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La mirada de Cólogan de su China a la nuestra

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Por Eugenio Bregolat Obiols
Embajador de España en China [1986-1991, 1999-2003 y 2011-2013]


Una parte significativa de mis doce años en China la pasé en el despacho de la Embajada de España en Pekín, Sanlitun Lu,9. Allí recibía incontables visitas, de chinos y españoles mayormente, despachaba con mis colaboradores y meditaba, intentando comprender el país que veía a través de los ventanales, en proceso de cambio galopante que ha transformado el orden mundial, en lo económico y lo geopolítico en pocas décadas. Gracias a la sin igual fortuna de servir tres veces como embajador de España en la República Popular China, entre 1987 y 2013, he podido seguir el espectáculo del cambio de este país, y como consecuencia del mundo entero, desde la primera fila. Me contemplaban, a su vez, desde las viejas fotografías en blanco y negro, ya un tanto descoloridas, colgadas en las paredes de mi despacho, algunos de mis antecesores: José Heriberto García de Quevedo, nacido en la entonces española Venezuela, el decano del
grupo, que fue Ministro en Pekín de 1868 a 1869 - acompañado en su viaje a China por el joven tercer secretario Bernardo Cólogan; mi paisano Eduardo Toda Güell, el restaurador del Monasterio de Poblet, cónsul en Shanghái de 1976 a 1982; Luis Pastor de Mora, ministro en Pekín, de 1910 a 1921, donde falleció ese último año; Justo Garrido Cisneros, ministro entre 1924 y 1936, que regaló a la Embajada los grandes leones de piedra que aun custodian su entrada en la actualidad (conocidos como “los leones de Cólogan” porque, según una leyenda apócrifa, habrían sido regalo del Gobierno chino a nuestro ministro en reconocimiento a su labor negociadora al concluir el cerco del barrio diplomático por los bóxers - si es que el regalo existió, puede que fueran otros leones, hoy desaparecidos). Presidía el conjunto un magnífico retrato al óleo del propio Bernardo Jacinto de Cólogan y Cólogan, pintado por el danés Christian Franzen en 1916. Muchas veces me he detenido a contemplarlo, a veces recogiéndome ante él por largo rato, mirándolo con arrobo, invocando su experiencia y su consejo. “Qué me sugieres,qué debo hacer?” - he preguntado en ocasiones a aquel antecesor mío que había jugado un papel destacado en un momento singularmente delicado de la historia de China y de sus relaciones con la comunidad internacional. El reconocimiento de las potencias a Cólogan lo atestigua un pecho cubierto de condecoraciones: Gran Cruz del Mérito Militar con Distintivo Blanco, Gran Cruz de Isabel la Católica, Cruz de Gran Oficial de la Legión de Honor de Francia, Gran Cruz de la Orden de Cristo de Portugal, Gran Cruz de la Orden del Aguila Roja de Prusia, Gran Cruz de la Orden de Santa Ana de Rusia, Gran Cruz de Primera Clase de la Orden del Doble Dragón de China, Gran Cruz de la Orden de la Estrella Polar de Suecia, Gran Cruz de la Orden de Leopoldo II de Bélgica, Gran Cruz de la Orden del Salvador de Grecia.
Me llamó siempre poderosamente la atención la mirada de Cólogan en el retrato. Me preguntaba yo como había tenido que afectarle el cruel momento que, en calidad de profesional de la diplomacia española, le tocó vivir desde la legación de España en Pekín: el desplome de lo que quedaba del Imperio en la guerra con Estados Unidos. Por el Tratado de París de 1898 se perdieron Cuba y Puerto Rico, así como las colonias asiáticas, Filipinas y Guam (al adquirirlas Estados Unidos se convirtió en potencia asiática, condición que retiene desde la isla Guam). En los grandes ojos azules de Cólogan leía yo el coraje sereno y la dignidad incólume ante el destino adverso. España abandonaba el escenario de las potencias mundial
es, tras dos siglos y medio de grandeza y otros tantos de decadencia. Si tuviera que poner una frase al pie del retrato de Cólogan, sería “Honra sin barcos”, punto final de la singladura imperial de España, la vieja gran potencia que lo había sido todo ya no era nada. Sólo cabía aceptar el destino con dignidad y resignación. El ocaso de España rimaba con el infortunio personal: un año antes de ser pintado el retrato, en 1916, Cólogan, en el más amargo trance que sea dado a un padre, enterraba a su hijo Bernardo, diplomático como él, muerto en la flor de la edad.
