En el siglo XVIII España era aún una potencia, no tan incontestable como en los siglos anteriores pero aún así, temible. Y lo era por su capacidad militar como por su producción de plata y algo menos de oro.
En ese siglo tener esos metales era una necesidad para cualquier gobierno o comerciante y casi toda esa plata salía de Nueva España (México) en los navíos de la flota. Bueno casi toda, porque una parte venía de contrabando por caminos insospechados.
No eran más de una docena los comerciantes canarios que participaban de este contrabando. En el siglo XVIII en las Islas arraigaron comerciantes irlandeses que prosperaron exportando vinos a todo el mundo y particularmente a Inglaterra, precisamente la nación que más demandaba esos metales preciosos.
La llegada del oro y la plata, se anotaba en la contabilidad de las empresas tinerfeñas como limones amarillos y blancos obviamente tratando de camuflarlos. Gran parte de esta mercancía procedía de Nueva España pero pasaba a Caracas y a la Guaira para desde allí traerlos en los navíos del cacao.
Esos barcos llegaban al norte de la isla de Tenerife y en lugares como la playa de Martianez, en el puerto de la Cruz, se transbordaban a pequeños bergantines que salían hacia el río Támesis. La argucia era no entrar en el muelle para no declarar la carga en la Casa de la Aduana del puerto.
Las sacas salían de Tenerife perfectamente identificadas pues de antemano se sabía que personas las recibirían en Londres. El contrabando era ciertamente conocido por el comandante y de hecho un cronista del XIX lo mencionó. De hecho, alguna vez se intervino en algún transbordo pues debió ser notorio. En cada viaje salían entre 2.000 y 10.000 monedas y los navíos quedaron claramente anotados en la contabilidad. Eran el Earl of Sandwich del capitán John Cochran, el Scipio de capitán Samuel Kirkman y el Emerald del capitán Ogiluce, todos ellos con punto de partida en el Puerto de la Cruz y haciendo tres o cuatro viajes al año.
AHPTF. AZC. 583-46 Carta de Robert Jones a Juan Cólogan e Hijos. Londres 15-05-1764 |
Los comerciantes implicados eran tinerfeños como los Forstall, los Cologan, o los Pasley pero también algunos de Gran Canaria como los hermanos Russel o el palmero O’Daly que compartían a los mismos intermediarios en Londres. Esos intermediarios tenían a uno que destacaba por encima de otros. Se llamaba Robert Jones y era uno de los directores de la East India Company además de parlamentario. Jones tenía una extensa red de clientes, casi todos comerciantes y compañías estatales que compraban esas remesas de oro y plata. ¿Para qué?, pues sencillo y complicado.
Inglaterra no disponía por entonces de esos recursos y para su expansivo comercio en el Oriente con India y China. Por ello se requerían esos metales para negociar pues China ya había sido un gran y masivo comprador de la plata española en los siglos pasados y en el XVIII la seguían apreciando como moneda de cambio para el comercio del té y luego para el opio.
Así fue como, con pelos y señales, todo quedó anotado y enrevesado dentro de un aparente e inofensivo comercio de vinos. Lo cierto es que aquellos "limones" generaron muchísimos más beneficios que los vinos y por supuesto su venta, en libras esterlinas, generó una liquidez en Londres que permitió la importación de bienes tan necesarios para las Islas Canarias.
Nota: En el conocimiento de embarque adjunto de 6 de enero de 1772 se refleja la subida al barco Scipio de 12 pipas de vidueños y 580 limones amarillos con destino a Londres. Los recogerán allí los hermanos William y Thomas Palgrave.