Más que "la historia" lo que me llena es una buena historia personal y la de este hombre me cautiva por su intensidad vital y porque en cada recodo de su biografía me deja perplejo.
Había leído tantas cartas suyas que me había creado una imagen suya en mi mente. Tanto le admiraba, y no suelo hacerlo con casi nadie, que le dibujé con mis propios rasgos. !Que tontería!, ¿no?. No tenía un retrato suyo y no lo entendía pues antes había localizado los de sus hermanos y padres y me daba mucha rabia no tener el suyo.
El nació siendo Juan en el Puerto de la Cruz, aquí en Tenerife, luego fue Jean en París y finalmente John en Londres.
De niño había estudiado en ambas ciudades y cuando decidió su futuro se metió a seminarista en París. Sin embargo, pronto abandonó su primera vocación cuando conoció a una jovencita irlandesa llamada Ann Coghlan.
De ella no tengo más que unas pocas cartas pero me han bastado para enamorarme de su recuerdo, solo de eso, aclaro. Además, como soy muy cinematográfico, necesito poner cara a todos los que investigo. A ella siempre la imaginé menudita, rubia, blanquita y delicada con unos redondos ojos verdes. Claro, así como para no quererla.
Después del flechazo se casaron y tuvieron un hijo de nombre Jean Bernard en honor a su abuelo. Pero hasta ahí duró la felicidad. La muerte se llevó a Anne por una cruel infección cuando no había cumplido 28 años y meses después a su hijo de unas fiebres. Con semejante faena del destino Juan quedó destrozado y solo le quedó enterrarlos y llorarlos a ambos en París.
A Juan le perdí la pista y pasé un par de años preguntándome mil cosas de su vida. Sabía que su retrato debía estar en algún lado y medio cabreado por no "verle pintado" lo deje por imposible pues me estaba obsesionando. Pero de existir, ¿dónde podría estar su retrato? Y ahí es donde el destino me regaló otra perlita o una serendipia como las llama mi tía Lourdes.
Una noche recibo un correo desde París, de un tal Remy de la Soudiere. En él me explica quién es y su relación conmigo. Resultó ser descendiente de Juan en su segundo matrimonio y como había visto cosas mías en internet, me quería hacer llegar algo...!Era el cuadro de Juan y algo más! Pues claro, ¿dónde iba a estar sino?, en París.
Esa noche me quedé mirando al iPhone como un crío esperando ver el ansiado correo y a las doce de la noche llegó. !Era su retrato!, y si bien estaba adornado con una tela algo aparatosa y de un recargado estilo romántico se había retratado apoyándose en una urna funeraria con los restos de Anne.
!Qué tortura! ¿A quien se le ocurre pintarse de esa manera si es que no estás perdidamente enamorado? Cada vez me gustaba más....Cuando lo vio mi madre me dijo que tenía mis mismas manos y le doy la razón. Su tez, pálida y de ojos verdes también me recuerdan a mi (claro, cuando era más joven) y eso me perturba.
Luego indagué más y supe que tras la muerte de su mujer e hijo se trasladó a vivir a Londres y se volcó en los negocios de importación de vinos de nuestra isla y, desde 1786 en adelante, consiguió lo que nunca antes un español hizo en la mayor ciudad de Occidente, Londres.
Primero fue la Marina británica de Su Majestad quien contrató los servicios de su empresa, pero esa parte me la guardo para más adelante, luego fue nuestra embajada española quien lo fichó como su financiero. También se codeó con todo tipo de gentes, desde exploradores que pusieron nombre a islas y lugares y alguno que colonizó un nuevo continente...., también a mandos militares de alto rango y políticos pero siempre siguió siendo él, un chico del Puerto de La Cruz.
Dispuesto a seguir adelante y recuperar la felicidad se casó nuevamente con Mary Fitzgerald Kennedy (curiosa pirueta de apellidos) y tuvo dos hijas (de una de ellas desciende Remy) pero tras unos años de matrimonio ambos se separaron.
John por entonces generó una actividad comercial y vital inédita hasta entonces para un español y a principios de 1793 con la revolución francesa, en pleno apogeo y a punto de que guillotinasen al rey de Francia, sacó a relucir sus fuertes valores.
Fiel a su religión católica, a su rey de España y al de Francia por extensión, acogió a decenas de nobles franceses en Londres incluido un hermano del rey Luis XVI de Francia, el conde de Artois, luego convertido en Carlos X de Francia, luego gran amigo suyo. Esto último no lo digo yo sino las cartas guardadas de ambos expresando su agradecimiento por salvarle a él y a sus amigos de una muerte segura y por mantenerles con una digna pensión en Inglaterra.
Tras resolverles la papeleta todos ellos le escribieron y firmaron de forma conjunta agradeciéndole su compromiso y la promesa de resarcirle económicamente. Cuando él les contesta les explica por qué lo hace y es ahí donde saca a relucir su motivación.
Éstas no eran otras sino lo que para él era de justicia y su deber como cristiano, eso además de ayudar a la nación católica enemiga de Inglaterra, que también motivaba. A éstos últimos los acusaba de ser los culpables de que su padre hubiera de emigrar desde Irlanda a Tenerife décadas atrás. Vamos, que se despachó a gusto.
John se hipotecó económicamente ayudándoles y terminó arruinándose al tiempo que enfermaba, y sabiendo que le quedaba poco tiempo regresó a su tierra junto a sus hermanos y murió siendo otra vez Juan en 1799 para ser enterrado en la Peña de Francia del Puerto de la Cruz.
Cuando paso por allí, y no lo hago cuanto quisiera, le echo un rezo a él y a todos los demás. ¿Quién diría que allí bajo aquel frío suelo latió un hombre con una vida de película pero también alguien digno y justo?
En ese instante sonrío y me acuerdo de los guionistas de Piratas del Caribe y de esas películas de Hollywood. Solo con Juan les ganaría por goleada en cuanto a un buen guión. Además, las suyas son verídicas y es que la realidad siempre superará a la ficción.
Carlos Cologan
Carlos Cologan