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Londres y el tunel del vino. 2015

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Cerca del Támesis, a la altura del London Bridge atracaba el Scipio. Las aguas del río fluían limpias y calmas y el bergantín se apostaba en el pequeño embarcadero de Allhallows Lane. Una vez abiertas las bodegas la mercancía se izaba con cuerdas y poleas. Despacio y con sumo cuidado cada pesada pipa de vino se bajaba a la húmeda gravilla donde dos rudos ingleses las colocaban sobre dos railes de acero.

En ese punto de la ribera del río se abría en la pared de piedra un oscuro túnel y aquellos dos railes de acero se perdían dentro.

Trescientos húmedos metros bajo los edificios los raíles les conducían hasta Swithin's Lane donde los vinos canarios reposaban en las bodegas de la compañía. Así, dos veces al año, durante un par de décadas.
Hace unas semanas estuve en aquella antigua casa de comercio y baje por unas viejas escaleras a aquellas oscuras bodegas. Tras una pesada puerta de madera seguimos descendiendo y entonces pude acceder al túnel, ahora convertido en una bella y secreta bodega. Camine por él con la piel erizada mientras me explicaban que el túnel había sido construido en el medievo y era un acceso oculto para entrar a la City, la vieja ciudad fortificada.
Centurias después los canarios lo empleaban para desembarcar los vinos que descargábamos en el río y allí sigue esperando a que se revele una maravillosa historia. 
El túnel permaneció oculto hasta hace solo quince años. Cuando se tiró la tapia que lo ocultaba emergió de él un fuerte olor a vino apareciendo decenas de oscuras botellas. Eran vinos de Madeira de principios del XIX de la compañía Sandeman. De los vinos canarios de finales del XVIII no quedaba huella alguna pero quien me lo enseñó sabia perfectamente de los canarios que les habían precedido. Entonces mi corazón se encogió y desde ese día algo me empuja como nunca antes. Es mi empeño y mi historia pero también la de Tenerife, además cada día estoy más que convencido que nunca que el vino construyó gran parte de nuestra historia y a él le debemos mucho más de lo que creemos y sino tiempo al tiempo.

Ultimas noticias desde Tenerife, !ha estallado la guerra! 1762

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ÚLTIMAS NOTICIAS DESDE TENERIFE. !HA ESTALLADO LA GUERRA!
Filadelfia.10 de Julio de 1762.
Las últimas cartas desde Senegal hacen mención a la llegada del Tiger, antes llamado el Stoddard. En su viaje desde Londres atracó en Tenerife para cargar vinos; cuando el Capitán desembarcó, se le informó de que se había declarado la guerra entre España e Inglaterra y el Gobernador ordenó que el barco fuera apresado y envió un oficial con un grupo de soldados para capturar el barco. El Capitán expresó su deseo de obtener permiso para enviar una misiva a su teniente solicitándole el baúl con sus ropas, lo cual fue aceptado; sin embargo, el Capitán escribió en el lateral de la carta "CORTA AMARRAS Y ESCAPA A TODA PRISA": El Teniente, al leer la carta, se dio cuenta de lo que ocurría y obedeció las órdenes; de tal modo que salvó el barco y llevó consigo a Senegal al oficial y soldados españoles.
Carlos Cólogan

English versión
July 10. The last letters from Senegal mention the Arrival of the Tyger, late Sttodard. In her passage from London they stopped at Tenerife to take wines; on th Captain's going on shore, he was informed that war was declared beween Spain and England, and the Ship was ordered to be stopped by the Governor, who sent an Officer with a Party of Soldiers to secure the ship. The captain desired that he might have leave to send a line to his Lieutenant, for his Chest and Cloaths, which was granted; but the captain wrote in the side of letter, CUT AND RUN: The lietuenant, on perusal of the Letter, took the Hint, and obeyed the orders; by which Means he saved the ship, and carried the spanish officer and Soldiers to Senegal.

Matías de Gálvez, el virrey labrador

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Recuerdo que, hace ya varios años leyendo los Anales del Puerto de la Cruz de la Orotava, dondesu autor, el más destacado cronista de Tenerife del siglo XVIII, José Agustín Álvarez Rixo, apuntaba sobre lo sucedido en aquel año de 1774:
….hemos tenido ocasión de nombrar en estos Anales al Administrador de esta Real Aduana don Mathías Gálvez y Gallardo. Este señor se ausentó ahora para la Península, de donde era natural, y con el tiempo llegó a servir grandes cargos de la monarquía, según queda ya indicado, siendo lástima que en Tenerife no se hubiesen sabido aprovechar del buen afecto que conservó a la Isla, principalmente a este Puerto de la Cruz donde tantos años vivió en pública estimación.
Rixo no se equivocó ni un ápice en su afirmación pues es cierto que desde que don Matías de Gálvez y Gallardo abandonó definitivamente Tenerife en 1778 para comenzar sus hazañas militares en Honduras y Guatemala, las autoridades de las islas iban siendo conscientes de que aquel hombre estaba llamado a alcanzar grandes logros y ellos habían perdido a un gran valedor ante la lejana corte de Carlos III.

Matías había llegado a Tenerife en 1757 cuando contaba con 47 años de edad, una persona relativamente joven pero bastante madura para su tiempo. Venía acompañado de su mujer y de su hijo Bernardo que por entonces tenía solo once años. Había quedado viudo de su primera mujer, Josefa Gallardo Ortega con quien había tenido dos hijos varones. El primero de ellos Bernardo, nació en julio de 1746 y el segundo, de nombre José, nació dos años después, en 1748. Su mujer fallecería unos días después del parto y como consecuencia del mismo.
En agosto de 1750, contrajo su segundo matrimonio con Ana de Zayas y Ramos. La ceremonia se celebró en la villa de Iznate, situada también en la zona de la Axarquía, y a escasos kilómetros al este de Macharaviaya. Según relata don Matías en su testamento de Tenerife de 1775, de este segundo matrimonio tuvieron tres niños que fallecieron todos muy pequeños. La última de las desgracias le sucedió a Matías en Madrid en 1756 con el fallecimiento de su segundo hijo, José. Lamentablemente los padecimientos de Matías no cesaban, como también le sucedía de forma paralela a su hermano José que también quedó viudo y perdía a su primera hija.
Ya establecido en Tenerife se hizo cargo de la administración de una hacienda perteneciente al mayorazgo de la Gorvorana en El Realejo en el Valle de La Orotava. La hacienda había sido construida por el capitán Francisco Gorvalán quien acompañó al Adelantado Alonso Fernández de Lugo en la conquista de las Islas Canarias. Gorvalán puso esas tierras en cultivo y en medio de ellas edificó una hermosa casona. Era la hacienda, estaba  considerada como la más rentable y mejor dotada de aguas de riego de la comarca del Realejo de Arriba durante el siglo XVIII. El mayorazgo de la Gorvorana, pertenecía al linaje de los López de Vergara y Grimón y perteneció a los marqueses de Acialcázar, para luego pasar a los marqueses de Breña y Mejorada.
Durante años trabajó esa enorme finca y produjo ingentes cantidades de vino que comercializaba a través de su amigo Juan Cólogan Blanco. Desde el principio trabaron una gran amistad pues eran de talantes parecidos. Además los hijos de Juan, de nombre: Tomás, Juan y Bernardo Cólogan Valois, eran de edades próximas a la de Bernardo de Gálvez.

El joven Bernardo residió en Tenerife desde 1757 hasta 1762 y muchas jornadas debieron pasar juntas ambas familias, pues sus casas distaban escasos ocho kilómetros. La de los Cólogan en el Puerto de la Cruz, La Gorvorana, en el Realejo. De los hijos de Juan Cólogan, fue con su tocayo Bernardo Cólogan Valois, con quien más relación mantuvo Bernardo de Gálvez; de hecho, se escribieron hasta los últimos años de su vida. Cólogan, un adelantado a su época, de carácter inquieto e intelectualmente muy bien preparado mantuvo a lo largo de su vida, una estrecha relación con Don Matías y con su hijo, de hecho todos ellos pertenecieron a la Real Sociedad de Amigos del País de Tenerife, a la cual se accedían precisamente por esa cualidad.
Así llegó don Matías a la isla, como un mero administrador de una finca, pero, poco a poco, se fue convirtiendo en Tenerife en una figura destacada.
En la década de los sesenta y setenta, su amigo Juan Cólogan exportaba grandes cantidades de vinos a Europa y comenzaba a plantear una estrategia comercial más agresiva de cara a ampliar sus ventas. Por aquel entonces, el comercio con Inglaterra estaba algo decaído y decide probar fortuna en la América inglesa. Dado que los españoles no tenían acceso a esos mercados pues las leyes de navegación británicas nos lo prohibían, decidió que había que hacer algo más atrevido, hacer pasar el vino canario como un aparente vino portugués. Para ello se presentaban varias alternativas. Una era fingir una salida desde Gibraltar y la segunda hacerlo desde el archipiélago de Madeira o de las Azores mediante la realización de una escala para descargar una parte de la carga o simplemente falsear las licencias de embarque. Luego se proseguía la travesía hacia Norteamérica como si fuera un vino portugués. Esos caldos pasaron a la historia como los falsos madeirasy, seguramente, esas circunstancias las conocía perfectamente don Matías pues sus vinos de la Gorvorana terminaban en las bodegas de Juan Cólogan en el Puerto de La Cruz.
En 1768, don Matías seguía ocupándose de la finca pero dicen, que queriendo agasajar al rey Carlos III, construyó con los impuestos de la Real Aduana el fortín de San Carlos.
En 1771 don Matías fue designado administrador de la Real Aduana del citado Puerto de la Cruz, el principal puerto de salida de la producción de vinos de la isla de Tenerife y el único puerto junto al de Santa Cruz para la exportación a América. Ese año falleció Juan Cólogan y tomó las riendas del negocio su hijo Tomás quien, en sociedad con su hermano Bernardo constituyeron la empresa Juan Cólogan e Hixos en honor a su difunto padre. Evidentemente antes Juan y ahora su hijo Tomás se beneficiaron como exportadores por su elección sino es que incluso tuvieron incluso algo que ver en su nombramiento. En este instante don Matías ya no era aquel labriego que dejó Málaga, pues se le encomendaba el cargo de Administrador de Aduanas, un puesto de mucha más responsabilidad.
En noviembre de 1774 don Matías dejó temporalmente Tenerife y posiblemente regresó a Málaga yposiblemente pasó por Madrid. A su vuelta a la isla se encontró con que había llegado a la Isla el nuevo comandante general, el marqués de Tavalosos, un duro contrincante. Su llegada se produjo el 11 de diciembre de 1775, es decir, estuvo más de un año en la península y regresó acompañado de su mujer y de dos sobrinos, un chico y una chica. Esta mención a los sobrinos es del cronista Lope Antonio de la Guerra si bien no menciona si éstos sobrinos eran por parte de su  familia Gálvez o bien de la familia de su mujer. Don Matías llegaba en esta segunda estancia con más familia dando por hecho que su estancia en Tenerife se iba a prolongar por muchos años.
Desembarcó en el puerto de Santa Cruz portando un mandato como Teniente Coronel del castillo de Paso Alto, una de las plazas más importantes de la isla pues estaba en la misma capital y donde tenía su base una de las compañías de artilleros más relevantes. También, para refrendar que no tenía intención de irse, plantó en su finca del Realejo nuevos sarmientos traídos de la Península.  Es curioso que se trajera un telar de medias, del que Lope Antonio de la Guerra afirmó que fue el primero en entrar en la isla de Tenerife y que luego desarrolló Bernardo Cólogan con maestros sederos venidos desde Málaga.
Pero poco le iba a durar su dedicación al cultivo de la vid y sus nuevas inquietudes por los telares de los cuales eran muy expertos en Málaga. El 8 de enero de 1777 llegó a Tenerife la nao del capitán Jean François Lodieu, que esta vez traía a su hermano Antonio para desempeñarse con el empleo de administrador de la Renta del Tabaco, cesando don Matías que lo había sido hasta entonces. Tras esta renuncia quedó únicamente con los puestos de Teniente del Rey y subinspector de milicias. Las Islas Canarias tenían ahora como comandante general al mariscal de campo el marqués de Tavalosos y de segundo comandante al teniente coronel Matías de Gálvez.
Pero, además de esa novedad lo más relevante era que en ese buque llegaba un oficial con veinte soldados con la intención de reclutar tropas para La Habana y esa circunstancia habría de cambiar la plácida vida de don Matías en Tenerife. En aquellos meses su hijo Bernardo comandaba el Batallón Fijo de la Luisiana, mientras su hermano José, convertido en presidente del Consejo de Yndias, decide que su tiempo en las islas terminaba. Esto le ocasionó un gran desencuentro con Tavalosos que se oponía a la salida de tanta gente y acusaba a los miembros de la familia Gálvez de maniobrar a su favor.
Ese mismo año de 1777 se fundó la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife donde ingresa como socio conjuntamente con Bernardo Cólogan Valois y poco más iba a poder hacer don Matías, pues en los primeros meses de 1778 le llegaron órdenes para abandonar Tenerife. Dejaba atrás sus viñedos y su colaboración con los hijos de Juan Cólogan.
En fin, la vida civil se terminaba y comenzaba otra etapa dedicada a la  política y a la vida militar. Dejaba atrás sus viñedos y su colaboración con los hijos de Juan Cólogan, ahora sus pertenencias quedaban en Tenerife y muchas de ellas se las vendió a los hermanos quienes gestionaron por él sus cobros pendientes así como el abono de algunas deudas.
Lo que afirmaba Rixo se iba haciendo más evidente según pasaban los meses. Las Islas Canarias aparentemente no solo perdían a un gran hombre, sino a una potente familia que, en 1778, tenía a varios de sus miembros en tan altos cargos que harían palidecer al más reputado aristócrata de nuestro país. Su joven hijo, Bernardo de Gálvez, había sido nombrado gobernador de Luisiana y coronel del regimiento fijo que la guarnecía, puesto clave para el desarrollo de la Guerra de Independencia de los Estados. Pero además en la Corte también estaba José de Gálvez y Gallardo, su hermano mayor, que regía los destinos de las Indias. A ambos ahora se sumaba don Matías, con el cargo de presidente de la Real Audiencia y capitán general del Reino de Guatemala.
Don Matías, conociendo que se alejaba de España, hizo nuevamente un esfuerzo por ayudar a los canarios y solicitó a su hermano que en el nuevo decreto de liberalización del comercio con las indias se incluyera a las Islas Canarias, cosa que finalmente sucedió.
Gorvorana, 27 de marzo de 1778.
Dispensaronme esta mañana las Cartas de de España, con mis despachos de Segundo Comandante e Ynspector de los Cuerpos Militares del Reyno de Guatemala, a donde me debe conducir un Navío del Comercio de Honduras, que devia salir por el mes de febrero anterior (considere vuestra merced que prisa me debo dar) y haviendo gustado a la Señora todas piesas que le mande, pide otra piesa de Crea, dos de [olanbasita], dos de estopilla, dos sombreros para mi una para mi muger y otro más pequeño para Anica, todos negros y de lo mejor, otros dos de menos valor para [francisco] y el page, y ojala huviera una pieza de pañuelos de narices de tavaco.
En la exención de comercio libre a Buenos Aires y todo el Perú vienen incluidas nuestras  Yslas en la cédula que se me manda para que vea se tuvo presente mis suplicas…
Aquel don Matías se despedía, en abril de 1778, de su amada isla de Tenerife y de su hacienda de la Gorvorana. Compungido y triste por no poder irse con más calma, remitió varias cartas para dejar sus asuntos más o menos arreglados. El agradecido y amable don Matías escribió a su amigo Tomás Cólogan Valois con emoción, se iba el gran amigo de su padre y ahora suyo. Muchas veladas, muchas alegrías y sin sabores compartidos que habían estrechado la amistad entre ambas familias.
Señor don Tomás Cólogan
Santa Cruz 23 de abril de 1778
Amigo y Dueño:
Recibo la de vuestra merced de 28 del corriente supongamos despedidas y pasages de verdaderos amigos por que el tropel que tengo a cuestas y el desamparo de quien me alibie, me pone en la posición de no cumplir con nadie. Ya todos me conocen y solo diré a vuestra merced que veré si puedo entregar a Dn. Manuel Pimienta el importe de la quenta de los efectos últimos que vuestra merced me dio, que importan, según sus apuntes reales corrientes 1.860 y si faltare algo Dios me dará vida para pagarlos ya dexo a vuestra merced recomendado a mis hermanos y al rey su casa con motivo de la fábrica de sedas.
Yo no puedo decir más que a Dios mí amada Casa de Cólogan e hijos y disculpen con todo. A, somos 23 de abril de 1778.
Mathías de Gálvez.
Don Matías se fue a América para no volver jamás y, tras expulsar a los ingleses de las costas de Honduras y Guatemala, conocida como la Mosquitía, reconquistó la plaza y los castillos de Omoa y la Inmaculada en el río San Juan de Nicaragua que habían tomado los ingleses y, en marzo de 1782, les batió en la isla de Roatán, Río Tinto y demás puntos que usurpaban en aquel territorio hasta dejar libre de ingleses.  Por estas destacadas acciones de guerra, el rey Carlos III lo promovió al gobierno y capitanía general del virreinato de la Nueva España, con la presidencia de su Real Audiencia de la que se hizo cargo en 1783.
Pero su cargo fue efímero y en él le sustituyó su hijo, el gran Bernardo de Gálvez. Padre e hijo rigieron los destinos del inmenso reino de Nueva España, actual México, y como sólo es posible de cuando de un hombre educado y humilde se trata, surgió su hijo, el más grande militar que conoció España en el siglo XVIII. Sus gestas arrebatando los territorios a los ingleses permitieron que las trece colonias lograran con mucho menos esfuerzo la ansiada independencia de Inglaterra. Por esos hechos el Congreso Americano resolvió en 1783 que su cuadro se colgara de sus paredes y eso se consiguió, 231 años después, es decir el pasado martes 9 de diciembre. Para redondear aún más el merecido mérito, don Bernardo de Gálvez recibió la consideración de Ciudadano Honorario de los Estados Unidos, mención que solo han recibido siete personas en toda la historia de aquel país y que lo merecen por méritos excepcionales, como es el caso de personas de la talla de la Madre Teresa de Calcuta, Winston Churchill, William Penn o el marqués de Lafayette.
Pero volviendo al principio, debo reconocer que Tenerife no perdió tanto como pensó Rixo con la salida de don Matías; al contrario, está por descubrir la particular relación que mantuvo, tanto él como su hijo Bernardo, con nuestras islas hasta los últimos días de sus vidas. Por ello somos los isleños, como Don Bernardo nos denominaba, quienes debamos honrar la memoria de estos grandes hombres que marcaron la historia de España del siglo XVIII. Matías falleció en la ciudad de México, y su funeral  se ofició en la Catedral. Allí muchos le recordaron como el humilde Virrey Labrador, y solo ese apelativo, que le define, merece nuestro emotivo recuerdo.
Por todo esto es de justicia que el Puerto de la Cruz y el Realejo le recuerden con el busto que esta semana se colocará en la Real Casa de la Aduana y en la bella ermita de la Gorvorana.

