Sin embargo tuvo una importancia capital por ser él quien dejó los mejores documentos gráficos y escritos de China entre 1897 y 1915. Era además, pues hablaba algo de español uno de los mejores amigos del embajador español Bernardo J. de Cólogan.
Morrison junto a sus sirvientes. Pekín. 8 de agosto de 1899.
Morrison había nacido en Newtown, Geelong, Victoria, en Australia en 1862. Tras iniciar los estudios de medicina en la Universidad de Melbourne, comenzó a escribir relatos cortos de sus excursiones kilométricas por Australia que luego vendía a los editores del periódico Leader. Tras graduarse en agosto de 1887 inicia un viaje a Norteamérica y, en 1888 se traslada a Andalucía, en España, para trabajar durante dieciocho meses como oficial médico en la compañía minera inglesa Rio Tinto Minning Company [mayo de 1888 - agosto de 1889]. Las minas habían sido vendidas a un consorcio británico por el gobierno de la república española.
George Ernest Morrison
Meses después decide regresar a Australia para seguir ejerciendo la medicina como cirujano en el Ballarat Base Hospital. Su carácter indómito le llevó a tener numerosos conflictos con la dirección del hospital por lo que decidió retornar a su vida nómada. Su siguiente viaje le llevó por las Islas Filipinas hasta llegar a la costa de China. Dado lo precario de su economía decidió ir vestido de misionero, lo que da una idea del carácter del australiano. Tras alcanzar Shanghái en febrero de 1894, decidió partir hacia Birmania y, tras recorrer 4.828 kilómetros en tres meses, consiguió llegar hasta Calcuta en la India, habiéndose gastado en ello la increíble suma de 30 libras. En esa ciudad enfermó de fiebre y decidió que ya era tiempo de regresar a Australia para reponer fuerzas.
Poco después, en 1895, viajó a Londres tratando de buscar un periódico que publicara su último viaje. Mientras, presentó en Edimburgo una tesis doctoral sobre la transformación hereditaria de malformaciones y anomalías. Finalmente consiguió publicar su libro bajo el título Un Australiano en China, con relativo éxito, lo que le animó a seguir con sus viajes a tierras lejanas. Morrison confesó en su libro la simpatía y la gratitud que le generó el pueblo chino, reconociendo también, lo cual le honra, que inició el viaje con la habitual antipatía y sentimiento antirracial hacia los chinos, prejuicio bastante común en los compatriotas de su tiempo. Al final del viaje sus apreciaciones sobre ellos cambiaron radicalmente hacia el respeto y admiración de un pueblo milenario y, para él, completamente desconocido.
Sus méritos viajeros le avalaron en Londres para ser nombrado, de una forma más o menos secreta, corresponsal del periódico The Times en Asia. Con ese cargo realizó un viaje a finales de 1895 a Saigón, informando mordazmente de la presencia francesa en la zona, hecho que le valió el reconocimiento, no sólo de su periódico sino del Ministerio de Asuntos Exteriores inglés [Foreign Office]. En marzo de 1897 ya era tan reconocido como un experto en asuntos orientales que pasaron a denominarlo jocosamente como el Chino Morrison.
Morrison tuvo la suerte de estar en China en el momento preciso, pero además le avalaba ser el representante de un periódico que era una institución mundial. Reforzaba su mérito el hecho de que estaba basado en un trabajo minucioso y detallado sobre la geografía y la sociedad de cada comunidad que visitaba. Sus descripciones, su capacidad de desentrañar la forma de ser de los pueblos, hacían que el lector pudiera apreciar y entender las costumbres aparentemente extrañas de los asiáticos. Toda esta labor, así como los maravillosos archivos fotográficos, le ha garantizado pasar a la historia como un cronista moderno de prestigio. Residiendo en Pekín en 1898 pudo obtener la primicia de notificar el ultimátum de Rusia a China exigiendo un contrato de arrendamiento de Port Arthur. En los dos años anteriores a la rebelión destacó por dar informes muy precisos de cómo se iba deteriorando la situación.
Durante los días del asedio, Morrison relató en sus telegramas dirigidos a Ignatius Valentine Chirol, director del departamento de Asuntos Extranjeros del Times, lo que iba sucediendo. Éstos llegaban con informaciones contradictorias, luego largos silencios, posteriormente informaciones de que había sido herido gravemente mientras rescataba a otro defensor. Al final, dando credibilidad a un informe del Daily Mail, el propio Valentine Charol certificó la masacre de todos los europeos en Pekín, publicando el 17 de julio de 1900 tres largos obituarios por Morrison, por Sir Claude Macdonald, y por el jefe del Servicio Imperial de Aduanas, Sir Robert Hart.
Los europeos lucharon con sereno coraje hasta el final contra incontenibles hordas de bárbaros fanáticos… Con el último cartucho les llegó la hora final. Se enfrentaron a ella como hombres. Sobreponiéndose a sus maltrechas defensas resistieron la embestida de los chinos hasta que, derrotados por el simple peso de los números, perecieron en sus puestos. Murieron como siempre supusimos que lo hicieron, luchando hasta el final por los desvalidos niños y mujeres que fueron asesinados sobre sus cadáveres…
Ni que decir que los tres sobrevivieron a los ataques y pudieron contar lo sucedido. De hecho el propio Morrison lamentó que esos artículos evidenciaran su estrecha relación con Macdonald, pues le impediría mantener una aparente relación neutral y proseguir con su excelente labor periodística. En una carta suya al periodista inglés, John Otway Percy Bland, del 10 de noviembre de 1900, le mostró su disgusto por el error de la publicación.
Compare (mi obituario) con el de Sir Claude. Estoy seguro de que no le gustó… en mi opinión el obituario era exagerado y repugnante y rara vez me he sentido más indignado.
Morrison reunía todos los recursos para la supervivencia y además de bien informado, tenía conocimientos rudimentarios de mandarín y contaba con su formación médica, por ello, no le fue muy complicado sobrevivir pese a que incluso debió superar la peste bubónica. Su físico muy atlético puso el resto y superó tanta calamidad con mucha soltura. Durante el asedio, Morrison vivió con nosotros en el barrio de las legaciones y su casa fue destruida, como muchas otras, pero por fortuna su librería se mantuvo a salvo en un almacén cercano y fue trasladada al palacio del príncipe Su antes de que las legaciones fueran incendiadas. En 1902 se trasladó a una casa en la calle Wangfujing, dentro del barrio chino, que pertenecía a la gran residencia del príncipe Pulun. En ese lugar Morrison construyó el ala sur para acomodar su extensa colección de libros, todos ellos escritos en inglés, de China y del este de Asia.
Carlos Cólogan Soriano
Extraído del libro, Bernardo Cólogan y los 55 días en Pekín. Junio de 2015
cologanmorales@gmail.com
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