Tras más de mes y medio de navegación, cuando el tiempo discurría a cámara lenta, llegó Bernardo Cólogan como ministro plenipotenciario de España en septiembre de 1895 a China, donde permaneció hasta 1901. El Pekín que recibió a Cólogan contaba aun con sus viejas murallas, atravesadas por puertas sobre las que se alzaban torres para su defensa, de varios pisos y brillante arquitectura y colorido. El conjunto daba a la capital china una personalidad urbanística única, perdida cuando Mao demolió las murallas para abrir espacios al tráfico rodado, cosa que algunos nostálgicos del viejo Pekín, con sus recuas de camellos del Gobi cruzando las puertas o las aves anidando en los curvos tejados de las torres, consideran uno de sus mayores desafueros. El antiguo esplendor se veía sumergido, en la capital imperial, al llegar Cólogan, por la miseria, la suciedad y el abandono. Era la China sometida en régimen cuasi-colonial a las potencias foráneas, desposeída de la soberanía sobre partes de su territorio, las concesiones extranjeras. La marca infamante en la frente de China. Epítome del “siglo de humillación”, el famoso cartel de un jardín de Shanghái: “Ni chinos, ni perros”.
China vivía, como España, un período crepuscular de su historia. Son curiosas ciertos paralelismos en nuestros tiempos históricos: la China Ming y la España de los Habsburgos mayores eran las grandes potencias mundiales en el siglo XVI - y vecinas por nuestra presencia en Filipinas. El siglo siguiente ambos imperios inician su decadencia. El siglo XVIII tanto China como España pierden el tren de la Revolución Industrial, viéndose reducida a potencias periféricas a merced de las nuevas potencias industrializadas. La imagen de los barcos de madera chino
s hundidos por los navíos de acero ingleses en la Primera Guerra del Opio (1840) es fiel trasunto del descalabro de la vieja flota española, la descendiente de las carabelas colombinas, a manos de la moderna marina de guerra norteamericana en Santiago de Cuba y Cavite, en 1898. Al “Noventayocho”, momento álgido de nuestra decadencia, corresponde la ocupación de Pekín por las tropas extranjeras, el año 1900. Las respectivas crisis tocan fondo con sendas guerras civiles en la primera mitad del siglo XX. Y tanto España como China renacen de sus cenizas en las últimas décadas del pasado siglo.
A Cólogan le tocó vivir en Pekín el estallido contra la dominación extranjera que supuso la “Guerra de los Bóxers”. Su condición de Decano del Cuerpo Diplomático acreditado en la capital china le permitió dirigir las negociaciones de las potencias extranjeras con el Imperio Celeste, representado por el Príncipe Ching y el viejo mandarín Li Hung-Chang, una vez levantado el cerco del barrio de las Legaciones. Y con éstos y sus colegas de la Alianza de las Ocho Naciones estampó su firma, el 7 de septiembre de 1901, en el Protocolo de Paz y Amistad conocido como “Protocolo Bóxer”, que puso fin a la intervención de la fuerza internacional. El acto de la firma, que tuvo lugar en la legación de España, quedó recogido en una magnífica fotografía incluida en el presente libro. El reconocimiento a la labor negociadora de Cólogan queda patente en la amplia concesión de condecoraciones del mayor rango, más arriba enumeradas, que lucen el pecho de Cólogan en el óleo pintado por Franzen.
Me detenía con especial motivo ante el retrato de Cólogan durante los sucesos de Tiananmen, en la primavera de 1989. Detentaba yo entonces, como embajador de España, la presidencia rotatoria de la que a la sazón se llamaba Comunidad Económica Europea. Fueron cincuenta y un días, entre el 15 de abril [fecha de la muerte del ex Secretario General del PCCh, Hu Yaobang, que desencadenó la protesta estudiantil] y el 4 de junio [en que el ejército la reprimió]. Hubo conatos xenófobos, como disparos de las tropas contra un edificio de viviendas del barrio diplomático de Jangomenguai [resultó alcanzado el apartamento de una funcionaria de nuestra Embajada], o el cierre del acceso al mismo complejo por unas horas, que hicieron que algunos recordaran los sucesos del año 1900. La semejanza fue superficial, ya que los “51 días en Pekín” de 1989 se cerraron sin mayores consecuencias para la comunidad extranjera residente en China.