Carlos Cólogan Soriano

Thomas Stoghuton. El primer cónsul de España en Nueva York

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Después de la Independencia los comerciantes europeos decidieron que la ciudad de Nueva York estaba lista para desarrollar un comercio de importación-exportación abierto con España y máxime estando nuestra nación representada allí por Diego de Gardoqui. Entre éstos se encontraban Dominick Lynch y Thomas Stoughton y los traigo a colación pues de este último he localizado un curioso documento que muestra cual fue su labor en la ciudad de Nueva York.
Lynch nació en Galway, Irlanda, en 1754 y se casó con su prima Jane Lynch natural de Dublín con quien tuvo 12 hijos. Tras su enlace se trasladó a Brujas, en Flandes, donde estableció una casa comercial que le permitió amasar una gran fortuna. Tres de sus hijos nacieron allí. Entró en contacto con Thomas Stoughton [1748-1826], que ya mantenía negocios con España y Francia y decidieron asociarse para abrir nuevos negocios en Nueva York. Thomas, cumpliendo el acuerdo con Dominick, se trasladó a dicha ciudad y abrió la casa de comercio Lynch y Stoughton el 10 de marzo de 1783 con un capital de 7500 libras [5000 en muebles y 2500 aportados por Stoughton].
Stoughton era soltero por entonces, por lo que el señor y la señora Lynch, sus tres hijos y un incierto número de servidores se fueron a vivir con él. Más tarde, en 1785 con la llegada a la ciudad de Diego de Gardoqui como el primer embajador [ministro en aquel tiempo] de España en los Estados Unidos muchos comerciantes vieron abierta la posibilidad de ampliar sus negocios con España.
La comunidad católica de la Ciudad de Nueva York era pequeña y no muy acaudalada, básicamente españoles y sus descendientes de Nueva España, pese a ello dejaron como legado alguna iniciativa destacable como la primera iglesia católica construida en la ciudad. Fue en 1785 cuando algunos católicos prominentes como el mismo Gardoqui, los comerciantes Lynch y Stoughton y el cónsul francés Héctor St. John de Crevecoeur obtuvieron el permiso de la ciudad para construir la primera iglesia católica, denominada Saint Peter’s Church[1]y situada en Barclay Street, en el bajo Manhattan. La construcción fue financiada por el rey Carlos III de España que aportó 1000 dólares que fue el dinero con el que se pudo iniciar su construcción, además de otras cantidades menores aportadas por Núñez de Haro, el arzobispo de la ciudad de México y por el obispo de Puebla. El arzobispo también aportó un cuadro con el tema de la crucifixión, de José María Vallejo, que hasta hoy se mantiene en el altar mayor. La inauguración de la iglesia, con el aspecto que se muestra en la imagen, se celebró el 4 de noviembre de 1786 con una misa solemne.
The original Saint Peter's Church

Presisamente es de agosto de 1785, justo en los meses en que Gardoqui era designado embajador en los Estados Unidos y se construía la mencionada iglesia, es esta carta de Lynch y Stoughton dirigida desde Nueva York a Londres a los socios de la Cologan, Pollard & Cooper desde Nueva York. En ella muestra claramente la labor de intermediación que hacía con las diferentes casas comerciales europeas con intereses en Norteamérica.
You will doubtless have better informed by our mutual friends Mess. John Cologan and Sons of Teneriffe that they have given us directions to remit you for their account the Proceeds of 5 pipes, 64 hogshead and 502 quarter cask of wines shipped to our address at Teneriffe on Board the Portuguese brigantine Nuestra Señora del Rosario, Captain Antonio de Moratis. This Vessel was unfortunately stranded on Rock away bar the East side of Long Island the 11 June and after innumerable difficulties the Major part of the Cargo was saved in a wrecked condition and since been disposed at Public venducefor Account and to the best advantage of the Insurers, where of we have transmited to James Sutton & Comp. Esq. of London the sales and Papers relative to the General Average and Salvage whichwe desire said Gentleman to lay before you for your Perusal and to enable you to recover from the underwriters, should said concern be insured in that City, we little expected when we heard of the Vesell being on Rockaway bar, that any part of the Cargo could be saved, indeed the whole, with the Vessel would have been lost had not uncommon.
Exertions been applied, as the Geenral Statement of the Cargo is to be finally settled in London, whn we receive the same we shall execute the directions Mess. John Cologan & Sons gave us in hanging you the pro-rata of Proceeds of the above Parcel.[2]
Con el tiempo, se produjeron diferencias entre los socios, la firma finalmente se disolvió en 1788 provocando demandas mutuas. Se plentaron dos pleitos cruzados Stoughton contra Lynch y Lynch contra Stoughton que fueron juzgados por el Ministro Kent resolviéndose 20 años mas tarde a favor de Stoughton. Lynch, además de multas y gastos, tuvo que pagar 25.076 dólares. Retirándose todavía rico gracias al dinero de la empresa de que tenía en Brujas y murió en Nueva York 1825.[3]
El inicio de las relaciones diplomáticas entre España y los Estados Unidos lo marcó cuando se designó a Gardoqui como embajador en 1784. Sin embargo no se enviaron cónsules hasta la firma del Tratado de San Lorenzoo Pinckney’s Treaty de 1795 en el que se incluía la creación de los servicios consulares. A finales de 1795 España tenía cónsules o vice cónsules en Boston, Massachusetts, Newport, Rhode Island, New York, New York, Philadelphia, Pennsylvania, Baltimore, Maryland, Norfolk, Virginia, Charleston, South Carolina, y Savannah en Georgia. Muchos de ellos habían sido previamente comerciantes con sus propias conexiones y redes mercantiles.[4]
John Stoughton fue designado cónsul para Nueva Inglaterra en 1795 por su yerno José de Jaúdenes[5], encargado de los asuntos para los Estados Unidos [1791-1795]. Durante su cargo de Cónsul estrechó fuertes lazos con comerciantes de todo el mundo. Sus archivos contienen entre 1795 y 1820 hasta 1.352 cartas con destino a otros cónsules, embajadores y numerosos comerciantes. Una de las funciones que más ejerció fue la de ayudar a los distantes comerciantes españoles que habían sido víctimas de algún fraude en la ciudad de Nueva York.
The original Saint Peter's Church





[1]La iglesia que actualmente se puede apreciar no es la original sino una segunda construída entre 1836-1840 bajo la estética de un edificio estilo del renacimiento griego. Este es considerado un monumento histórico de la ciudad de Nueva York.
[2]AHPTF. AZC. Correspondencia 888/29= 888/31. Carta de Lynch & Stoughton a Cólogan, Pollard & Company. Nueva York. 4 de agosto de 1785.
[3]Journal of the American Irish Historical Society. Volume VII. 1907.
[4]PERRONE, Sean. Spanish Consuls and Trade Networks between Spain and the United States, 1795–1820.  Bulletin for Spanish and Portuguese Historical Studies: Vol. 38: Iss. 1, Artículo 5. 2013.
[5]Stoughton se casó con Josefa de Jaúdenes y Nebot a de quien Gilbert Stuart pinto un magnífico cuadro que se encuentra en el The Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Su cuñado José de Jaúdenes y Nebot también encargó un retrato de George Washington pintado en 1796 por José Perovani. El óleo fue un obsequio de Jaúdenes a su mentor Manuel Godoy éste se encuentra en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid.
Matilda Stoughton de Jaudenes y Nebot. 1794. The MET
Joseph de Jaunedes y Nebot. The MET



El cronista de la rebelión bóxer

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Firma del Protocolo Bóxer. Embajada de España. Septiembre de 1901
Carlos Cólogan Soriano recuerda que un día, entre risas, su padre le dijo: «Hijo, me he acordado de que cuando éramos pequeños y nos íbamos a la cama, mamá nos relataba las historias de un tío nuestro que había vivido en China». Ese tío era Bernardo Cólogan y Cólogan, un personaje fundamental en las negociaciones entre las potencias occidentales y la China imperial tras la rebelión de los bóxer, que había estallado en 1899. Cólogan Soriano trabajaba en su obra Bernardo Cólogan y los 55 días en Pekín, recién editada en colaboración con el Ministerio de Asuntos Exteriores, cuando su padre, sobrino nieto de don Bernardo, recordó aquellas historias de su tío abuelo. Unas historias que salían de un libro que el propio Bernardo Cólogan había escrito durante su etapa en China y al que la familia no prestó mayor atención durante muchos años. El mismo libro que, sin embargo, ha permitido descubrir que el Protocolo Bóxer, el tratado que tras la revuelta recondujo las relaciones entre China y Occidente, se firmó en la embajada de España en Pekín, un hecho histórico olvidado y oculto por las potencias extranjeras, en especial por Inglaterra, para marginar la trascendente labor del diplomático español en la firma de la paz.
Don Bernardo nació en 1847 en el municipio tinerfeño de Puerto de la Cruz, donde la familia Cólogan, de ascendencia irlandesa, había prosperado, gracias a la exportación de vino a Europa y América, hasta convertirse en una de las dinastías más poderosas del norte de Tenerife. A los 18 años accedió a la carrera diplomática, que inició en Grecia como joven de lenguas (intérprete y traductor). Tras pasar por Constantinopla, Caracas y México, Bernardo Cólogan llega a China en 1894. Cinco años después, en noviembre de 1899, los rebeldes de los «puños enhiestos», los llamados bóxer, se sublevan contra la injerencia extranjera en el país asiático.
Reunión preparativa del Protocolo Bóxer. Embajada de España
Los rebeldes y los soldados imperiales sitiaron el barrio de las Delegaciones de Pekín, que fue atacado durante 55 días. Los embajadores de Alemania y de Japón no sobrevivieron a la revuelta. Los incidentes, que se prolongaron durante casi dos meses, se llevaron 63 años después al cine por Hollywood en 55 días en Pekín, dirigida por Nicholas Ray y protagonizada por Charlton Heston, Ava Gardner y David Niven. Una superproducción de Samuel Bronston que se rodó en Las Rozas (Madrid).
En agosto del año 1900, la Alianza de las Ocho Naciones puso fin a la rebelión de los bóxer. Fue entonces cuando Bernardo Cólogan, cuyo cargo era el de ministro Plenipotenciario (asimilable al de embajador), comenzó a desempeñar un papel trascendental para solventar el conflicto. Como decano del cuerpo diplomático acreditado en Pekín, condición que ostentaba por ser el más antiguo en el cargo, el representante del Gobierno de España lideró las negociaciones que condujeron a la firma del Tratado de Xinchou o Protocolo Bóxer. Un documento, firmado el 7 de septiembre de 1901, en virtud del cual la dinastía Qing se comprometió a reparar las consecuencias de la revuelta con el pago de 400 millones de taels a las potencias occidentales, entre ellas Inglaterra y Francia. «Nunca nadie en la historia de España había negociado antes a tan alto nivel como lo hizo don Bernardo en China», comenta Cólogan Soriano, investigador e ingeniero industrial que ahora, más de un siglo después de que el «tío Bernardo» asumiera tal responsabilidad, ha publicado un trabajo que narra cómo «un señor de Puerto de la Cruz», en sus propias palabras, fue capaz de «cargar la mochila de todo Occidente para negociar frente a un país que ya tenía entonces 450 millones de habitantes».

