TAMESIS - TENERIFE - LAS ANTÍPODAS. 1787
Amargado de tanta niebla y frío Manuel desató varias de las amarras del Scipio deseando largarse ya de Londres. Pese a que discurría el mes de mayo el clima no mejoraba y eso para un canario era una tortura.
Con las manos agrietadas tiraba de los cordajes y las palmas le sangraban como nunca y maldecía aquella ciudad a donde juro no volver nunca más.
Manuel cargaba los últimos fardos de tela y solo le quedaba por subir unos 200 aros metálicos para pipas, 1500 para hogsheads y 500 para barrels asunto que resolvería en menos de una hora. Tras eso, solo quedaba pagar al práctico y salir del atestado río que más bien parecía una acequia pestilente repleta de navíos.
- !Bruummmm!, !brummm!
El ruido de los grandes velámenes sacudiéndose y de la madera ajustándose y restallando le hizo salir de su recogimiento. Giró la cabeza y vio el desfile de navíos que llenaban el Támesis tapando completamente la rivera sur. Uno tras otro contó hasta once navíos de gran porte pasando a la altura de Allhalows Stairs (próximo al actual London bridge) donde se encontraba apostado su bergantín.
Eran el Sirius, Supply, Alexander, Charlotte, Friendship, Lady Penrhyn, Prince of Wales, Scarborough, Golden Grove, Fishburn y Borrowdale partiendo hacia los remotos confines del mundo, concretamente a Botany Bay. Claro que eso solo lo sabían unos pocos y él.
Al paso del Scarborough reconoció en su cubierta al teniente Andrew Miller a quien dos días antes le había entregado las cartas de recomendación para cargar los vinos en Tenerife. No tenía buena cara pero pese a todo le devolvió el saludo.
El Scipio saldría solo unas horas más tarde cuando las autoridades navales considerarán que aquella expedición navegaba ya en mar abierto y completamente asegurada.
Al paso de los navíos oyó los gritos desde el interior de las naves. En ese instante recordó los llantos y los lamentos de quienes habían subido a bordo dos días atrás. Eran presos, casi todos enflaquecidos y debilitados en las cárceles británicas a los que no se les había dado más opción que viajar a las antípodas del mundo occidental. Había de todo, hombres, mujeres y algunos niños hijos de presidiarios. No se les había dado opción, o poblar forzadamente New Zealand (Australia) o una muerte segura en prisión.
Sin embargo Manuel caviló que el si que volvería a su isla, a su añorado Valle de la Orotava y le contaría a sus amigos lo que había presenciado en aquella inmensa ciudad. De hecho ya tenía un plan para que el capitán del Charlotte pillara los vinos de su amigo Juan Alejandro que distribuía los vinos de la finca en la que trabajaba. Si todo iba bien la hacienda de la Gorvorana podría llevarse una buena tajada con aquella gran expedición.
- !Arreen que nos vamos!
El capitán Samuel Kirkman saltó abordo y dio la orden de partida alegrando a Manuel que olvidó al instante que de sus manos manaban sangre. Su mente ya no estaba allí y sopesó que lo mismo podrían llegar antes a la isla que aquellos enormes once navíos y si eso ocurría el negocio podría ser aún mayor.