La película “55 días en Pekín”, filmada en Las Rozas, en las afueras de Madrid, está cuajada de ilustres nombres de Hollywood: Charlon Heston, Ava Gardner, David Niven, Nicholas Ray, Samuel Bronston. A Cólogan, que en la película lleva el nombre de Antonio de Guzmán, lo encarna Alfredo Mayo. Es un papel sin diálogo y muy corto. El papel principal entre los diplomáticos se concede al ministro inglés. Sin embargo, aunque España no aportara tropas a la fuerza internacional, Cólogan, en su calidad de Decano del Cuerpo Diplomático, dirigió, como se dijo más arriba, la negociación entre las potencias extranjeras y la parte china, amén de jugar un valeroso papel en la defensa del barrio diplomático y hasta componer un “Vals de los Bóxers”, que es imperdonable no incluyera la banda sonora de la película. La historia, ya se sabe, la escriben los vencedores, y la historiografía anglosajona, con Hollywood como su más influyente exponente en nuestro tiempo, ha tendido, en general, a ignorar o menospreciar al que fuera durante siglos el enemigo principal de Inglaterra.
El “siglo de humillación” de China,que se extendió desde la Primera Guerra del Opio, en 1840, hasta la Revolución Comunista, en 1949, quedó grabado a fuego en la memoria colectiva del pueblo chino. El poeta Paul Valéry reflexionó así sobre este fenómeno: “Nada más difícil de comprender para los europeos que la moderación en el uso del poder (flota, pólvora, cañones). Nosotros poseemos en el más alto grado el sentido del abuso, no concebimos que no se saquen las consecuencias más excesivas de esos inventos, hasta apurar sus efectos. Hacer a los demás lo que no quisiéramos que nos hagan a nosotros. No hay ninguna duda de que nosotros veremos volver de las antípodas las consecuencias de la sacudida que se ha dado a la enorme masa de Oriente... No sabemos qué pasará, que perturbaciones generales deberán producirse, que transformaciones internas de Europa, ni hacia que forma de equilibrio el mundo evolucionará en la próxima era”. ¿Cuál será el efecto del “siglo de humillación” sobre la forma en que la renacida China va a ejercer su poder en el mundo? Cómo la generación china actual y las futuras digieran el trauma colonial será una variable decisiva para la paz en el mundo en el presente siglo. China ha de encontrar un punto de equilibrio entre, por una parte, el logro de las capacidades militares necesarias para defenderse y estar en situación de poder evitar otra humillación en el futuro y, por otra, asegurar que las nuevas generaciones se reconcilien con su pasado, evitando el resentimiento y el afán de venganza. “La salud de un pueblo -escribió Nieztsche- depende de su capacidad para poner límites a la memoria del pasado”. La paz en el mundo es una pieza esencial tanto del “nuevo concepto de relación entre grandes potencias” como del “sueño chino” postulados por Xi Jinping. Sobre esta base, dos grandes aportaciones de China a la causa de la paz en el mundo pueden ser la reconciliación con su pasado y su tradición milenaria de política exterior no agresiva de raíz confuciana, basada en el “poder humano” y no en el “poder hegemónico”. “El benevolente - escribió Mencio - no tiene enemigos”. No hay mejor forma de que China pueda demostrar la grandeza de su civilización.
Carlos Cólogan Soriano, movido por la legítima pasión de recuperar la historia familiar, ha dedicado muchas horas, fina inteligencia y buena mano a escribirla. Al Embajador Bernardo Jacinto de Cólogan y Cólogan, hermano de su bisabuelo, al que ya dedicó unas páginas en su anterior obra “Los Cólogan de Irlanda y Tenerife”, consagra la presente. Ha tenido la suerte de encontrar en el archivo familiar un verdadero tesoro de textos, fotografías y hasta la partitura del “Vals de los Bóxers”. Nos une a Carlos Cólogan y a mi la devoción por la figura señera de Bernardo Cólogan, su antepasado y mi antecesor como Embajador en Pekín. Sólo me resta felicitar a Carlos por las diversas obras históricas que ha escrito sobre su familia, enraizada en esa españolísima tierra de Canarias, y alentarle a que siga excavando en el archivo familiar en busca de nuevas sorpresas.


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