Bernardo Cólogan se molestó en documentar todo el proceso en un libro que legaría después a su familia y que esta no rescató del olvido hasta poco después de 2002, muchos decenios más tarde de los hechos que se narran en el texto. Esa información de la que «don Bernardo» dejó constancia es la que Cólogan Soriano expone en su investigación, de modo que Bernardo Cólogan y los 55 días en Pekín es el descubrimiento de una historia que comenzó a escribirse a principios del siglo pasado. «En el libro hizo 48 láminas con fotos. Está escrito en francés, el idioma diplomático de la época. Cogió a todos los embajadores y les hizo firmar el libro. Es más, lo hizo también con los chinos», detalla el autor.
Embajador
El embajador en la capital china, un español atípico en aquellos años (superaba el metro noventa de estatura, ojos claros y con una amplia formación y exquisita educación cuyo padre había fomentado casi manu militari), regresó a Europa de inmediato después de la firma del Protocolo Bóxer. Su primera parada fue Marsella. Ya en ese primer viaje advirtió a un periodista francés, ante las versiones «novelescas y a veces tergiversadas» que se escuchaban y leían en Europa acerca de lo que en China había sucedido, que la única persona que verdaderamente podría informarle de lo que había ocurrido era él. ¿Por qué? Porque contaba con los documentos y fotos que acreditaban cómo se desarrollaron los hechos recogidos en un libro sobre sus vivencias en China, el libro que se guardaría en la casa familiar de Tenerife.
Bernardo Cólogan dejó la documentación oficial a buen recaudo en el entonces Ministerio de Estado (Exteriores conserva el documento del Protocolo Bóxer), pero, en cambio, aquel libro personal en el que había escrito sus vivencias y reflexiones y al que tantas horas dedicó iba a quedar en una estancia no tan institucional, lejos de las estanterías administrativas, en manos de su familia. En 1924, el diplomático español entregó en Madrid su histórica colección de imágenes y documentos a su sobrino Leopoldo Cólogan Zulueta, abuelo de Carlos Cólogan Soriano e Ignacio Osborne Cólogan, consejero delegado del Grupo Osborne, recién nombrado presidente del Instituto de la Empresa Familiar, y primo, por tanto, de Cólogan Soriano.
El abuelo llevó el libro hasta la casa familiar en el Puerto de la Cruz, y allí se quedó: guardado y olvidado durante años. El libro de don Bernardo estuvo en la vivienda del norte de Tenerife, «en un arcón al que no se había hecho especial caso», hasta que la investigación de Soriano y un leve recuerdo de su padre, sobrino nieto del «tío Bernardo», propiciaron el redescubrimiento de tan histórico legado.
Cólogan Soriano trabajaba a comienzos de siglo en su obra Los Cólogan de Irlanda y Tenerife, donde compendia los ya más de 350 años de historia de la familia, cuando su padre recordó aquel arcón. «Debe de tener libros interesantes», le comentó, «incluso el del embajador ese», rememora ahora sonriente Carlos Cólogan. Pero el arcón ya no estaba en Tenerife, sino en la Península. La abuela de Carlos Cólogan e Ignacio Osborne había fallecido en 2002, y sus hijos se habían distribuido las pertenencias familiares. En el reparto, aquel arcón le había correspondido a doña Cristina Cólogan, la madre de Ignacio Osborne Cólogan, quien a instancias de su sobrino Carlos lo rescataría de aquel olvido de tantísimos años y lo enviaría, desde Cádiz, de vuelta a Tenerife.

Carlos Cólogan recuerda con cariño el día en que preguntó a su tía si le había tocado en la herencia «un libro de China». «Sí, sí. Todo está en chino», le contestó la tía. Cuando Carlos Cólogan recibió el libro, de inmediato se dio cuenta de la trascendencia de los hechos que se narraban. «Papá, ¿tú sabes lo que es esto? Es Pekín, es la revolución bóxer del año 1900». Don Bernardo no solo había sido la voz de Occidente en las negociaciones con China, sino que también había actuado a modo de cronista.
Carlos Cólogan visitó el Ministerio de Asuntos Exteriores para corroborar la importancia de aquellas páginas. La sorpresa entre los expertos fue mayúscula. No hay un documento histórico igual. Un solo vistazo ya fue suficiente para descubrir que el Protocolo Bóxer se había firmado en la embajada española, algo que la historia oficial había relegado. «En la Legación de España, 22 de septiembre de 1901», había dejado constancia Bernardo Cólogan al narrar los hechos. La admiración y sorpresa en el Ministerio fue enorme. Se daba por hecho que el documento de paz se había rubricado en legación inglesa, pero la documentación aportada por Cólogan desautorizaba la versión oficial. Y para que no quedaran dudas, don Bernardo incluso se aseguró de que la firma quedara inmortalizada en una fotografía, una imagen tomada por un japonés que por primera vez se difunde, en estas páginas, en un medio de comunicación.
Bernardo Cólogan y los 55 días en Pekín, publicado en colaboración con el Ministerio de Asuntos Exteriores y en el que también ha participado el Grupo Osborne, incorpora además una detallada y sorprendente documentación sobre el conflicto que el Gobierno facilitó a Carlos Cólogan.

Cuando la dinastía Qing accedió a suscribir el hoy llamado Protocolo Bóxer, un tratado muy fructífero para los países occidentales, Bernardo Cólogan se convirtió casi de inmediato en prohombre a ojo de la gran mayoría de las potencias occidentales, que lo distinguieron con sus más altos honores: la Gran Cruz de la Orden del Águila Roja de Prusia, la Orden de Santa Ana de Rusia o la Gran Cruz de la Orden de la Estrella Polar de Suecia. Además, Francia lo condecoró como Gran Oficial de la Legión de Honor y el Gobierno español le concedió la Gran Cruz del Mérito Militar. La única excepción a estos extraordinarios reconocimientos internacionales fue Inglaterra, que aún hoy sigue sin rendirle tributo, un hecho en el que todavía subyacen los desencuentros que tuvo en su día con el embajador de aquel país, a quien Bernardo Cólogan, en sus funciones de decano del cuerpo diplomático, no quiso expedirle la credencial hasta que dispusiera de todos los documentos. El representante del Gobierno inglés había llegado a Pekín inmediatamente después de que la Alianza sofocara el asedio a las embajadas, le faltaban papeles y don Bernardo no estaba dispuesto a ceder ni un milímetro en el cumplimiento de los protocolos. No hay que olvidar que uno de los factores que propiciaron que Cólogan y Cólogan llevara las riendas de las negociaciones fue precisamente su rectitud, disciplina y acatamiento de las disposiciones diplomáticas. Hablaba inglés como un nativo. Dominaba el francés,  el griego y el mandarín y representaba a una vieja potencia, España, sin mayores intereses en China. Disfrutaba, por lo tanto, de una neutralidad y respeto internacional que no tenían los embajadores más directamente concernidos en el conflicto.
Con ese aval, aquel tinerfeño que había nacido 50 años atrás en el Valle de La Orotava dio voz a las agraviadas potencias occidentales en unas negociaciones que duraron un año. "Don Bernardo, un señor de La Orotava, fue capaz de cargar con la mochila de todo occidente", tal como lo define Cólogan Soriano.

1789. Brandy mas vino de Tenerife

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Me gusta poner cara, cuando se puede, a quienes firman las viejas cartas de nuestro cuasi olvidado comercio de vinos. En este caso el protagonista es John Vaughan quien además de comerciante era filántropo y amigo de Benjamín Franklin a quien conoció en París en 1778.

Vaughan era un destacado importador especializado en bebidas espirituosas y particularmente en nuestros vinos. Muestra de su profesionalidad es esta carta suya de otro agosto de 1789... (en abril de ese año George Washington juraba su cargo como primer presidente de los Estados Unidos).
En ella explica cómo mezclar nuestros vinos para reforzarlos, supongo que para subir su graduación alcohólica, y cómo elegir el momento adecuado para venderlos al mejor precio. Así dice:

 
John Vaughan
 
Señores Juan Cólogan e Hijos, en Tenerife. 15 de agosto de 1789
Caballeros,
Tengo ante mí sus cartas del 27 de mayo y del 25 de junio, y tomo nota de su contenido. Siento informarles de que el retraso del navío les obliga al pago de 12 dólares la pipa, impuesto que se devengó el 3 de agosto inmediato.
Las almacenaré en cuanto las reciba, y procuraré el mejor Brandy que pueda (éste escasea) para añadírselo. Intentaré no venderlas por ahora, ya que algunos de vuestras islas parecen estar nerviosos por forzar la venta, a un precio al que nunca he vendido antes de aplicar el impuesto. Esto no impedirá que vaya preparando los pagos para cuando ustedes estimen conveniente, y creo que nuestra producción les dará en su momento un indicio suficiente para prometerles una ventaja que podría repercutir al alza en el vino. Nuestra cosecha de trigo ha sido buena, el maíz promete, y el mercado estará lleno en otoño, pero por el momento escasea. Cuando vaya a proponerles el envío por barco, venderé los vinos con un buen crédito.
Su atento y humilde servidor, John Vaughan

 

1781. Esto me lo vas a pagar con vino, te lo juro.

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Si acaso piensas que esto de mandar a los hijos al extranjero es una modernidad y algo exclusivo de nuestros tiempos, te voy a demostrar que para nada. Es más viejo que matusalén. Sucedió en la isla de La Palma en 1783.
Tomás ya no sabía qué hacer con su hijo. La vida en la isla no ofrecía demasiados alicientes en aquellos años pero eso ya lo sabían sus nueve hijos sin embargo ninguno salió tan capullo como el décimo, de nombre Francisco.
El colmo de su paciencia llegó en agosto de 1781. Francisco había cumplido 17 años y seguía sin trabajar como si hacían los demás hermanos, unos en la viña y otros en la bodega. Encima se había encaprichado con Juana, la hija de un carpintero al que no tragaba, y eso colmó el vaso de su paciencia. Este va a aprender, se dijo.
La mañana del 18, llegó una balandra del Puerto de la Cruz que anticipaba que en las siguientes semanas llegaría un navío de Boston para cargar vino.
Previendo la llegada, Bernardo le escribía desde el Puerto de La Cruz en Tenerife para saber si debía reenviar el navío hacia la Palma para cargar allí a también algo de sus vinos.
De inmediato contestó a Tenerife y confirmó que sí, que quería embarcar 60 pipas de vino y un hijo gilipollas a las Trece Colonias.

Tres semanas más tarde llegó el bergantín Patty, capitán Adams, a Tenerife y Bernardo le informó de que debía partir hacia La Palma. Adams se mostró poco crédulo ante la petición pero accedió.
Tomas sabía que criar a sus hijos siempre fue y será complicado pero en isla de La Palma del siglo XVIII era doblemente complicado pero antes de que perdiera su capacidad de influencia
tomó la decisión de enderezarle antes de que fuera tarde.
Solo había una pega y es que España estaba en guerra desde hacía tres años y está no tenía visos de terminar. Pese a todo decidió que Boston era mejor lugar que Santa Cruz de la Palma.
- Pero, ¿a dónde quiere que lleve a su hijo?-le preguntó Adam a Tomás que aún no creía que aquello fuera en serio.
- Al Sr. Greene, el tiene 8 hijos y sabrá acogerlo con fundamento y darle también un par de azotes cuando lo juzgue necesario.
-Bien, si así lo ha convenido, yo no diré más.
- Descuide, él lo entenderá y en esta carta están las instrucciones para él.
- Perfecto - dijo guardando el sobre en su bolsillo.
- Otra cosa, los seguros y el flete de mis 60 pipas van por mi cuenta y le añado 15 pipas más como pago por los meses que mi hijo pasará en casa de Greene.
El capitán poco asombro podía absorber ya, pues había visto casi todo y por eso no dijo nada. Se giró hacia Francisco y le dijo con sorna.
- Y tú, ¿qué sabes hacer grumete?
- Nada.
- Este se va a enterar de lo que es ganarse la vida - dijo Adams mientras miraba a su padre.
Así fue como Francisco partió para América. De Juana nunca más supo ademas su padre no le dio tiempo de siquiera de despedirse.
En la travesía vomitó todo lo que su estómago recibía. Tuvo fiebres y diarreas. Y muchas veces se preguntó cómo a su padre se le había ocurrido semejante putada. Además, eso no lo había nunca hecho con sus hermanos mayores y solo pudo deducir que él era la última puta gota del vaso y simplemente le tocó pagar a él. Francisco se preguntó durante el trayecto decían aquellas cartas pero no tuvo narices siquiera de preguntarle por ellas al capitán.
Cuando el navío llego a Boston el capitán entregó las cartas en mano al Sr. Greene quien, tras leerlas en un pis pas, le miró con cierto desprecio. Francisco ya había visto antes esa mirada y no se achantaba, es más le motivaba....
- Welcome to Boston, young Francis.
- Señor -replicó Francisco que no entendía ni papa de lo que dijo aquel tío.
Sin ahondar en más detalles, Francis permaneció en Boston un par de años y como era un cabra en La Palma también lo fue en Boston. Jugó en ligas que le excedían y por supuesto acabó en los tribunales. Cierto día llegaron sus papeles, deudas me refiero, a su isla natal y con documentos firmados por el gobernador del Estado de Massachussets y firmante de la declaración de la independencia.
¿Sabes a quién me refiero, no?. Se puso tan feo el asunto que al padre no le quedó más remedio que pagar. Eso sí, las deudas de Francis, como no, las pagó con más envíos de vinos de La Palma... Y es que el vino siempre fue una moneda de cambio.
Carlos Cólogan

1898. El ultimo samurai tinerfeño

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A veces me da cierto reparo contar algunas cosas de la historia familiar pero, muy poco a poco, van desapareciendo ciertos pudores que cada vez veo más absurdos.
Con tío Bernardo tardé unos pocos años en contar su vida, más por temor a dejarme algo atrás que otra cosa pero con su siguiente hermano Juan me da igual y algo les anticiparé. También en esta ocasión me viene a la memoria otra película. Eso si, para alegrarles el ojo, les adjuntaré algunas "fotillas" ilustrativas.
Juan, como sus hermanos nació en el Puerto de la Cruz, fue militar e ingeniero, pero poco más sabía de él. Tras la muerte de mi abuela en 2002, la casa familiar se limpió y debajo de una escalera, salieron más cosas tras las muchas que ya habían salido de las vitrinas. En este caso estas nuevos hallazgos acabaron siendo las mejores simplemente por haber sido ignorados durante décadas.
Uno de los objetos que surgió fue un alargado estuche de madera de balsa, muy ligero hecho con esa que se emplean para maquetar. Tras la tapara deslizante dentro del mismo había un pergamino enrollado conteniendo lo que parecía ser un viejo documento encintado. Tras indagar vi que era de 1898 y analizando el escudo deduje que era el diploma recibido por Juan como Caballero de la Orden del Sol Naciente de Japón. Claro, cuando ves algo así, comienzan a surgir mil preguntas y la primera es que pudo hacer Juan para recibir semejante distinción de un país tan lejano.
Luego vino lo demás, un álbum, luego otro, medallas militares y diplomáticas, unas pocas fotografías, etc. Yo por entonces me acordé de la película "El último samurai", aquella de Tom Cruise donde un militar americano acabo en el Japón atrapado por la cultura samurai. 


En mi caso, yo más que fotogramas lo que tengo son las auténticas fotos de un canario, un tinerfeño en el Japón de finales del siglo XIX asesorando, en nombre de España, al nuevo ejército imperial. En el material hay muchas fotos del ejército japonés en plenas maniobras militares, disparando sus cañones, las tropas en formación y desfilando, los oficiales posando con Juan entre ellos como un observador militar, en fin todo un "arsenal fotográfico" que algún día publicaré como dios manda.
Desde luego Juan no se quedó prendado ni de la cultura samurai ni de ninguna joven japonesa, pero sus documentos gráficos y textuales son de lo más hermoso.

 
Además de esto lo más curioso de "tío Juan" y su andanza nipona es que también aparecen 28 informes militares suyos que remitió al gobierno de España sobre el estado militar, logístico e industrial del Japón. Formalmente su rol allí era el de agregado militar, pero en cierta medida, observaba o más bien habría que decir, espiaba todo lo que sucedía con aquel país presto a convertirse en la gran potencia militar de Asia. Los informes, detallados y exhaustivos, calibraban el armamento, las tropas, la metalurgia, las fuerza navales, todo ello con sus opiniones muy fundamentadas no solo por su condición de militar como de ingeniero.
La pregunta es, ¿qué hacen en Tenerife esos informes?, ¿no se fiaba Juan de su Gobierno?, ¿se fiaba más de su familia para guardar esos aparentemente confidenciales documentos? Desde luego no tengo la respuesta a la pregunta pero lo que sí sé es que Juan no era un traidor ni mucho menos y no andaba regalando esos informes a cualquiera pero desde luego la historia se repite y lo que debía ir a Madrid acabo en Tenerife y gracias a eso se los cuento.

