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Channel: Canary Island in history
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Si quieres aprender a rezar, entra en el mar

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Regresábamos de Londres con la bodegas llenas de fardos de ropa blanca con destino a Tenerife. Mar en calma y navegación lenta. En el horizonte divisamos un navío que rápidamente se acercó hacia nosotros. Su bandera le delató, era la temida serpiente troceada, símbolo de los corsarios americanos.
Sin posibilidad de maniobrar y ponernos a la fuga rendí el Henrica Sophia al capitán de la Revenge, que así se llamaba el navío del capitan Gustavus Cunningham.
Con tensión pero sin violencia puso a mis marineros presos en nuestra propia bodega. Tras tomar el control de mi navío puso a su segundo al mando y a mí me mantuvo a un lado pero sin grilletes como si hizo con los demás.
Me lamenté por mis chicos pero no había otra opción salvo que claudicar frente a los corsarios.
La Revenge y su capitán pusieron rumbo sur hacia las Islas Canarias y yo quede preso en mi propio navío.
Desde el sur de Portugal, donde nos encontrábamos, el master corsario puso rumbo al puerto de Filadelfia para vender mi barco y la mercancía fletada desde Londres por mis clientes y ya amigos canarios Peter Russell de las Palmas y Tomás Cólogan de Tenerife.
Siete días después navegábamos al sur de Nueva Escocia cuando un navío de guerra británico de 73 cañones nos avistó y nos lanzó una andanada de cañonazos que obligó al corsario a parar en seco a mi apreciada Henrica Sophia.
Los británicos, violentos y crueles como es habitual en ellos desplegaron culatazos a diestro y siniestro y nos subieron a bordo del formidable barco remolcándonos hasta Halifax, la principal base de la Marina Británica en Norteamérica.

Allí debimos demostrar que nosotros habíamos sido apresados y que nada teníamos que ver con nuestros captores los corsarios americanos. De hecho, yo soy sueco y por tanto neutral. También debí demostrar que mi mercancía era propiedad canaria era por tanto española por entonces neutrales en el enfrentamiento entre ingleses y colonos americanos.
Me costó cuatro largos meses de discusión en la corte del almirantazgo británico en Halifax y gracias a los documentos que me enviaron desde Tenerife y Londres pude demostrar la verosimilitud de mis argumentos.
A los americanos los enviaron a Nueva York en un detestable barco prisión y yo pude volver a Tenerife para entregar lo poco que sobrevivió en mis bodegas tras la rapiña británica.
Cuando entré en el puerto de Santa Cruz y eché el ancla todos vinieron a recibirme eufóricos pues me daban por muerto. El viejo don Patricio Murphy me atendió y esa misma tarde me fui con él al Puerto de la Cruz a la casa de La Paz, donde Tomás esperaba ansioso a que le contara lo sucedido con pelos y señales
Así lo hice, pero lo que a me dejó helado fue lo que él me contó acerca de los sucedido con el corsario cuando esté vino a las Islas..., pero esa es otra historia que será mejor que la cuente el propio Tomás.
Peter Heldt
Capitán del Henrica Sophia

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