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Channel: Canary Island in history
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1909. TELEGRAMAS ALADOS DESDE EL VOLCÁN

Hace no muchos años que las entrañas de Tenerife volvieron a rugir y vomitaron con furia sus ardientes entrañas.
Los isleños ya sabemos desde tiempos inmemoriales que el terreno que pisamos está vivo y que respira y, muy de vez en cuando, estornuda y nos recuerda de lo que están hechas las islas.
La última vez que se abrió la tierra, dejando a un lado las explosiones volcánicas del Teneguía en la La Palma en 1971 y la de El Hierro en 2011, fue en 1909 cuando el volcán Chinyero en Santiago del Teide en Tenerife liberó los demonios e hizo recordar la destrucción de Garachico, a pocos kilómetros de distancia de este..
Desde el norte los plácidos atardeceres se tornaron rojizos y rugientes y las gentes huyeron despavoridas de sus inmediaciones en dirección Santa Cruz temiendo que el Chinyero se desbordara hacia la costa norte. Todos menos uno, Antonio Ponte Cólogan, el profesor de ciencias del instituto Cabrera Pinto.
Antonio reaccionó con valentía y fue en dirección Garachico a casa de sus padres para hacer un disparate. El mismo anotó “el espectáculo era lastimoso, la gente dormía en el suelo, otros lloraban y en las márgenes de la carreterilla había un sinfín de farolillos,
con familias completas, adultos con mantas, colchas o lo primero que
pudieron coger de sus casas, que ya presumían pasto del volcán”.
Al llegar a su casa cargó dos o tres mulas con instrumentos, provisiones y seis jaulas hechas con cañas donde metió decenas de palomas. Se abrigó bien y tiró montaña arriba directo hacia el hacia el volcán y contraviniendo las indicaciones de las autoridades.
A medio camino se encontró con su medianero que bajaba junto a su familia. Este le rogó que no subiera indicándole que las lenguas de fuego avanzaban como ríos y una de ellas apuntaba hacia Garachico.
Tan obstinado y reacio a desistir lo vio que decidió dejar a su familia y quedarse con su patrón pensando que este le necesitaría pues nadie mejor que él conocía aquellas alturas.
Así fue como los dos siguieron el ascenso a las cumbres guiados por los rugidos y los bombazos que la tierra expelía como misiles al cielo. Aquello era todo fuego, los árboles prendidos como antorchas, los ríos de sangre ardiente que se perdían entre los malpaíses (suelos volcánicos basálticos) y había que saber dónde poner los pies pues en un instante podían perder una extremidad.
Tras horas de una agotadora caminata ataron a las extenuadas y crispadas mulas y comieron algo. Eran las dos y media de la mañana y la noche cerrada se iluminaba con aquel espectáculo de fuego y rugidos. Cronometro en mano Antonio midió durante una hora el tiempo entre la salida de los bolos de fuego y el impacto en tierra.
Tras medir más de 35 trayectorias advirtió que el tiempo de vuelo se alargaba. La conclusión para el era obvia, la erupción volcánica iba a más. Entonces resumió sus impresiones en una pequeña hoja de libreta. Al terminar la arrancó e hizo un canutillo que ató con una tira de cuero. Sacó una paloma y aro el canutillo a la patilla de la paloma y la lanzó al aire.
Quince minutos después la paloma ya había recorrido los doce kilómetros y entró en el palomar. Un encargado la cogió con delicadeza y recupero el mensaje. Cinco minutos después operaba el telégrafo que le comunicaba con Santa Cruz. “3:45h. Volcán en fase expansiva, dos ríos de lava fluyen tomando direcciones distintas. Alertar a la población de inmediato”.
Así cada media hora se conoció el avance del suceso, paloma a paloma y Antonio permaneció junto al Chinyero desde el 19 de noviembre hasta el 5 de diciembre de 1909 y redactó la primera descripción científica de la erupción de un volcán en las Islas Canarias.
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