La vida de este Juan fue una sucesión de episodios que algún día desvelaré. Desde su estancia en la Exposición Universal de Chicago de 1893 , donde debió ver a Tesla y a Edison dándose de galletas por sus respectivas tecnologías debió ser una de ellas. Allí representó al ejército español mostrarse como políglota, militar e ingeniero.
También está magníficamente documentada su estancia en Filipinas construyendo puentes, colegios, sedes militares, iglesias en los últimos territorios de España, luego vino el Japón y a su regreso de vuelta a España.
¿De donde salen este tipo de personas tan cualificadas?, pues de aquí, como todos nosotros. En mi caso yo soy del Puerto de la Cruz, tu serás de Santa Cruz, otros de La Laguna, otros del Sauzal, en fin, de donde sea. Lo cierto es que este hombre como sus hermanos, salieron de unos padres disciplinados que supieron gastarse la pasta en formar a sus hijos, chicos que ya con tan solo 18 años hablaban inglés y francés y que, a golpe de disciplina, se labraron una vida singular y de amplias miras. En fin, este es otro tinerfeño y portuense más que se tragó el olvido, pero tranquilos, je, je que por mi no va a quedar....
Ah!, por cierto, Juan era más guapo, más alto y más listo que el Tom Cruise ese, pero un rato..., !ja, ja!

Carlos Cólogan Soriano


El caso es que hace un año conté en un libro la vida de un hermano de mi bisabuelo, de nombre Bernardo Cólogan que vivió en China desde 1895 a 1902. La historia andaba, como otras, perdida en los álbumes de recuerdos de la casa de mi abuela Cristina en La Paz, en el Puerto de la Cruz, Tenerife. Al final el asunto de su biografía acabo vinculada a una película como fue los "55 días en Pekín" pues no en vano es el mejor narrador de aquella historia a través de sus memorias.


Juan, Jean, John y nuevamente Juan

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Más que "la historia" lo que me llena es una buena historia personal y la de este hombre me cautiva por su intensidad vital y porque en cada recodo de su biografía me deja perplejo.
Había leído tantas cartas suyas que me había creado una imagen suya en mi mente. Tanto le admiraba, y no suelo hacerlo con casi nadie, que le dibujé con mis propios rasgos. !Que tontería!, ¿no?. No tenía un retrato suyo y no lo entendía pues antes había localizado los de sus hermanos y padres y me daba mucha rabia no tener el suyo.
El nació siendo Juan en el Puerto de la Cruz, aquí en Tenerife, luego fue Jean en París y finalmente John en Londres.
De niño había estudiado en ambas ciudades y cuando decidió su futuro se metió a seminarista en París. Sin embargo, pronto abandonó su primera vocación cuando conoció a una jovencita irlandesa llamada Ann Coghlan.
De ella no tengo más que unas pocas cartas pero me han bastado para enamorarme de su recuerdo, solo de eso, aclaro. Además, como soy muy cinematográfico, necesito poner cara a todos los que investigo. A ella siempre la imaginé menudita, rubia, blanquita y delicada con unos redondos ojos verdes. Claro, así como para no quererla.
Después del flechazo se casaron y tuvieron un hijo de nombre Jean Bernard en honor a su abuelo. Pero hasta ahí duró la felicidad. La muerte se llevó a Anne por una cruel infección cuando no había cumplido 28 años y meses después a su hijo de unas fiebres. Con semejante faena del destino Juan quedó destrozado y solo le quedó enterrarlos y llorarlos a ambos en París.
A Juan le perdí la pista y pasé un par de años preguntándome mil cosas de su vida. Sabía que su retrato debía estar en algún lado y medio cabreado por no "verle pintado" lo deje por imposible pues me estaba obsesionando. Pero de existir, ¿dónde podría estar su retrato? Y ahí es donde el destino me regaló otra perlita o una serendipia como las llama mi tía Lourdes.
Una noche recibo un correo desde París, de un tal Remy de la Soudiere. En él me explica quién es y su relación conmigo. Resultó ser descendiente de Juan en su segundo matrimonio y como había visto cosas mías en internet, me quería hacer llegar algo...!Era el cuadro de Juan y algo más! Pues claro, ¿dónde iba a estar sino?, en París.
Esa noche me quedé mirando al iPhone como un crío esperando ver el ansiado correo y a las doce de la noche llegó. !Era su retrato!, y si bien estaba adornado con una tela algo aparatosa y de un recargado estilo romántico se había retratado apoyándose en una urna funeraria con los restos de Anne.
!Qué tortura! ¿A quien se le ocurre pintarse de esa manera si es que no estás perdidamente enamorado? Cada vez me gustaba más....Cuando lo vio mi madre me dijo que tenía mis mismas manos y le doy la razón. Su tez, pálida y de ojos verdes también me recuerdan a mi (claro, cuando era más joven) y eso me perturba.
Luego indagué más y supe que tras la muerte de su mujer e hijo se trasladó a vivir a Londres y se volcó en los negocios de importación de vinos de nuestra isla y, desde 1786 en adelante, consiguió lo que nunca antes un español hizo en la mayor ciudad de Occidente, Londres.
Primero fue la Marina británica de Su Majestad quien contrató los servicios de su empresa, pero esa parte me la guardo para más adelante, luego fue nuestra embajada española quien lo fichó como su financiero. También se codeó con todo tipo de gentes, desde exploradores que pusieron nombre a islas y lugares y alguno que colonizó un nuevo continente...., también a mandos militares de alto rango y políticos pero siempre siguió siendo él, un chico del Puerto de La Cruz.
Dispuesto a seguir adelante y recuperar la felicidad se casó nuevamente con Mary Fitzgerald Kennedy (curiosa pirueta de apellidos) y tuvo dos hijas (de una de ellas desciende Remy) pero tras unos años de matrimonio ambos se separaron.
John por entonces generó una actividad comercial y vital inédita hasta entonces para un español y a principios de 1793 con la revolución francesa, en pleno apogeo y a punto de que guillotinasen al rey de Francia, sacó a relucir sus fuertes valores.
Fiel a su religión católica, a su rey de España y al de Francia por extensión, acogió a decenas de nobles franceses en Londres incluido un hermano del rey Luis XVI de Francia, el conde de Artois, luego convertido en Carlos X de Francia, luego gran amigo suyo. Esto último no lo digo yo sino las cartas guardadas de ambos expresando su agradecimiento por salvarle a él y a sus amigos de una muerte segura y por mantenerles con una digna pensión en Inglaterra.
Tras resolverles la papeleta todos ellos le escribieron y firmaron de forma conjunta agradeciéndole su compromiso y la promesa de resarcirle económicamente. Cuando él les contesta les explica por qué lo hace y es ahí donde saca a relucir su motivación.
Éstas no eran otras sino lo que para él era de justicia y su deber como cristiano, eso además de ayudar a la nación católica enemiga de Inglaterra, que también motivaba. A éstos últimos los acusaba de ser los culpables de que su padre hubiera de emigrar desde Irlanda a Tenerife décadas atrás. Vamos, que se despachó a gusto.
John se hipotecó económicamente ayudándoles y terminó arruinándose al tiempo que enfermaba, y sabiendo que le quedaba poco tiempo regresó a su tierra junto a sus hermanos y murió siendo otra vez Juan en 1799 para ser enterrado en la Peña de Francia del Puerto de la Cruz.
Cuando paso por allí, y no lo hago cuanto quisiera, le echo un rezo a él y a todos los demás. ¿Quién diría que allí bajo aquel frío suelo latió un hombre con una vida de película pero también alguien digno y justo?
En ese instante sonrío y me acuerdo de los guionistas de Piratas del Caribe y de esas películas de Hollywood. Solo con Juan les ganaría por goleada en cuanto a un buen guión. Además, las suyas son verídicas y es que la realidad siempre superará a la ficción.
Carlos Cologan

Los contratos de la Marina británica

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En el siglo XVIII cada vez que Inglaterra iniciaba una guerra sus cónsules en cada recodo del globo se ponían a trabajar para engrasar su maquinaria bélica.
En ese siglo la Marina de guerra era una formidable organización que destacaba por tener navíos modernos y rápidos, tripulaciones bien entrenadas y sobre todo una logística de aprovisionamiento que permitía que sus navíos se movieran por el globo recalando en puertos seguros.
Para atender las necesidades de los navíos se necesitaba carne, fruta, galletas, agua y vino, mucho vino. Para la compra se sacaban a concurso los contratos de suministros por los que peleaban grandes empresas de todo el orbe.
En los puertos de Gibraltar, Tenerife, Madeira, Jamaica, Nueva Escocia, por nombrar solo a los más cercanos, las casas de comercio se postulaban para ganar los contratos de la Victualling Office of the Admiralty que era la entidad que los adjudicaba.
Para tener ciertas garantías de ganar alguno de esos contratos era necesario estar presente en Londres y en eso Juan Cologan Valois era muy efectivo y persuasivo.....El y su empresa Cologan, Pollard & Cooper "convencían" o mejor dicho untaban a los mandos militares para que en las islas se contratarán los suministros a los navíos de Su Majestad.
Los avisos, las recomendaciones y los detalles viajaban desde Londres hasta el Puerto de La Cruz para que finalmente los contratos se ganaran. Así fue una vez y otra y otra y gracias a ello la Bounty, una navío de guerra más, cargó vinos en Tenerife.
El fondo de estas negociaciones, los detalles, los contratos pronto verán la luz y cambiarán la percepción de lo que representaban para nuestras islas los comerciantes de vinos.
Miles de pipas de vinos se ponían en juego así como suministros de ganado vacuno, aguadas y ventas de frutas y verduras. Tal fue la importancia de esos contratos que a veces desabastecían a la isla.
Leer en las cartas que una sola casa comercial de Tenerife, la nuestra, la de Juan Cologan e Hijos almacenaba en sus bodegas del Puerto de la Cruz 2.000 pipas para este menester nos da una idea de la importancia de estos contratos. Desde luego no era la única pues el escocés Pasley también ganó algún que otro contrato.
De aquella industria ya no quedan vestigios y es una pena que mi ciudad natal no tenga memoria para recordar semejante legado máxime ahora que el vino de la isla alcanza unas cotas de calidad inéditas desde hace 150 años. Y es que Tenerife era conocida como la isla del vino y un lugar necesario para el despliegue de la flota británica. !Que ironía!
Carlos Cólogan

Siguiendo las pislas de mi tatarabuelo. Mi viaje a Kilkolgan, Irlanda

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No me gusta ser exhibicionista pero me voy a desnudar un poquito con esta historia, esta vez una mía.

Hace años me topé con una "sabana" en nuestros archivos que me mostraba la genealogía familiar. Era antigua y reflejaba un árbol genealógico desde mi primer antepasado que llegó a las islas en 1721 que se llamaba John Colgan White.

Era y es magnífico, en un color marrón oscuro de 1,00x0,60m. con una excelente caligrafía que el tiempo no ha desgastado. Sin embargo lo que captó mi atención es que el árbol avanzaba hacia atrás en el tiempo!, !de 1700 hacia ni se sabe!, !increíble!, un regalo para mi infinita curiosidad.

Estaba escrito en latín y retrocedía 18 generaciones reflejando cada matrimonio y el lugar donde vivieron en Irlanda, pueblo a pueblo, aldea a aldea. Aquel documento me dejo sin dormir varias noches enteras y no dejaba de preguntarme de dónde había salido. Se lo explicaba a mi familia y me miraban extrañados. Por entonces no entendían para que servía saber eso. Claro, ahora ya no piensan así, al menos no todos.

En aquellos días aún no sabia mucho de mis antepasados y deduje que mi bisabuelo Tomás andaba como yo, recomponiendo la información genealógica familiar. El era un tío organizado, como lo fue y aún es mi tío Melchor Zarate Cólogan y como también lo soy yo en este tiempo.

Sin más miramientos mi tatarabuelo solicitó allá por 1870 la información familiar a la entonces Heráldic Genealogical Office de Irlanda y desde Dublín le hicieron aquel bello árbol genealógico que incorporaba el escudo de armas familiar y lo firmaba un tal Willian Betham, el jefe de la oficina.

El árbol retrocedía aquellas 18 generaciones y calculando hacia qué época alcanzaba estimé que debía iniciarse entre el 1200 o 1300. Intrigado y obnubilado pude leer en él algunos nombres como Carolus (mi padre siempre me había dicho que era el primer Carlos en la familia, pero por lo visto no era así), varios Dennis, John y Thomas McColgan o O'Colgan.

¿Pero quiénes eran?, ¿cómo podía saber más de mis antepasados? Lo mejor, me dije, será comenzar por el principio del árbol. El primer matrimonio se llamaba Johannes MacColgan y Winifreda (hija de O'Moore) que vivían en un lugar llamado Kilcolgan. !Cómo!

Corriendo me fui a internet y localice la aldea de Kilcolgan al Oeste de Irlanda, en Galway. Pero, ¿porque tenía un nombre idéntico a mi apellido?, !que ansiedad!

Tras un par de horas lo entendí. El prefijo "kil" en gaélico significa "la iglesia de", entonces, ¿la iglesia de los Colgan?, interesante y prometedor. Luego estaba lo de O' y Mc que significa del clan de los Colgan, en mi caso.

Bien, entonces partimos de allí, de aquel pueblo o aldea, con un río del mismo nombre, con una viejísima iglesia con tumbas dentro y fuera. En mi mente ya veía druidas y celtas alrededor de una hoguera. Mi mente se disparataba, tenía que averiguar más.

Lo que sí sabía a ciencia cierta es que mi bisabuelo nunca viajó a Irlanda, y medios económicos no le faltaban. Pero yo sin tantos medios económicos sí que puedo pues tengo a Ryanair....es broma claro.

No me costó mucho buscar en Dublín la oficina de heráldica y genealogía que actualmente depende de la Biblioteca Nacional (National Library of Ireland) de Irlanda. Tras varios correos conocí a Colette O'Flagerty, la Betham de mi época. La llame y le pregunté por aquel documento. Me dijo,
- Si, lo conozco y tu tatarabuelo pidió algo hace más de 150 años. Y la información de donde se sacó ese documento se guarda aquí.
- ¿Cómo dice?.
- Si, ¿quiere verla?
- Eh, si claro.
En mi cabeza, un rayo me fulminó. Me voy a Irlanda, pero ya, como Indiana Jones, !pitando!

Parte II


Llegaba el verano y me moría de ganas por ir a Irlanda. Junto a mi mujer María José, organizamos el viaje, mejor dicho, fue ella quien lo organizó, como siempre. Habían pasado más de 34 años de mi último viaje a Irlanda, cuando uno iba a lo típico vamos, a estudiar inglés en verano.

Llegamos a Dublín y nos dimos un paseo por las callejuelas junto al río Liffey. Al día siguiente, tal como había quedado telefónicamente, fuimos a ver a Colette en las oficinas de la National Irish Library. Simpática como es ella, ya me tenía preparado el asunto.

Me había esparcido sobre una mesa los antiguos libros donde se guardan las genealogías de las viejas familias irlandesas. En varias páginas aparecía la nuestra junto a centenares más. Nunca supe de dónde salían aquellos libros que ella manejaba con delicadeza. Yo grababa en mi retina sin perder un detalle, desde Kilcolgan hasta Dublín pasando por Wicklow, Tipperary, Kilkenny, Athlone y finalmente Dublín. Cada generación cambiaba de lugar buscando una vida mejor para finalmente establecerse en Dublín como comerciantes. Luego de ahí a Tenerife, pero esa es otra historia.

Colette me explicó que, efectivamente, estaban los registros de mi tatarabuelo pidiendo esa información hacia un porrón de años y del árbol que enviaron ellos guardaban otra copia. Ella estaba acostumbrada a recibir a muchos americanos descendientes de irlandeses pero en mi caso le sorprendía que hubiera sido capaz de escribir mi libro documentando la vida de todos mis antepasados. Me felicitó porque no había visto a otro descendiente de emigrantes que hubiera hecho algo similar. Por supuesto ya tenían allí una copia del mismo. Colette nos atendió bien, muy bien, casi como si fuéramos familia, algo muy irlandés pero yo quería más, mucho más.

Habíamos estimado 6 días para darle la vuelta a Irlanda y podría hablarles de la Calzada de los Gigantes, de los acantilados de Mohr, de Donnegal y el castillo de los O'Donnell pero yo solo quería ir a la ínfima aldea de Kilcolgan, era mi ilusión.

Tras cinco días de pueblo en pueblo ya estábamos en la costa Oeste a la altura de Galway y habíamos visto el "Spanish site" que recuerda a los españoles varados en esa costa tras la penosa expedición de la Armada Invencible. Sin duda, muy emocionante. En dirección sur, ya se anunciaba Kilcolgan. Curvas y más curvas, verde y más verde que se comía el asfalto, unas pocas casas muy desperdigadas y poco más. Eran las cinco de la tarde y el sol ya se ponía. Fuimos a la ribera el río Kilcogan, al estuario y mi imaginación me hizo viajar a siglos atrás.

Me imaginaba las viejas casas de piedra y paja, gentes trabando la tierra, caballos y mi familia. Soy un romántico, lo sé. No esperaba castillos, ni cosas por el estilo, solo esa paz que te da Irlanda y la magia que rezuma. Hipnotizado por el paisaje y mis elucubraciones se nos hizo de noche y decidimos que había un buscar un Bed & Breakfast. Eso, o a dormir al coche porque el siguiente pueblo quedaba muy lejos y yo no me quería ir de Kilcolgan.

Tras una hora y media y ya de noche cerrada y algo preocupados vimos un lucero con el B&B. !Por fin!. Aparcamos y tocamos a la puerta de la casa. Sin lujos pero suficiente de ella salió una viejita y encantadora señora.

Por mi careto blanco pálido de irlandés, me soltó la parrafada de rigor dando por hecho mi carácter de autóctono. Cuando le conteste, en inglés, se extrañó por el acento y preguntó.

- Pero, ¿usted no es irlandés?
- No, soy español
- ¿Seguro?
- Pues sí.
- ¿Y qué hace aquí? - lo decía porque esa zona no era visita frecuente para turistas.
- Pues sería largo de contar.

Ella se dio la vuelta y le hizo una señal a su marido que estaba reponchingado en el sillón. El amable, se incorporó y vino al hall de entrada a saludarnos. Luego me dijo. 
- Pues nosotros estuvimos una vez en España, solo que hace muchísimos años
-!Ah, sí!, ¿en dónde?
- En Tenerife, en el 63, de luna de miel.

Me cogió por sorpresa, no me lo podía creer.

- ¿En qué parte?
- En el Puerto de la Cruz, - me dijo-, aquello era maravilloso pero un poco seco.

Yo pensé, pues menos mal que no fue al sur... María José me miró asombrada. Mi cara se delató y me quedé sin reaccionar por unas décimas.

- Señora, yo soy del Puerto de la Cruz...
- ¿Cómo?, ¿qué me dice?, pero usted..., entonces ¿qué hace aquí en Kilcolgan?

Mis neuronas estaban hirviendo y solo quería decirlo. Aquel pueblo casi no figuraba en los mapas y ella no podía entender qué narices hacia un español de las islas allí.
- Es que yo soy de aquí, mi nombre es Carlos Cologan y mis antepasados eran de aquí.

Ahora eran ellos dos los que se habían quedado mudos. Mi mujer me acarició, sabía que aquello era un momento mágico de mi vida que ambos íbamos a recordar para siempre.

El matrimonio nos hizo pasar a la cocina y seguimos hablando, como ellos nos taladraban a preguntas yo recupere mi "Iibrito" de 700 páginas repleto de retratos de antepasados irlandeses y se los mostré. Estaban fascinados con lo que les contaba aquel canario y lo agradecieron mucho. A las 11 de la noche él ya entendía a que habíamos venido y decidió obsequiarnos con algo más.

- Sus antepasados eran de esta aldea, pero aquí no hay museos ni viejas librerías. Tal vez en Galway las haya pero lo que sí hay aquí es una iglesia muy vieja, sin techos que se corresponde al tiempo de sus antepasados.
- ¿Se puede ver? - le pregunte ansioso.
- Si claro, está a 300 metros, pero vamos en coche que es más seguro y hace frío.

Era noche cerrada en el verano de Irlanda y solo se oían a las aves nocturnas. La iglesia era medieval, la techumbre debió ser de paja y había desaparecido. El entorno estaba sembrado de lápidas, tanto dentro como fuera de las cuatro paredes. Caminamos entre tumbas con el vello erizado, el ambiente era fantasmal, las grises lápidas estaban irreconocibles, más allá de 1700 era imposible leer nada en la piedra, imagínate cómo serían las de 1200 a 1300. Si recuerdas las películas de terror de Drácula ese lugar era perfecto. Pero yo esa noche no tenía temor alguno. 
- ¿Hay más iglesias como ésta por aquí?
- No, tan antiguas no - me dijo el irlandés-. Y si ellos están enterrados en algún sitio solo puede ser aquí. Me aflojé, lo reconozco y solté una lágrima. Ahora sí que había llegado a Kilcolgan, a la iglesia de los Colgan. Más de 700 años de historia me separaban de aquel lugar. Soy español pero algo dentro me conectaba con aquel sitio. Estaba en paz y mi mujer sonreía cómplice de esta búsqueda y seguro que mi tatarabuelo Tomás me lo estaba agradeciendo desde algún sitio, gracias a él lo había conseguido y sé que lo habría disfrutado.

Juan Cólogan Valois [1746-1799]

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Juan [John] José Leandro Cólogan Valois nació en La Laguna el 13 de marzo de 1746 y se bautizó el 19 del mismo mes. Tuvo como padrino a Jorge Geraldín quien, debido a su ausencia, fue representado por Pedro Simón Presto.[1]
En sus primeros años fue orientado hacia la carrera eclesiástica, para lo que su padre fundó una capellanía, en 1771, en la iglesia del Puerto de la Cruz, reservándosela para que pudiera celebrar misa, pero las inquietudes de Juan no iban por esa senda y no concluyó sus estudios eclesiásticos decantándose finalmente, al igual que sus hermanos, por la carrera del comercio y las finanzas. En su adolescencia estudió en el Real Colegio Inglés de Saint Omer, en las cercanías de Calais, Francia, dato del que queda constancia en el testamento que redactó su padre en 1772, en el que menciona a su hijo Juan, clérigo, residente en Francia. Pero, al margen de esta circunstancia, desconocemos otros aspectos de su trayectoria juvenil.
Contrajo matrimonio en la iglesia de Saint Hermains, en París, con Ana [Anne Rose] Coghlan, dama de la princesa e hija de Terence Coghlan, general de los ejércitos del rey de Francia, también originario de Inglaterra, y de Mary Elizabeth Dillon.

La pareja tuvo un único hijo, Louis Bernard Cólogan Coghlan, nacido en la ciudad de Saint-Germain-en-Laye[2]el 30 de marzo de 1777, según registro de la parroquial de Saint-Germain, donde tan sólo un día más tarde, el lunes treinta y uno del mismo mes, fue bautizado. Según reza el documento era hijo de Sir John Cólogan, un caballero español y de la señora Anne Rose Coghlan, su esposa. El padrino fue su tío Bernardo Cólogan, pero como éste residía en Tenerife debió representarle Louis Charles Roche, valet de chambre de Juan Cólogan. Actuó de madrina Mary Elizabeth Dillon y ofició en la ceremonia el sacerdote Roche Gau Gan Duvivier. Louis Bernard falleció muy joven, en 1784, pocas semanas después que su madre.
Tras estas desgraciadas vicisitudes, Juan Cólogan debió trasladarse a Inglaterra, donde tenía sede una de las oficinas comerciales de su familia. Juan comenzó su propia trayectoria profesional en la casa de comercio familiar que lideraban por entonces su padre y su hermano Tomás, con iniciativas propias. La primera noticia de carácter mercantil que se le conoce es de 1783, durante su estancia en Londres, desde donde pidió permiso, a través de la embajada de España en esa ciudad, para llevar mulas de Canarias a América.
Para ello escribió a Aranjuez el 20 de abril, el entonces embajador en Londres Bernardo del Campo, solicitando autorización y la respuesta desde España indagaba si el destino de esos mulos era la América Española o los Estados Unidos. A esos escritos contestó Juan protestando que el motivo principal era introducir vinos en aquel nuevo país. De los documentos hallados en el Archivo General de Simancas se deduce que estas gestiones buscaban, en el fondo, introducir los vinos de Canarias en aquel mercado[3]. Es muy probable que por aquellos años Juan conociera a José de Lugo-Viña y Molina[4][1754-1837] un tinerfeño afincado en Nueva York, con quien negoció envíos de barcos cargados con vinos desde Canarias[5]. José de Lugo-Viña y Molina regresó en 1785 a Londres donde se estableció y colaboró con Juan Cólogan en estos y otros negocios.
Juan casó en segundas nupcias con su prima Mary Ann Fitz- Gerald Kennedy, segunda hija de John Fitz-Gerald Browne[6]y de Anne Kennedy, ambos irlandeses. John había nacido en Waterford y era miembro del Parlamento Inglés. De este matrimonio nació María Cólogan Fitz-Gerald, bautizada en la Capilla Española [Spanish Chapel] de Londres, el 25 de marzo de 1786[7]. María contrajo matrimonio en Angulema [Francia], con el conde Joseph Regnauld de la Soudière. La segunda hija, Ana Cólogan Fitz-Gerald, casó en Austria con el conde Paul Bazzioli di Gozze de Ragusa.
Juan, al igual que su hermano Tomás, mantuvo una estrecha relación con numerosos científicos y exploradores británicos. Hasta ahora hemos descrito los contactos establecidos entre miembros de la familia con algunos viajeros a su paso por las Islas Canarias sin saber, realmente si esto se debía a la casualidad. Otras familias tinerfeñas, con amplios contactos en ciudades europeas, contaban también con relaciones con personajes de primer orden.
De los científicos que visitaron las Islas, el barón Alexander von Humboldt, uno de los más célebres, relata en una de sus cartas a su hermano Wilhelm, escrita el 24 de junio de 1799, que en la casa Cólogan habían estado hospedados, en su día, James Cook y Joseph  Banks[8]. Sin embargo, el marino inglés estuvo en Santa Cruz de Tenerife entre el 1 y el 4 de agosto de 1776, al comienzo de su tercer viaje. Durante su estancia, al parecer sólo conoció la capital y sus alrededores, llegando únicamente a La Laguna y coincidiendo en su visita con el francés Jean Charles de Borda. Joseph Banks acompañó a Cook en su primer viaje de 1769, que no hizo escala en Tenerife, avistándola de lejos cuando navegaban entre Madeira y Río de Janeiro. El error de Humboldt, se debió probablemente a la justa fama que tenía la familia Cólogan de ser los anfitriones habituales de numerosos viajeros. Sin embargo, años más tarde, una carta escrita por sir Joseph Banks a Juan Cólogan Valois referente a asuntos botánicos en 1791, permite aseverar que tal relación existió.
Juan Cólogan mantuvo relaciones amistosas con algunos de estos destacados hombres de Ciencias en Londres y, gracias a estos contactos, sus hermanos Tomás y Bernardo, años más tarde los recibieron en Canarias. Décadas después, fue su sobrino Bernardo Cólogan Fallon quien continuó con este hábito.

Tenerife, 30 de agosto 1791
Estimado Sr.:
Hoy es el día en que puedo informarle de que llegué aquí el
pasado día 28 después de un tedioso viaje debido a constantes vientos
en contra. El lunes padecí un violento ataque de fiebre por haber
estado expuesto al sol que pensé que sería fatal, ya que tenía todos
los violentos síntomas de la Batavia con terribles dolores de cabeza
que no le dejan a uno razonar. Gracias a Dios he mejorado y la fiebre
ha disminuido pero aun escribo con gran tortura – espero que el
aire del mar me reponga la salud aunque tal vez me quede mucho
sufrimiento hasta llegar al final de la línea. Le he conseguido mi estimado
señor por el honor del contratante dos recipientes del mejor vino
que se pueda encontrar. Lo he puesto en barriles ingleses para que
no exista ningún peligro de vertido y por la presente le adjunto un
recibo del Patrón por si fuera necesario a la llegada del barco aunque
confío en poder entregárselo yo personalmente a pesar de reconocer
cuan prontamente me he encontrado en una situación en la que no
soy capaz de soportar la fatiga como antes. Nada puede ser mejor
que el barco – [¿] excepto en condiciones de viento extremo, nos hace
compañía extremadamente bien y a veces no nos hace navegar, en
realidad todo es como hubiera deseado pero nos conoceremos mejor
cuando lleguemos al cabo y mis oficiales se hayan habituado a la
atención a la que muy pocos están acostumbrados y que resulta necesaria
en estos viajes.
El calor aquí es extremo. Tanto, que no lo habíamos experimentado
antes y los vientos nocturnos parecen provenir de un horno.
Uno de mis pobres hombres que estaba conmigo en el barco está gravemente
enfermo con unas fiebres como las que yo padecí, pero el otro
que partió de Greenwich para venir conmigo está bien. En todos los
demás aspectos ninguna otra tripulación goza de mejor salud.
El Almirantazgo me negó la orden de adelantar el dinero a los
jardineros por partes si fuera necesario. Sería mejor para usted Señor
pedirle la orden al Sr Stephens mientras los presentes estemos vivos,
ya que yo le anticiparía a los jardineros en caso de necesidad.
En este momento tengo todos nuestros víveres a bordo y nos van
a arrastrar al mar pues no hace viento. Portloch [¿] aparte de ser
muy atento, es un hombre amable de muy alta valía por lo que es mi
primer Lugarteniente.
A la Providencia que me ha protegido hasta el presente confío
el que me devuelva con éxito a dónde estáis vos. Adiós my estimado
Señor. Con mi máximo respeto y consideración permanezco su más
afectuoso y noble siervo.
Josephs Banks

Leandro Fernández de Moratín[9], que en 1792 residió en Londres y tuvo amistad con Juan Cólogan Valois nos proporciona referencias de su vida londinense. En su diario de visita a aquella ciudad, titulado Las Apuntaciones, menciona en repetidas ocasiones a Juan Cólogan Valois y le dedica numerosos comentarios. El trabajo de Armengol contiene un capítulo entero relativo a Juan y su familia.
Moratín llamaba a Juan Cólogan el irlandés, y le sorprendió conocer a un español con esa ascendencia mezclada con familias canarias. El caso es que Juan fue el primer contacto del escritor en Londres y, además de adelantarle el dinero antes de que le llegaran sus remesas de Madrid, se constituyó en su hospitalario benefactor.
En las notas de Moratín se lee: Manger cum Cólogan in Sablonière[10], al tiempo que hace referencia a que a Don Juan era un hombre que comprendía cuánto gustaba a sus jóvenes amigos estar sentados a su mesa en un buen restaurante francés.
En 1793 Juan Cólogan Valois contaba con cuarenta y cinco años y estaba dedicado principalmente al comercio de vinos. Residió en Londres muchos años perteneciendo a un círculo de ricos comerciantes, muchos de ellos irlandeses. Además de participar de los negocios de la familia, tuvo su propia compañía participando con William Pollard y James Cooper en la sociedad Cologan, Pollard & Cooper. Según el directorio de empresas de Londres del año 1794, tenía su sede en la calle Swithin's Lane número 20 de Westminster, junto a la actual estación de metro de Cannon Street.
Juan Cólogan fue colaborador de la embajada de España en Inglaterra y en muchas ocasiones las remesas que ésta recibía eran a través de la Casa Comercial de Juan. Se sabe por el libro de Moratín que este señor recibía con gran agrado a cualquier español que allí se hospedara. De hecho Moratín, antes de llegar a Londres, sabía que habría de dar con el irlandés, que le entregaría la remesa, para proseguir su estancia.
Ortiz Armengol escribe:
Ya hemos dicho que la Casa era muy conocida en la Embajada;
pudiera ser que a través de ella la misión española recibiera todas sus
remesas. Sabemos la intervención de la Casa Cólogan en la construcción
y el mantenimiento de la capilla y el caso es que Moratín ya
venía encaminado a ese nombre cuando, el día de su llegada a esa ciudad,
espera una cantidad a través de el irlandés. Al cual haría
saber su ansiedad, y revela la bondad de don Juan Cólogan ese de
que fuera a buscarle a los pocos días, probablemente para darle aviso
de algo relacionado con la remesa; así interpretamos el ici Cólogan.
El cual vivía, como luego veremos, a tiro de piedra de la habitación
que habitaba Moratín, a la vuelta de la esquina, en Leiscester
Square, como escribirá el distraído estudiante de la lengua inglesa.
Como muestra de que Juan Cólogan Valois actuó como intermediario
de algunos destacados científicos, existe constancia de
que el 18 de octubre de 1789 vendió instrumentos mecánicos por
valor de 237 libras a Juan Manuel de Aréjula, alumno de Fourcroy
y conocido profesor de Química del Colegio de Cirugía de Cádiz.
En octubre de ese mismo año fue pensionado, nuevamente, para
ir a París y Londres con el objetivo de elegir y comprar las máquinas
e instrumentos necesarios para el laboratorio de Química del
Colegio de Cádiz.
En una carta de Leandro Fernández de Moratín[11]225 a su amigo
Juan Antonio Melón le dice lo siguiente:
Las cartas que enviaste con el antiguo sobre escrito se perdieron.
Dentro de quatro o seis días saldré de aquí para Italia: los pies me
bullen; y sobre todo no hay que esperar a que el tiempo se arrugue.
Cólogan me adelanta aquí diez mil reales, que se pondrán en
Madrid a su disposición en casa de Joyes, de orden mía; por de contado,
ya existen los cuatro mil que Joyes [supongo que sería el libró
últimamente y no he cobrado; añades a estos los cuatro mil que dices
en tu carta que pedirás a Córdoba, y otros dos mil, que bien te lo
enviarán de aquí a diciembre, puesto que he quedado con Cólogan en
que a esa época tendré pronta en Madrid esa cantidad. Puedes
enviarle el recibo de Joyes, y tu te quedarás con otros; en fin ahí te
dirán lo que hay que hacer; yo me confundo cuando se tratan de
sumas tan cuantiosas, e la testa si comincia a riscaldare. Cólogan
vive en Leiscester Fields, número 19.

Juan Cólogan Valois habitó en Londres en una casa situada en la esquina de Leicester Square, muy próxima a Picadilly Circus, distinguida entonces con el número 19, según un plano de 1792 del cartógrafo Richard Horwood del área de Westminster. El hotel-restaurante Sablonière, del que ya hicimos mención, se encontraba a pocos metros de la vivienda de Juan, en la propia plaza de Leicester Square número 28, por lo que era habitual que recibiera en este lugar a sus visitas y amigos. El establecimiento, muchas veces citado por Moratín, fue además lugar de reunión de los españoles y, posteriormente, se convertiría en la sede del Club Hispanus, del cual Moratín fue miembro activo, redactor de su reglamento y secretario de actas. También participó en este club José de Lugo, quien destacaba por su elevado conocimiento de la lengua inglesa, lo que en ocasiones le llevó a rivalizar con el propio Moratín.
Pero la fortuna de Juan era tal que incluso disponía de una casa de campo a las afueras de Londres, que pudo haber estado ubicada en los alrededores de Hampton-Court o en la desembocadura del río. A esta residencia, cree Armengol, fueron invitados cierto día de noviembre de 1792 Moratín, Carlos von Sames, encargado de negocios de Dinamarca en Madrid, y Antonio María de la Cerda y Vera, VII marqués de la Rosa. Tras pasar la jornada en ella regresaron
a Londres a las once de la noche lo que, para ser noviembre,
significaba que la reunión se había celebrado puertas adentro y que
tuvieron muchas horas de oscuridad cenital. Tanta, que a la vuelta
tropezaron con unos ladrones de carretera, sin que se nos explique
el alcance de ese mal encuentro.
En las navidades de 1792 se encontraba en Londres Tomás Quilty y Valois[12], casado con su hermana María Xaviera Cólogan Valois. Moratín comentaba, ya menos sorprendido, que siempre tras un nuevo irlandés había alguna conexión con otros ya conocidos. El caso es que Mateo recomendó a Moratín el traslado de su residencia desde Leicester Square, cerca de la casa de Juan Cólogan, al 481 del Strand, edificio que en la actualidad no se conserva.
En mayo de 1793 estuvo de paso en Londres Leandro Fernández de Moratín que se dirigía de viaje a Southampton en compañía de José de Lugo y Molina y Carlos de Gimbernat y Grassot. A éstos se añadió un joven llamado Barry, probablemente Diego Barry Cambreleng, hijo de Diego Barry O’Brien, amigo de Tomás Cólogan Valois y comerciante de origen irlandés afincado en Baltimore, además de cónsul de Portugal en 1792. Esta familia estuvo asociada a los Cólogan por medio de la empresa Cólogan, Barry y Cía[13].
Sin dejar de relatar la vida de Juan Cólogan Valois, que es quien nos ocupa, trascribimos fielmente un párrafo del libro reseñado de Pedro Ortiz Armengol que describe con gran acierto al sobrino de Juan Cólogan Valois, Bernardo Cólogan Fallon, en cuya azarosa vida profundizaremos más adelante:
[…] estaban también en Londres los sobrinos de Juan, formando
una piña, y entre ellos destacó desde el principio el hijo mayor de
Tomás y de Isabel, Bernardo Cólogan Fallon, nacido en 1772, con
estudios en París en el colegio Real de Navarra, viviendo después de
septiembre de 1788 en Londres, sin duda bajo el cuidado de su tío
Juan Cólogan, y realizando viajes por Holanda y otros países.

Bernardo resultaría al final el gran personaje de la familia, pero en 1792 y 1793, cuando en Londres pudo con bastante probabilidad haber visto e incluso tratado a Moratín, era un joven de diecinueve o veinte años, bien parecido –hay retratos de niño, de joven y de adulto que así lo demuestran– deseoso de hacer una carrera literaria y artística, para la que estaba muy dotado.
¿Sabría ese literato de Madrid [Moratín], poeta laureado,
autor teatral conocido y ya controvertido, que estaba en Londres no
se sabía bien a qué, sin conocer palabra de inglés, aunque con buen
francés e italiano y un castellano jugoso, fresco y grácil?, ¿no vio el
recién llegado el valor de aquel muchacho, diez años menor que él,
rico, brillante, conocedor de la música de Bach, Haydn y Scarlatti,
violinista el mismo?, ¿fue Bernardo Cólogan uno de los miembros
del Club Hispanus que agruparía en la comunidad española a los
jóvenes con inquietudes intelectuales? No son más que conjeturas y
no cita Leandro al joven Cólogan en su esquemático Diario, ni la
obra posterior de éste señala – que sepamos- la ocasión de haber
conocido al después muy famoso Moratín. El cual no debió ser
indiferente a este poeta en ciernes, huido del comercio, autor de poemas
en exámenes latinos y de otros en castellano neoclásico, hombre
de aficiones teatrales y autor de biografías y otros escritos, obras
todas de juventud. Balbuceos que después serían rebasados por sus
hechos de armas cuando la afortunada defensa de Tenerife contra
el asalto de Nelson, en la que los canarios quedaron tan decentemente
ante la historia. Balbuceos literarios de Bernardo Cólogan
superados también por sus trabajos científicos y económicos y sus
actividades políticas y sociales»

Juan regresó a Tenerife y falleció en el Puerto de La Orotava el 14 de mayo de 1799 a los cincuenta y tres años, habiendo hecho testamento ante Nicolás de Currás y Abreu el 9 de mayo de 1799. Fue sepultado, como sus hermanos, en la capilla de los Irlandeses de la iglesia de la Peña de Francia. Su viuda, volvió a casar con el capitán Antoine Bacheville[14] de quien únicamente se sabe que era oficial de la guardia del rey de Francia Luis XVI [1754-1793]. Al ser arrestado éste durante la insurrección del 10 de agosto de 1792, juzgado por la Convención Nacional, declarado culpable de traición y condenado a la guillotina el 21 de enero de 1793, muchos miembros de su vieja guardia se vieron obligados a huir.




[1]Acta de bautismo. La Laguna, 12 de mayo de 1746. Carpeta 3. Núm. 4. AMC.
[2]La ciudad de Saint-Germain-en-Laye, situada al oeste de París, pertenece al departamento de Yvelines.
[3]ORTÍZ ARMENGOL, Pedro. El año que vivió Moratín en Inglaterra. 1792-1793. Editorial Castalia. 1985, p. 56.
[4]José de Lugo-Viña y Molina fue cónsul de España en Dunkerque, París, Amberes y Lisboa. Caballero de la Orden de Carlos III y diputado a Cortes en Bayona
en 1813. Casó en Francia, donde murió y dejó descendencia. Véase Jorge DEMERSON: Un canario diplomático y hombre de negocios: Don José de Lugo-Viña y Molina.
Instituto de Estudios Canarios. Santa Cruz de Tenerife, 1988.
[5]Tras la promulgación de las Navigation Act por parte de Inglaterra, que impedía todo comercio de barcos extranjeros con sus colonias americanas. Esto ocasionó que el vino canario que antes se enviaba a Inglaterra se eliminara de forma inmediata.
[6]John Fitzgerald nació en 1705. Era hijo de Edward y Margaret Fitzgerald. Anne Kennedy fue hija de John Kennedy. Ambos habían casado el 29 de agosto de 1757. John y Anne tuvieron ocho hijos: Nicholas, Eleanor, Edgard, John, Richard, Charles, Mary Anne y George. Información proporcionada por www.thepeerage.com
[7]La Spanish Chapel fue promovida por el marqués del Campo, embajador español en Londres. Su construcción, a partir de un proyecto del arquitecto Josepho Bonomi, terminó en 1791. La capilla se encontraba en la Spanish Place. La acuarela que se muestra se halla en la sacristía de la Saint James Church, iglesia católica inmediata, a la que fueron a parar los libros sacramentales de la Spanish Chapel al ser demolida en 1900.
[8]James Cook arribó a Tenerife el 1 de agosto de 1776 y partió el día 4 de ese mismo mes. Durante su estancia visitó Santa Cruz y La Laguna, coincidiendo con Borda. En su libro Voyage to the Pacific Ocean, 1776-1794 describe su escala en la isla y en la página 26 hace mención a una persona que le ayudó a conocer ciertos aspectos de ella y que bien pudiera ser Tomás Cólogan: And i had an oportunyty of conversing with a sensible and well informed gentleman residing here, and whose veracity I have do not leaf reason to doubt. From him i learnt some particulars, which, during the shorty stay of three days, did not fall within my own observation...
[9]En 1792 Godoy ofreció a Leandro Fernández de Moratín la oportunidad de viajar por Europa a cuenta del erario español. Tras pasar por Francia, en plena revolución, partió hacia Londres. En cuadernillos sueltos relató su visita denominándose a partir de entonces esos textos Apuntaciones sueltas de Inglaterra. Estas fueron editadas por primera vez en 1867. Pedro Ortiz Armengol investigó esas notas y publicó, en 1895, el libro El año que vivió Moratín en Inglaterra. 1792-1793 publicado por la Editorial Castalia. El capítulo VII [p. 55] está dedicado a esclarecer quién era Juan y su denominada familia irlandesa.
[10]El Hotel Sabloniere se encuentra situado en la plaza de Leicester Square y actualmente su planta baja es un pub mientras que las superiores se encuentran ocupadas por viviendas.
[11]Para sus trabajos de banquero en Londres deberá consultarse el trabajo de Antonio RUMEU DE ARMAS: «Leandro Fernández de Moratín y Agustín de Betancourt. Testimonio de una entrañable amistad». AEA. Núm. 20, 1974, pp. 278-280. Puede verse también un comentario sobre Juan Cólogan y Valois en Antonio RUMEU DE ARMAS: Ciencia y Tecnología en la España Ilustrada: La escuela de Caminos y Canales. Editorial Turner. Madrid, 1980, p. 175.
[12]Mateo Quilty y Valois figura en 1791 como diplomático español residente en Francia, durante la revolución.
[13]Londres, 9 de julio de 1814.
La presente carta tiene el propósito de notificarle que estamos de acuerdo que el Barry Little & Company tiene la completa disposición del capitán Scout del barco Southerk en su siguiente viaje desde su isla y en consecuencia no haremos efectivo ningún aseguramiento a su cuenta por este barco. El Southerk está ahora en Portsmouth esperando un convoy y viento favorable. Sinceramente Cólogan & Barry Company.
[14]Los hermanos Bartolomé y Antoine Bacheville, oficiales de la guardia del rey Luis XVI, fueron condenados a muerte en 1816 por un tribunal del preboste de Lyon. A ambos les reconoce la historia como valientes soldados que salvaron sus cabezas de la temible horca. Antoine, el más joven, murió en el exilio, mientras que Bartolomé regresó a su patria y publicó un interesante libro con el título: Voyages des Frères Bacheville en Europe et en Asie.

1765. Vidonias de Tenerife para la India.

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En Tenerife tuvimos varias oportunidades para desbancar a los productores de vinos de Madeira pero al final se impusieron y los motivos empiezo a tenerlos claros.

Uno de ellos fue en 1763 cuando los portugueses tenían el 75% de su producción colocada en las colonias norteamericanas y el resto entre Inglaterra, el Brasil Portugués y el Caribe Inglés. Con semejantes mercados poco vino quedaba para suministrar dada su exigua producción.
Con los precios de sus vinos por las nubes, los ingleses demandaron más pero esta vez para la India donde sus fuerzas militares recuperaban el control de Madrás y Calcuta.
El contingente de tropas eran tan elevado que se solicitaban como mínimo entre 400 y 1000 pipas anuales. Entonces desde Londres nos tantearon por medio de la East India Company, la empresa que surtía el comercio Ingles con el Oriente.
Los nuestros desde el Puerto de la Cruz se pusieron las pilas y comenzaron a gestionar el acercamiento a los ingleses lo cual es en sí otra gran historia y pasados unos meses llegaron los primeros contratos. Eso sí había que esforzarse porque los niveles de calidad y las exigencias británicas eran elevadas. Y por supuesto estábamos preparados para cumplirlos.
Entre las muchas exigencias se destacaban las siguientes. La madera de las pipas debía ser de roble de Hamburgo con 8 aros metálicos por pipa también importados de Europa. Las marcaciones claras y concisas, los galones por pipa los justos ni uno más ni uno menos, los embarques, certificados por los capitanes y las garantías sobre la calidad del vino debían cubrir dos años.
Vamos que si el vino se fastidiaba en Madrás en ese plazo no lo cobrabas.
Para atender el suministro el comerciante canario que firmó preparó en su bodegas 2000 pipas que envejecía solo para este contrato. ¿Donde estaba semejante almacén?, pues aún no lo sé.
El término anglosajón Vidonia, se refiere a los Vidueños o una suerte de mezcla de vinos blancos. Tras los Malvasías los vidueños eran unos vinos blancos secos de bajo coste si bien en ningún caso se menciona el concepto White Vidonia por parte de la compañía inglesa. Probablemente estos fueran vinos del norte de Tenerife, de variedades del tipo Listán blanco si bien en ningún momento los exportadores lo mencionan.

El contrato se cumplió y para allá salieron los dos primeros navíos con 300 pipas de vidueño. Los capitanes, majaderos como poco, exigieron que también se subieran algunos "barrels" de Madeira para su propio consumo y es que aquí había también Madeiras.
Pasaron los meses y en los fuertes de Fort George (Madrás) y Fort Williams (Calcuta) en la India se sirvieron nuestros vinos....eso sí los de Madeira siguieron peleando para no perder este suministro aunque ya sabían que no lo podían atender..... en fin la historia es más larga e interesante pero mejor dejarlo aquí que tengo ganas de siesta.


1765. El desgraciado George Glas y Dollar Bay

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Fue tan real que aún sufro imaginándolo. El caso es que George, así se llamaba él, deseaba desesperadamente regresar a Inglaterra y andaba buscando un barco desde hacía días. Perseguido por las autoridades locales que lo acusaban de trabajar o mejor dicho de conspirar para el gobierno inglés decidió que se iba definitivamente de las islas.
Era finales de noviembre y el deseado navío finalmente apareció. Su mujer Teresa y su hija Catherine de 12 años estaban ya muy cansadas de la vida en Tenerife y solo deseaban volver a su residencia en la apacible campiña.
Dispuesto a no dejar escapar ese bergantín, George cerró un trato con el capitán John Cockran y volvió a la destartalada pensión para celebrarlo con su bella mujer y su adorada hija. Esa noche cenaron bien y felices se fueron a dormir soñando con el regreso.
A la mañana siguiente George se acercó al muelle de Santa Cruz y vio que el navío estaba siendo cargado con unas decenas de pipas de vinos, lo cual no era nuevo pues normalmente el navío llevaba esa carga a los bajos del Támesis. Sin embargo, le extrañó ver cómo subían a bordo varios robustos hombres con un enorme cargamento de pequeñas pero pesadas sacas que desde luego no eran ni granos ni nada que se pareciese. Los seis hombres no dejaron que nada ni nadie se les acercaran, ni siquiera permitieron que les ayudaran los tripulantes que cuchicheaban entre ellos especulando con lo que contenían las sacas.


Su mente olvidó lo visto y esa tarde se ocupó de llevar al navío sus bolsas y maletas de su voluminoso equipaje. Miguel, su mozo desde hacía semanas, se ofreció a ayudarle y eso le alivió pues ya no era un joven como el de hacía unos años cuando se internaba en la costa africana sin más ayuda que una cantimplora y un saco de legumbres.
George observó que la tripulación del barco era escasa, y contó a no más de seis hombres. Tratando de saber en dónde se metía se acercó disimuladamente para oírles. A uno de nombre Gidley le oyó hablar en inglés, pero por su acento detectó que era irlandés. Otro, llamado McKinley era inglés y los dos restantes uno era danés y tal vez el otro francés. Luego vio a un chico llamado Benjamín Gillespie de edad similar a Miguel que debía tener algún parentesco con el capitán, y que ejercía de grumete.
Desde luego, pensó George, que muy marineros no le parecían y en cierto modo también eran algo chuscos y brutos pero es que en Santa Cruz no abundaba la buena marinería y menos la experimentada.
Tras abandonar el barco dejando dentro el equipaje se dispuso a regresar con su familia. De repente, algo le extraño pues vio aparecer a don Juan y eso sí que le puso en guardia pues no solía dejar su negocio del Puerto de la Cruz salvo para asuntos graves. Sin que nadie lo advirtiera les observó y vio como don Juan le daba ciertas recomendaciones al capitán Cockran.
Esa noche le dio vueltas a la cabeza, pero sus temores se los guardó y prefirió no compartirlos con Teresa. De madrugada se acercó al muelle y los fornidos hombres seguían allí al pie del barco como si custodiaran la mercancía. Algo preocupado volvió a la pensión y tras unas horas el sueño le venció. Entre su duerme velas se recordó que al día siguiente, a las doce del medio día partía el Earl of Sandwich y ya no había posibilidad de dar marcha atrás. Inglaterra estaba lejos y los sueños de su mujer y de su pequeña estaban en los verdes prados de la campiña inglesa y eso podía más que sus temores.

Capitulo 2

Catherine se subió al Earl of Sandwich con la alegría y la ingenuidad de los niños y en la cubierta se quedó mirando con sus ojitos verdes como la isla de Tenerife se alejaba. El Teide, una mole en medio del agua, se fue ocultando en el horizonte hasta que ya solo fue un lejano recuerdo.
El bergantín dejó las soleadas aguas de las Islas Canarias combatiendo como podía los alisios que lo empujaban nuevamente hacia el sur. El capitán Cockran ya sabía como combartirlo, que no era otra cosa que zigzaguear una y otra vez hasta que lo enfiló hasta Cádiz a donde llegaron siete días después. Allí tomaron algo de agua y víveres frescos y dejaron parte del correo que llevaban. Dos días después ya estaban de camino más al norte.
Ahora las aguas ya no eran azules sino grises, muy grises y Catherine ya no pasaba tanto tiempo en cubierta sino dentro del camarote que compartía con sus padres. El capitán tenía otro junto a este mientras la tripulación se arremolinaba en la bodega como buenamente podía. Tras pasar por la Coruña cinco días después al navío solo le quedaba poner rumbo hasta Inglaterra.
Pero eso una cosa era decirlo y otra cumplirlo. La galerna del norte entró fuerte y el capitán bregó con el velamen y con los desastrados tripulantes que a gritos cumplían lo que se les ordenaba. George a veces compartía con ellos las duras tareas pero su estómago a veces no se lo permitía.
Pero lo peor llegó luego, estando al sur de Inglaterra. Allí el temporal arreció con un viento endemoniado que les llevó muy al Oeste. Tanto se desviaron que acabaron al sur de Irlanda y eso si que no estaba en la hoja de ruta. Las pipas de la bodega estaban ya muy mareadas y algunas se soltaron causando enormes destrozos y heridas a los tripulantes.
Tras la tormenta, pareció que llegaba algo de calma. A vista de pájaro del puerto de Waterford, con una luna que iluminaba lo justo para advertir las luces de la bahía, el Earl of Sandwich se tomó un respiro. Esa tarde el capitán cenó con la familia al completo en su camarote. Parecía que la travesía se enderezaba. Pero solo era eso, un parecer.
De un golpe, como si le hubieran dado una patada la puerta se abrió y apareció Gidley blandiendo una espada. El capitán rápido cogió la suya y antes de que la hubiera levantado, el inglés se la ensartó en un costado dejándolo inerte en el suelo. George Glas ya tenía la pistola en la mano pero sin verlo venir el mal encarado de McKinley, le asestó otro espadazo y luego otro ante los ojitos de Catherine y de Teresa. Eso fue lo último que vio George pero en esas ultimas milésimas juró que aunque no se vengara en vida, los nombres de aquellos quedarían malditos para la historia….era un motín.


Capítulo 3

La sangre manchaba la madera y Catherine lloraba asustada. Tenía los ojos puestos en su madre que se abalanzó sobre el pobre George Glas intentando reanimarlo, pero era imposible. Se les había roto la vida en unos segundos y sus mentes no lo digerían. Ambas miraron a McKinley ya Gidley tratando de obtener una respuesta ante semejante acto. Las lágrimas y el llanto de la niña llenaron el inmenso vacío que se había creado. En eso llegó el grueso danés envalentonado como si su presencia fuera necesaria para algo.
Tras el impase los tres marinos se miraron y decidieron hacer lo planeado. La costa de Waterford estaba a escasas cinco millas y ya lo tenían todo pensado que era básicamente llevarse el botín. Agarraron a Teresa y a Catherine, pero era imposible, porque se aferraban al cuerpo yermo de su marido y padre. Tras varios bruscos tirones, las dos fueron sacadas a la cubierta con violencia.
Teresa golpeó con toda su alma a sus captores dando patadas y mordiendo como nunca antes lo había hecho. La niña lloraba desesperada y cuando Teresa vio las intenciones ya no pudo más y se cayó al cuerpo implorando compasión por ella y por su hija.
Ni por esas, con el mar embravecido, los malnacidos McKinley y el danés sujetaron fuertemente a Catherine y la lanzaron por la borda mientras gritaba desde lo más profundo de su alma.
Narrar la expresión de Teresa es imposible, ni la peor pesadilla, solo deseaba despertar o morir al instante. Estaba en tal estado de shock que ya no forcejeaba. Se dejó caer pero en cuanto se vio liberada, se lanzó por la borda en busca de su niña.
Los marinos se miraron y no se dijeron nada. Tenían los ojos inyectados en sangre y buscaron al grumete que no aparecía por ninguna parte. Tras bajar a la bodega sacaron los centenares de sacas y las llevaron a la cubierta.
Soltaron dos de los botes y los llenaron con todas las que pudieron. Cada una pesaba 7 y 8 kgrs. Tras asegurarlos por el lado de babor, dos de ellos bajaron a la bodega y con una pica comenzaron a golpear el casco para que entrara el agua. Poco tardó la bodega en llenarse hasta las rodillas y rápidamente salieron de allí.
Se lanzaron a los dos botes y se soltaron de un hachazo pues el Earl of Sandwich ya se ladeaba peligrosamente. La costa estaba ya mucho más cerca, casi a una milla y no se habían dado cuenta de que estaban siendo empujados por la marea. Remaron y se alejaron hacia la costa todo lo rápido que pudieron.
Llegaron a la costa y vararon los dos botes en la arena amarilla de la playa. No parecía que nadie les viera y aprovecharon para esconder en unas rocas gran parte de las bolsas. Abrieron las necesarias, pues no tenía sentido abrir las de oro sino solo las de monedas de plata.
Se internaron y de repente oyeron un golpe fuerte, miraron desde un penacho y era el navío golpeado las rocas de la costa mientras se hacía añicos. No se percataron pero del navío se bajó el grumete que se había subido al palo mayor desde donde lo vio todo.
Los malnacidos se dirigieron al puerto de Waterford para comprar víveres y ropa seca. Con algunas de las monedas de plata española pagaron pero no se percataron de que estaban despertando demasiadas sospechas.

Capítulo 4 

La historia que les he narrado fue absolutamente real aunque me he permitido alguna licencia que otra. Finalmente el grumete Gillespie llegó a Waterford y denunció lo sucedido, si bien ya habían fundadas sospechas sobre aquellos extraños portando tantas mondadas.
El sheriff de la ciudad emitió una orden de busca y captura que llegó a Dublín a donde habían ido los cuatro asesinos. Capturados de inmediato confesaron y se les colgó en una horca a la vista de todos para que sirviera de escarmiento.
En la costa de Waterford solo quedaban los restos del navío y decenas de pipas de vino de Tenerife rociando la costa irlandesa. Enseguida las autoridades organizaron una búsqueda de las sacas de monedas de oro y plata. Por supuesto que no las encontraron todas y por ello desde ese año de 1765 esa zona es conocida como Dollar Bay y cada año los colegios de la zona montan juegos para buscar las monedas de naufragio.
La historia dejó anotado que estas sacas eran la fortuna del desgraciado George Glas pero la realidad es que éstas eran de Juan Cólogan Blanco que las enviaba a Londres de contrabando.
George, su bella mujer y su joven hija te agradecen que les recuerdes y que no olvides nunca a quienes fueron sus sanguinarios asesinos. Ese fue su deseo y yo decidí cumplirlo.

1706. Adiós al puerto del Norte

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Con el navío aún amarrado al muelle de Garachico Manuel se despedía de Carmita y de su hijita. Aún estaba preocupado por los temblores y sacudidas que sintió aquella noche pero las tareas de estiba del navío le quitaron de la cabeza aquel inquietante pensamiento.
De un salto se subió al tablón que le llevaba al bergantín William & Mary que fletaba, como siempre, Gilbert Smith, el comerciante irlandés que compraba todo el Malvasia que se producía desde Garachico a Punta de Teno. Smith vivía en el Guincho y era una persona muy querida pues no se sabía cómo siempre tenía necesidad de comprar más y más vinos que enviaba a Londres y otros puertos de Europa.
Muchas de esas viñas eran de varios primos de Juan y de algunos de amigos que no entendían ni papa de ese idioma inglés que Manuel aprendía en cada viaje y con el que tanto les vacilaba. Pero el siempre estaba feliz sabiendo que ayudaba a todos vendiéndolo y manteniendo a muchas familias de la zona.
Además este viaje en particular le hacía mucha ilusión porque el irlandés le permitía traer en él nuevos enseres para su nueva casa. Ya había pensado en un aparador, una gran cama y unas bellas cortinas satinadas. Eso y alguna sorpresita para Carmita, de la que ella no sabía nada.
Manuel hacía ese día el segundo viaje del año a Londres y poco le importaba que España estuviera en guerra pues ya había salido airoso de alguna trifulca corsaria. Valiente y orgulloso se despidió desde la borda aun dentro de la pequeña ensenada que les refugiaba del impetuoso mar del norte de Tenerife.

Media hora después el navío salió pesadamente desde el fondo de muelle y se oyó un rugido que alertó a todos los tripulantes. Más aún cuando apreciaron que algunas piedras se desprendían de los acantilados cercanos al muelle y que impactaron en el mar.
Vista la amenaza el capitán Barkin ordenó desplegar todas las velas y el William & Mary puso rumbo norte saliendo del oleaje que batía en la bocana del muelle.
Manuel volvió a recordar el temblor nocturno y el rugido de la montaña. Inquieto y con un sudor frío se afanó con las jarcias que esa tarde daban mucha guerra. Pensando en su hija y en la nueva cuna que pensaba traer siguió un par de horas batallando con los aparejos.
Dos horas más tarde, con la isla aún en el horizonte se oyó un trueno que alertó a todos que corrieron hacia la popa del barco. Procedía de la isla y tras el atronador ruido vieron el fulgor rojo que iluminaba el perfil de la isla. Luego más explosiones y unas lenguas rojas y amarillas que iluminaron Garachico.
Manuel y otros tripulantes pidieron al capitán Barkin regresar a ver qué es lo que sucedía. El inglés se negó y tras una trifulca, su oficial ordenó rumbo Norte argumentando que eso eran fuegos artificiales.
Horas después la luz roja se apagaba en el horizonte. Manuel no durmió preguntándose que podían ser aquellos ruidos y explosiones. En ese viaje no concilió el sueño y las pesadillas le atormentaron. Pese a ellos llegó a Londres y compró lo prometido para su familia.
El no sabía que en Garachico ya no había ni casa ni familia y tres meses más tarde lo comprendió cuando volvió a la isla.

PD1: El conocimiento de embarque es del propio Gilbert Smith solo unos años antes de la erupción
PD2: La erupción del volcán de Garachico o Arenas Negras el 5 de mayo de 1706 fue el fenómeno volcánico de mayor impacto económico y social ocurrido en la Isla de Tenerife que arrasó El Tanque y parte del pueblo y puerto de Garachico.
Afectó a casas, palacios, conventos, y hasta la iglesia de Santa Ana, pero la mayor fuente de riqueza del municipio, su puerto, fue arrasado y sepultado por las coladas de lava, cambiando profundamente el desarrollo socio-económico de la comarca y de la Isla de Tenerife.

1797. Tristemente verídico.

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El teniente John Weatherhead tenía tan solo 22 años y había sido recientemente ascendido por Nelson como medida para relajar la tensión en el Theseus.
Los intentos de motín a bordo ya se habían convertido en una costumbre y el rubio John era apreciado por todos por su buen carácter y su bondad.
Como su jefe, participó en el fracasado ataque a Santa Cruz del 25 de julio de 1797. Tras la refriega en los muelles de Santa Cruz quedaron abatidos muchos de los atacantes, entre ellos el joven John.
El ataque ya estaba prácticamente finalizado y los centenares de heridos se atendían cómo podían. Mientras su jefe también se debatía entre la vida y la muerte al perder su brazo, él tenía el estómago destrozado por una bola de acero.
Gritando tirado en el muelle y bajo un dolor insoportable comenzó a vomitar violentamente líquidos verdes y amarillos. Bernardo, que estaba refugiado tras una barricada, fue testigo del impacto y no lo dudó ni un instante. Corrió hacia él y vio el destrozo en el estomago. John estaba en estado de shock y le imploro su ayuda.
Tratando de calmarle y hablándole en inglés, Bernardo se quitó su blanca camisa y tras hacer con ella una gran compresa la presionó fuertemente contra el estómago tratando de parar la hemorragia.
Fueron varios días de tortura, dos en Tenerife donde Bernardo siempre estuvo a su lado. Dos días después, ya a bordo, falleció el 30 de julio de regreso a Cádiz. Los que semanas atrás se amotinaban ahora lloraban a John y el silencio se apoderaba del navío.
A Nelson ya no le dolía el brazo perdido, le dolía haber perdido al hijo de un amigo que no merecía semejante crueldad. Ese día pensó que aquella isla no valía la pena a cambio de la vida de John y ese recuerdo le torturó hasta el último de sus días.
Bernardo días después redactó una Memoria del ataque y narró las últimas horas del joven teniente al que nunca olvidó.

Si quieres aprender a rezar, entra en el mar

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Regresábamos de Londres con la bodegas llenas de fardos de ropa blanca con destino a Tenerife. Mar en calma y navegación lenta. En el horizonte divisamos un navío que rápidamente se acercó hacia nosotros. Su bandera le delató, era la temida serpiente troceada, símbolo de los corsarios americanos.
Sin posibilidad de maniobrar y ponernos a la fuga rendí el Henrica Sophia al capitán de la Revenge, que así se llamaba el navío del capitan Gustavus Cunningham.
Con tensión pero sin violencia puso a mis marineros presos en nuestra propia bodega. Tras tomar el control de mi navío puso a su segundo al mando y a mí me mantuvo a un lado pero sin grilletes como si hizo con los demás.
Me lamenté por mis chicos pero no había otra opción salvo que claudicar frente a los corsarios.
La Revenge y su capitán pusieron rumbo sur hacia las Islas Canarias y yo quede preso en mi propio navío.
Desde el sur de Portugal, donde nos encontrábamos, el master corsario puso rumbo al puerto de Filadelfia para vender mi barco y la mercancía fletada desde Londres por mis clientes y ya amigos canarios Peter Russell de las Palmas y Tomás Cólogan de Tenerife.
Siete días después navegábamos al sur de Nueva Escocia cuando un navío de guerra británico de 73 cañones nos avistó y nos lanzó una andanada de cañonazos que obligó al corsario a parar en seco a mi apreciada Henrica Sophia.
Los británicos, violentos y crueles como es habitual en ellos desplegaron culatazos a diestro y siniestro y nos subieron a bordo del formidable barco remolcándonos hasta Halifax, la principal base de la Marina Británica en Norteamérica.

Allí debimos demostrar que nosotros habíamos sido apresados y que nada teníamos que ver con nuestros captores los corsarios americanos. De hecho, yo soy sueco y por tanto neutral. También debí demostrar que mi mercancía era propiedad canaria era por tanto española por entonces neutrales en el enfrentamiento entre ingleses y colonos americanos.
Me costó cuatro largos meses de discusión en la corte del almirantazgo británico en Halifax y gracias a los documentos que me enviaron desde Tenerife y Londres pude demostrar la verosimilitud de mis argumentos.
A los americanos los enviaron a Nueva York en un detestable barco prisión y yo pude volver a Tenerife para entregar lo poco que sobrevivió en mis bodegas tras la rapiña británica.
Cuando entré en el puerto de Santa Cruz y eché el ancla todos vinieron a recibirme eufóricos pues me daban por muerto. El viejo don Patricio Murphy me atendió y esa misma tarde me fui con él al Puerto de la Cruz a la casa de La Paz, donde Tomás esperaba ansioso a que le contara lo sucedido con pelos y señales
Así lo hice, pero lo que a me dejó helado fue lo que él me contó acerca de los sucedido con el corsario cuando esté vino a las Islas..., pero esa es otra historia que será mejor que la cuente el propio Tomás.
Peter Heldt
Capitán del Henrica Sophia

Me pide el Capitan Heldt que les cuente la otra parte de este episodio

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Me pide el Capitan Heldt que les cuente la otra parte de este episodio y eso haré.
Tras el abordaje y robo del Henrica Sophia, el capitán Conyngham decidió que podía ser interesante acercarse a las Islas Canarias para ver si hacia alguna que otra presa que le reportase unos buenos ingresos.
Tanto él como otros corsarios americanos tenían agentes secretos en cada puerto de Europa a quienes entregaban sus presas y en eso Tenerife no era una excepción. El encargado de eso en la isla era el franchute Casalon.
El caso pasaba el tiempo y dos semanas después ya sospechábamos que la tardanza en llegar del sueco se debía a un ataque corsario y los nervios se apoderaron de nosotros.
Al fin se confirmó y una mañana asomó por Anaga el corsario ondeando su serpenteante banderiza por Anaga y de inmediato alertamos al comandante Tabalosos para que lo detuviera de inmediato. Ni que decir que no nos hizo ni caso argumentando que no teníamos pruebas y en eso tenía razón.
Mientras decidíamos que hacer, !cuál fue nuestra sorpresa cuando vimos al osado capitán echar el ancla frente a la ciudad! Los comerciantes presionamos aún más, pero nada, el comandante muy pusilánime o muy cagon no se movía.
De noche, el destino nos hizo un regalo. A las dos de la mañana llegó a nado a la costa un marinero sueco que había logrado zafarse de las cuerdas que lo ataban. Al llegar alertó a la guardia y los soldados despertaron al comandante. Entonces ya no le quedó más remedio que asaltar al navío enviando varias lanchas.
Lamentablemente no pudo ser, el capitán corsario liberó su barco de las anclas y largó sus velas quedando rápidamente fuera del alcance de los nuestros y ni un mísero cañón le atinó.
Los reproches fueron mutuos entre nosotros y el comandante pero al cabo de tres días nos llegó la noticia de un barquito procedente de La Palma dando la noticia de que el corsario estaba al ancla en aquel puerto junto a otro navío recién apresado. !No dejaba de sorprendernos este capitán que siempre iba por delante!

Esta vez sí, el comandante Tabalosos envió a la Palma un pequeño bergantín con órdenes de apresarlo y de hacerlo con extremo sigilo para no perderlo de nuevo.
Dos lanchas con infantes fuertemente armados se lanzaron con nocturnidad hacia la Revenge y el Countess of Moreton que así se llamaba el barco inglés apresado. De un hachazo el corsario se liberó nuevamente y escapó. Sin embargo su presa quedo sin amparo.
El capitán al mando del Countess of Moreton era un franchute bastante insolente llamado Graciano Siluanne que fue llevado a tierra no sin tener que soportar sus sandeces.
Al día siguiente, tanto él como sus secuaces fueron trasladados a Tenerife para enfrentar los cargos de robo de una propiedad española. El francés era un mercenario que había subido a bordo en la Palma y no tardó en argumentar que la captura había sido legal.
Los comerciantes le denunciamos por el robo de la Revenge pero el negó su relación con nuestro barco y el corsario Conyngham. Luego se puso en manos del cónsul francés y dirigieron cartas a París a Benjamín Franklin de quién todos sabíamos que era quien otorgaba las patentes de corso.
Rápidamente escribí un memorial y se lo envié a mi hermano Juan en Londres que se trasladó a París a hablar con el americano. Mi hermano es muy convincente y más lo fue cuando el conde de Aranda, nuestro embajador en París le apoyó. España era neutral y los nuestros barcos no debían ser atacados.
Franklin tardó unos días en desterrar a su corsario y enviarlo de vuelta a América. Franklin no podía arriesgarse a que su secreta negociación con España se malograse por un corsario alocado. Unas cajas de vinos de la Orotava que teníamos de vino en París se las llevamos al americano y nos consta que le gustó.
Tomás

1789. Un mundo aun incompleto.

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Resultado de imagen de lady juliana 1789
Nadie en la isla sabía nada de su llegada pero cuando el Lady Juliana echó el ancla en la bahía de Santa Cruz se hizo notar de inmediato.
Fue cuando se acercaron al barco cuatro barquitas que se acomodaron en los costados para bajar al capitán George Aitken y varios oficiales. Entonces todos oyeron el griterío femenino que salía del interior del casco.
Horas después ya corría por Santa Cruz el rumor de que aquel barco estaba lleno de mujeres y eso sí que era algo inaudito.
El comandante de la plaza confirmó luego los hechos y es que aquel navío iba camino de Botany Bay, un lugar del que algunos en la isla habían oído hablar pero que nadie en 1789 conseguía poner en el mapa.
Unos decían que eran unas remotas islas en el Pacífico profundo y otros lo ponían en el Ártico pero lo cierto es que nadie había vuelto de un viaje a esos lugares.
El caso es que la misma noche en que el Lady Juliana llegaba a Tenerife se armó el lío. Unos dicen que con ayuda de algún enamoradizo joven de la isla y la connivencia de un oficial pero lo cierto es que a las dos de la mañana alguien accedió furtivamente al navío y abrió los candados de acceso a las bodegas y cuando bajo, no creyó lo que sus ojos vieron.
Hacinadas en condiciones deplorables dormían arremolinadas más de 200 mujeres. Antes de subir, el joven imaginaba que debían ser esclavas africanas pues de esos barcos ya había visto alguno, pero no, todas eran blancas y muy blancas.
Cuando se tropezó con los primeros camastros, tres de ellas, sin hacer ruido le pidieron que las liberaran y sin hacer ruido las sacó de aquel pestilente lugar.
A la mañana siguiente se alertó de la fuga pero aquellas jóvenes ya estaban escondidas en el norte de la isla de Tenerife. El capitán Aitken dio un comunicado al comandante avisando de que las fugadas eran presas peligrosas, vamos unas rateras, prostitutas y de la peor calaña.
Dio igual, no había tiempo, el lady Juliana debía partir y cumplir su cometido, que no era otro que poblar Australia. Ya habían pasado muchos años desde la First Fleet y se necesitaban muchas mujeres para mantener estable la colonia.
Las jovencitas inglesas quedaron en Tenerife y poco más se supo de ellas. Tal vez echaron raíces aquí o tal vez no, pero lo cierto era que no se merecían semejante destierro. Al final resultó mejor vivir en Tenerife que ir a descubrir el último y nuevo continente con el que se cerraba y completaba el mapa del mundo.

IF YOU WISH TO LEARN TO PRAY, YOU’D BETTER SET SAIL

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We were returning from London with our cellars full of bales of linen for Tenerife. Calm seas and slow sailing when on the horizon we spotted a ship moving fast towards us. Its flag: the dreaded chopped snake, the symbol of American corsairs.

Without a chance to maneuver and sail away, I gave up the Henrica Sophia to the Captain of The Revenge, which was the name of Captain Gustavus Cunningham’s ship.

Tensely, but with no violence, he imprisoned my men in our own cellar. After taking control of my ship he put his second officer in command and kept me to one side without shackles as he did with the others.

I was sorry for my boys but there was no other choice but surrender to the corsairs.

The Revenge and its Captain headed south toward the Canary Islands and I remained imprisoned in my own ship.

From the south of Portugal, where we were, the Master corsair headed for the Port of Philadelphia to sell my ship and the goods chartered from London by my Canary customers and now, friends, Peter Russell of Las Palmas and Tomás Cólogan of Tenerife.

After seven days, sailing south of New Scotia, a British warship with 73 canons sighted us and opened fire, obliging the corsair to make my precious Henrica Sophia come to a sudden stop.

The British, violent and cruel as is their way, rifle-whipped everyone and boarded us, the formidable ship towing us to Halifax, the main base of the British Navy in North-America.

There we were made to prove that we had been imprisoned and had nothing to do with our captors, the American corsairs. In fact, I am Swedish and therefore neutral. I also had to prove that my goods were owned by Canarians, and therefore Spanish, thus neutral in the confrontation between the British and the American settlers.

It took me four long months of discussions in the Court of the British Admiralty in Halifax and, thanks to documents I was sent from Tenerife and London, I managed to demonstrate the plausibility of my arguments.

The Americans were sent to New York in a hideous prison boat and I was able to return to Tenerife to dispatch what little survived in my cellars after the British plunder.

On entering the port of Santa Cruz and having anchored there, all came to greet me euphorically since they had thought me dead. The old man Patricio Murphy helped me and, on that very afternoon, I accompanied him to the villa of La Paz in Puerto de la Cruz, where Tomás was anxiously expecting to be given a detailed account of what had happened.

I did so, but what really impressed me was what he told me about the corsair when he landed on the islands…, but this other story should be better told by Tomás himself.

Peter Heldt
Captain of Henrica Sophia

Captain Heldt begs me to tell you the other part of this episode and so I will.

After the boarding and theft of Henrica Sophia, Captain Conyngham decided that it would be a good idea to approach the Canary Islands further to see if they found some other prey that would bring them good benefits.

In each European port, both he and the other American Corsairs had secret agents, to whom they handed their preys and Teneriffe was no exception. The Frenchman, Mr. Casalón,  played this role on the island.

Meanwhile, time passed and two weeks later we already anxiously suspected that the Swede’s delay was due to a pirate attack. Our fears were confirmed when one morning the corsair was seen in Anaga waving his meandering flag and we immediately alerted Commander Tabalosos to arrest it. Needless to say he paid no heed arguing that we had no evidence and he was right.
While we were deciding what to do, we were shocked to see the daring captain casting anchor in the bay facing the town. The merchants urged the Commander even more, but to no avail; either too cautious or too cowardly, but he did not move.

In the night, destiny favored us. At two in the morning a Swedish sailor, who had managed to free himself from the ropes that tied him down, managed to swim ashore. On arrival, he alerted the guard, and the soldiers awakened the Commander. He had no choice but to attack the ship with several launches.

Unfortunately, he failed.  The Corsair Captain managed to weigh anchor and let out sails so fast that he was out of our reach before having been hit by one single cannon shot. There was mutual recrimination between us and the Commander, but three days later we heard from a small boat coming from La Palma that the corsair had anchored in that port next to another vessel just arrested. We never ceased to be surprised by this captain who was always ahead of us!

This was our chance, Commander Tabalosos sent a little brig to La Palma with orders to accost the vessel stealthily so as not to miss it again. Two boats with heavily armed marines were released in the night towards TheRevenge and TheCountess of Moreton– the captured British boat. The corsair again managed to cut ropes and escape. However, his prey remained there unprotected.

The Captain in command of The Countess of Moreton was a somewhat insolent Frenchman, called Graciano Silvanne, who was brought to land while having to endure his foolishness.

The following day both he and his followers were transferred to Tenerife to face charges for the theft of a Spanish property. The Frenchman was a mercenary who had come on board in La Palma and complained that the arrest was illegal.

The traders denounced him for the theft of The Revenge but he denied his relationship with our boat and the Corsair Conyngham. Then he put himself in the hands of the French Consul and they wrote letters to Benjamin Franklin in Paris who, we all knew, was the one in charge of assigning the letters of marque.

I quickly wrote a brief and sent it to my brother Juan in London, who travelled to Paris to speak with the American. My brother, who is usually very convincing became even more so once he knew he had the backing of the Count of Aranda, our Ambassador in Paris. Spain was neutral and our boats should not be attacked.

A few days later, Franklin exiled his corsair and sent him back to America. Franklin could not risk his secret negotiations with Spain because of a reckless Corsair. Some boxes of Orotava wine that we had in store in Paris were taken to the American and there is evidence that he enjoyed it.


Thomas Cologan

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